30 nov 2012

LA CULTURA DE LOS CAMPOS DE URNAS

En torno al siglo XII, los dorios, denominados genéricamente como "pueblos del mar", destruyen micenas y hostigan a Egipto; el imperio Hitita comienza su decadencia y los aqueos destruyen Troya.  Las causas de estos violentos cambios, a veces atribuidas a excepcionales fenómenos naturales, no han sido determinadas con claridad.
Lo que sí es evidente, es que se produce un cambio de costumbres y de cultura material, y que todo ello se atribuye a movimientos de los llamados pueblos de "los Campos de Urnas", considerándolos indoeuropeos que van avanzando hacia el Mediterráneo.
Los Campos de Urnas son necrópolis en las que se entierran urnas funerarias, generalmente globulares o bicónicas, aunque hay muchas variantes, en las que se depositan los retos incinerados del difunto, junto con el ajuar.  En ocasiones se intercalan con inhumaciones de la anterior "Cultura de los Túmulos", generalmente en cementerios de larga duración.
La idea de la incineración como rito funerario no es nueva, ya que desde la cultura calcolítica húngara de Baden o la del Bronce Antiguo de Kisapostag, se conoce este rito.  En el sur de la antigua Yogoslavia hay una larga tradición de incineración bajo túmulo, con objetos metalúrgicos similares a los Centroeuropeos, como por ejemplo en Glanisac (Bosnia), y en el Bronce Medio se usan ambos ritos funerarios en bastantes regiones.
Lo nuevo es su uso masivo en un área geográfica que abarca toda Europa central, desde el Báltico hasta el sur de los Alpes, y desde el Danubio medio hasta las zonas interiores de las regiones atlánticas, llegando incluso a Cataluña y Aragón, en la Península Ibérica.
Durante bastante tiempo se creyó que hubo una migración Lusaciense que invadió Europa, procedente del oeste de Polonia y el este de Alemania, y también se habló de migraciones céltico-ilirias; en resumen, impactos de gentes con diferentes procedencias.
En la actualidad, a pesar de las evidencias de que los grupos clásicos del sur de Alemania se extienden en oleadas sucesivas hacia el sur, oeste y noroeste, se cree en una cierta continuidad y una asimilación gradual de las nuevas costumbres, más que en "invasiones" propiamente dichas o transformaciones radicales.  De hecho, los Campos de Urnas ocupan prácticamente el mismo territorio que las anteriores gentes de la Cultura de los Túmulos y tienen la misma base económica y asentamientos similares, en muchosd e los cuales no se observa ni siquiera una ruptura estratigráfica.

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LA IMPRONTA DE LOS CAMPOS DE URNAS

A partir de la irrupción de la cultura de los Campos de Urnas el poblamiento se aprecia de una manera bastante homogénea a lo largo de toda la banda fronteriza, aunque aprovechando una gran variedad de opciones, condicionadas por las variabilidades del terreno y por las tradiciones culturales.  Sólo algo después de su impacto inicial se observará en el noreste una tendencia al fraccionamiento en diversos grupos, rompiéndose la aparente homogeneidad de cultura material visible en los Campos de Urnas Antiguos.  El hecho será más notorio al comparar la entrada desde el sur de Francia de influencias mailhacienses hacia el Ampurdán, región que contrastará ahora con el resto del país, donde se conservan los principales rasgos comunes y las evoluciones se hacen más o menos paralelas, pero con un grado de independencia notable respecto a los prototipos franceses, en especial la cerámica.

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LA CULTURA DE LOS CAMPOS DE URNAS Y SUS RUTAS DE PENETRACIÓN

Tradicionalmente se ha supuesto que la penetración de los Campos de Urnas siguió primero la línea costera, produciéndose después una expansión en dirección Este-Oeste.  Según esto, la colonización tendría su foco nuclear en la depresión prelitoral catalana, donde ya era conocida la necrópolis de Can Missert, en Tarrasa.  A partir de allí se emprendería la conquista de la Cataluña interior e incluso del Alto Aragón, por lo que suele presumirse una cronología tardía de los asentamientos más occidentales.
La realidad, no obstante, refleja inexactitudes en este concepto.  Al parecer los contactos ultrapirenaicos fueron fluidos, puesto que, a excepción de aquellos macizos montañosos de muy difícil tránsito, las comunicaciones se llevaron a cabo por todas las vías posibles.  Por lo tanto, los Campos de Urnas se introducen por la mayoría de los pasos naturales del Pirineo central y oriental, siendo muy significativo que en Girona el Coll de les Illes (771 m) dé acceso a la necrópolis de Agullana, a donde también conduce el Coll de Le Portel.  Igualmente, el Coll de les Morelles enlaza con la necrópolis de Els Vilars (Espolla), dando paso a su vez al collado de Banyuls, al de la Maçana y otros más.
Del mismo modo, por el interior existe una vía de acceso idónea a través del valle del Segre, cruzando la Cerdaña en alturas comprendidas entre los 1200 y los 1300 metros.  En este sector, el río se encuentra jalonado por una serie de hábitats rupestres que servirán de enlace con los más densos yacimientos del sur de la provincia de Lleida.
Los valles de Andorra pudieron ser otro de los puntos de filtración directa a través, por ejemplo, de Sant Iscle, o de recepción indirecta de parte de la población que utilizaba el curso del Segre como arteria principal, con la que se enlazaba mediante el río Valira.  En todo caso, los yacimientos de Roc de L'Oral y El Cedre son buena prueba de la integración de estos territorios en la corriente general de conexiones del Valle de Arán, cuyo valor como zona de tránsito sólo lo podemos certificar en las primeras fases de la Edad de Bronce o en un momento ya avanzado y coincidente con la difusión de los primeros materiales en hierro.
El Pirineo aragonés ha sido considerado como una más de las posibles rutas de penetración, en especial Somport y, aunque no se puede descartar, la realidad arqueológica niega hasta la fecha.  Así lo evidencia la dispersión de algunas cerámicas muy características por su origen ultrapirenaico, como las de asas de apéndice de botón o las acanaladas, que están ausentes de las cuevas y megalitos oscenses extendidos entre el Prepirineo y la frontera francesa, sugiriendo que estas comarcas fuesen marginales y encerradas en sí mismas.
A todas esta rutas terrestres se ha venido a sumar la posibilidad de contactos marítimos entre la región francesa de Herault y el extremo noreste peninsular, en concreto el Ampurdán, donde parece haber cierta difusión de objetos metálicos (puntas tipo Le Bourget) y ornamentales (colgantes de caninos de oso, brazaletes de lignito) de origen francés.  No obstante, es preciso ser cautos por el momento ante la dificultad de verificar este hipotético camino mediterráneo.
Vistas ya las áreas por las que se establecieron los primeros enlaces entre la población peninsular, que se encontraba asentada desde los inicios de la Edad de Bronce, y los recién llegados y sus nuevos elementos culturales, el resultado fue la creación de un ámbito cultural distinto, con evidente hibridación, pero también con no pocos matices.  Por ello, encontraremos zonas conservadoras, en las que el peso de la tradición megalítica es un lastre a la hora de aceptar nuevas modas, frente a otras en las que las innovaciones son palpables e incluso rápidas.  Pero a pesar de este adopcionismo desigual, la realidad final es el contraste con el periodo anterior, que queda profundamente alterado tras los primeros contactos.

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29 nov 2012

ARTE RUPESTRE AMERICANO (y V)

Al otro lado de la cordillera andina se encuentran conjuntos parangonables a los chilenos (aunque faltan los geoglifos).  El arte rupestre de Argentina ha sido muy bien estudiado y por ello podemos aludir a dos grandes áreas en las que este arte puede distribuirse: los cazadores de la Patagonia y los agricultores andinos, con dos áreas de transición entre ambas, una andina-patagónica y otra pampeano-patagónica.
En Patagonia se distinguen tres regiones: septentrional (desde río Negro hasta Chubut), central (entre los ríos Chubut y Santa Cruz) y meridional (desde el río Santa Cruz hasta el Estrecho de Magallanes).  En este amplio territorio, lo más antiguo que encontramos son las manos y las representaciones de guanacos de los sitios de Río Pinturas.  Los autores de este arte son gentes de la cultura Toldense.  El estilo siguiente corresponde a la cultura Casapedrense, que se expresa con pinturas de figuras aisladas de guanacos -a veces difíciles de distinguir de los de la etapa anterior)- y negativos de manos.  Durante 2000 años (6500 a 4500 a.C.) conviven las dos tradiciones citadas, con clara tendencia al esquematismo en sus biomorfos y con figura geométricas simples. Hay luego un vacío de unos mil años, tras el que surge el arte Patagoniense, con grabados curvilíneos, zoomorfos poco determinados y "pisadas".  A partir del 700 d.C., los Tehuelches producen una pintura geométrica ornamental de gran complicación (grecas, zig-zags, rombos, triángulos, rectángulos y cruciformes combinados entre sí y formando laberintos).  Este estilo perdura hasta tiempos recientes en el arte del "quillango", una manta decorada confeccionada con pieles de guanacos.
En la zona angina de Argentina el arte rupestre se concentra en las provincias de Mendoza y San Juan, con notables extensiones a la Puna y a los valles y quebradas del noroeste.  Seguramente el lugar más antiguo de esta zona estaría en la Inca-Cueva (Jujuy, departamento de Humahuaca) que contiene yacimientos al aire libre, en cueva y en abrigo, situados entre 3700 y 4000 metros de altitud.  En sus pinturas se distinguen varias series de motivos: trazos verticales paralelos, antropomorfos esquemáticos en pequeños grupos, formando escenas de lucha y de caza (camélidos, ñandúes, cérvidos) y grandes círculos blancos (siendo los otros colores utilizados el rojo y el negro).  Este arte se ha atribuido a un Precerámico final (hacia el 2000 a.C.), pero hay que advertir que en la cueva principal hay un nivel con puntas de Ayampitín.  Además, la cueva número 4 proporcionó vestigios de una estructura de habitación con puntas bifaciales triangulares (3300 a.C.).  Pero aún de más interés es la cueva número 7, con un complejo contenido en el que, para el caso, hay que subrayar los vestigios de plantas alucinógenas y que podría ser un santuario chamánico.  Su datación coincide con la atribuida a las pinturas.
El período agroalfarero de la cultura de Tafí (desde el 300 a.C.) posee un arte con muchos grabados representando máscaras o figuras humanoides, por ejemplo en La Ovejería (San Pedro de Colalao).  En la cultura Condorhuasi, se representan cabezas rectangulares rodeadas de un gran semicírculo, a modo de aureola, que forman el estilo de máscaras (con paralelos del mismo estilo en Ovalle, Chile, atribuidas a la Cultura de El Molle).  Un ejemplo muy tardío del mismo sería El Tunduqueral de Uspallata, al norte de Mendoza, que podría fecharse en torno a los siglos VII-IX de nuestra era.
Otros círculos culturales u horizontes, como los de La Ciénaga, La Aguada, Talampaya, etc... poseen también un arte de pinturas y grabados.  Muchos de ellos son inmediatos o posteriores a la llegada de los conquistadores.  Tal es el caso del notable conjunto de Cerros Colorados (Córdoba) que contiene representaciones de jinetes.

28 nov 2012

ARTE RUPESTRE AMERICANO (IV)

Entre las diversas culturas del Perú preincaico hay al menos dos, la Moche y la Nazca, que son portadoras de arte rupestre (entre el 800 a.C. y el 500 d.C.).  La segunda tiene una manifestación muy peculiar en los llamados geoglifos.  En las llanuras desérticas pero también en laderas de cerros y quebradas, los artistas apartaron las piedras oscuras de la superficie para ir formando figuras con el terreno así despejado.  Los geoglifos, para ser inteligibles, debían ser contemplados desde bastante distancia, con todos los problemas de perspectiva que esto implica (algunas figuras sólo han podido ser entendidas cuando han sido contempladas desde el aire).  De este modo, en las comarcas meridionales del Perú, entre Cahuachi y Palpa, pero asimismo, en el norte del actual territorio chileno, se representaron antropomorfos, aves, una especie de arañas y diversas combinaciones de figuras geométricas, entre otras.  Se desconoce cuál pudiera ser su finalidad, aunque es indudable que hay que relacionar los geoglifos con rituales religiosos.
Además, Perú, en su variada geografía, guarda otras muchas manifestaciones de arte rupestre poco estudiadas..  Entre los sitios conocidos hay que citar los de Pizacoma, Mazocruz, Candarre y Tarata.  Esta última zona contiene un centenar de abrigos y cuevas con pinturas a las que se han atribuido unas fechas de entre el 3000 y el 1500 a.C.  También en la región de Lauricocha hay sitios con arte rupestre.  Hay que citar también las dos cuevas de Toquepala (departamento de Tacna) con pinturas subnaturalistas formando escenas y con superposiciones, que pueden situarse en torno al 7000 a.C.
Mejor conocido va siendo el arte parietal de algunas regiones de Bolivia (La Paz, Oruro, Potosí, Cochabamba, Chuquisaca, Tarija, Santa Cruz y Beni).  Su abanico cronológico es muy amplio y va desde tiempos preagroalfareros hasta el pasado siglo XX.  Las culturas regionales preincaicas ofrecen diversos estilos y cronologías.  Del periodo "incaico" son alguno sitios de Copacabana y del departamento de Santa Cruz.  Mientras que son subactuales los petroglifos de Chama, tribu amazónica del oriente de Bolivia.
La costa septentrional chilena comparte con la meridional peruana la singularidad de los geoglifos.  En diversas comarcas, desde Arica hasta Quillagua (curso inferior del río Loa), pero principalmente en la provincia de Iquique, se pueden ver estas representaciones en las pedregosas laderas desnudas de vegetación.  El mejor conjunto es el de la Pampa de Tamarugal, en particular, en el lugar llamado Pintados, donde, en una extensión de 6 km., se representa una variada temática de signos geométricos y astrales, junto con figuras humanas y animales en posiciones rígidas y estáticas.  Coinciden casi siempre con encrucijadas o altos en los caminos por los que transcurrían las caravanas de llamas.
En la misma zona chilena de los geoglifos existen una treintena de lugares con pinturas de estilo seminaturalista que seguramente son más antiguas que aquellos.  Hacia el sur se encuentran petroglifos de diversos estilos, que son abundantes en el Salar de Atacama.  En esta región semidesértica hay, además, dos lugares con notables representaciones pictóricas: el Salar de los Infieles y la quebrada de Las Pinturas, ambos con grandes figuras humanas que visten túnicas decoradas.  En la zona de Tarapacá se halla el importante conjunto de Tamenica, que es un santuario dedicado al culto del cóndor, con figuración de complicadas escenas.  Asimismo merecen ser mencionados los sitios de Angostura y Cueva Damiana, en la cuenca superior del río Loa y los cortados entre los que discurre el río Chuschul, todos ellos con grabados.
Más hacia el sur de Chile hay un gran vacío en el que sólo se ha señalado el sitio de pinturas de la quebrada costera de El Médano (cerca de la ciudad de Taltal).  En este conjunto hay escenas de caza de camélidos y de pesca de animales marinos.  Ya en el territorio de Copiapó, en el valle del río Jorquera y comarcas aledaña, hay varios lugares con pinturas.  Es muy conocida la figura del pájaro verde, una pintura polícroma en un abrigo a orillas del río Figueroa.  Por otra parte, mas de mil doscientos conjuntos de grabados, en curso de estudio, existen en la Sierra de la Silla y en el alto valle del río Elqui.
La región de Coquimbo y Santiago, en el centro del país, es la que contiene mayor número de lugares con arte parietal, pero esto seguramente es debido a que la cercanía de la capital ha hecho más intensiva la exploración.  Los conjuntos de la cuenca del Limarí han dado nombre a un etilo qeu se caracteriza por el motivo de la máscara con adornos cefálicos y apéndices espirilados, por ejemplo, las del Valle del Encanto, en Ovalle.  Otra zona de gran riqueza iconográfica es la de las cuencas de los ríos Choapa, La Ligua y Aconcagua.  En este último lugar se encuentra el epicentro del estilo Aconcagua, con figuras humanas de múltiples brazos.  El límite meridional de los petroglifos se ubica en Chanchan (Río Bueno).  En este lugar se ha definido el estilo de Rostros, propio de algunos lugares del territorio araucano. Ya en el extremo sur, en las inmediaciones del lago General Carrera, hay pinturas de estilo patagónico que corresponden al miso grupo que las de la Patagonia argentina, de las cuales hablaremos más adelante.

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27 nov 2012

ARTE RUPESTRE AMERICANO (III)

Varias regiones de México entran de lleno en el arte simbólico de las altas culturas, perteneciendo a fechas relativamente recientes.  Las fases propiamente prehistóricas están muy poco definidas.  En ellas los grafemas van de lo naturalista a lo esquemático y en algunas de sus facies incluyen manos.  Estas abundan en lugares como La Pintada (Sonora) y Mitla (Oaxaca).  En este último lugar se encontraron puntas de proyectil que se fecharon hacia el 2000 a.C.  También en los estados de Queretaro y Guanajuato hay muchos abrigos pintados.
En las islas del Caribe los aborígenes dejaron pinturas y grabados de carácter simbólico en diversas cuevas. En la isla de Cuba los petroglifos y pinturas son de diversos estilos y se encuentran en una cincuentena de cavidades de las regiones de Guara, La Habana-Matanzas, Guaganes, sierra de Cubitos y en el extremo oriental de la isla.  Al sur de su extremo occidental se halla la isla de Los Pinos.  En ella, entre otras, hay que mencionar la Cueva Número Uno de Punta del Este, en la que hay unas doscientas representaciones pictóricas, abundando los círculos concéntricos en rojo y negro y ocasionalmente en blanco.  Parece que en éste y algún otro lugar hay que relacionar las figuras con culto astral; en el solsticio de verano un grupo de círculos recibe los primeros rayos del solo por unos agujeros de la bóveda de la cueva.  Desgraciadamente muchas de las pinturas han sido repintadas para hacerlas "más visibles".
En el subcontinente meridional hay arte rupestre, aunque poco y mal conocido, en las Guayanas, Venezuela, Ecuador y Colombia.  En este último país existen muchas zonas con pinturas y grabados, siendo en su mayoría de tipo geométrico y escutiforme.  En Ecuador hay manifestaciones parecidas en la cuenca alta del río Napo y en el valle de Misaqualli.  En Venezuela hay que mencionar los petroglifos de la cuenca del Orinoco y otros más cercanos a la costa del Caribe, como el gran conjunto de Virgirima.  Se trata, en general de un arte de época incierta y de tipo tribal, probablemente no muy antiguo.
El arte rupestre de Brasil va siendo científicamente bien conocido en los últimos años gracias a la colaboración de investigadores brasileños y franceses.   En los años sesenta fueron pioneros en este aspecto Annette Lamming y J. Emperaire.  Tras sus nombres ha que citar los de P.I. Schmitz y P.A. Mentz Ribeiro, en la región de Río Grande do Sul.  Muchos de los investigadores que han abordado el arte rupestre brasileño han realizado excavaciones en los lugares de Ferraz Egreja y Santa Elina, con fechas hacia el 4000 a.C. siendo las más modernas de cerca del cambio de era.  Todos estos lugares representan zoomorfos que se cuentan por millares, con una paleta que usa tan solo el rojo y el negro.

ARTE RUPESTRE AMERICANO (II)

Aunque no abunda, hay arte rupestre en Alaska, pero parece ser bastante moderno y obra de los esquimales.  Como excepción, un cierto número de grabados podría ser atribuido a la cultura paleolítica esquimal de Denbigh (golfo de Norton) y por ello se fecharía entre el 900 y el 500 d.C.  Hay también arte parietal, muy bello pero de fecha reciente, en la región de los Grandes Lagos, en particular en sus territorios más occidentales, tanto en Canadá como en los Estados Unidos.  Así, por ejemplo, el sitio de Peterborough (Ontario), contiene gran cantidad de grabados que han sido atribuidos a los algonquinos, pero cuyas primeras representaciones podrían ser algo más antiguas.  Con más abundancia se encuentra en diversas zonas de las Montañas Rocosas.  En la parte septentrional las manifestaciones más antiguas se fechan hacia el 3000 a.C., si bien se producen largas perduraciones (jinetes). Concretamente al sitio de Long Lake (Oregón) se le atribuye una fecha superior al 4500 a.C.  Se han distinguido varios estilos: de los cazadores antiguos, abstracto del centro de Montana, Columbia, Dinwoody, Ceremonial y Biographic, que, además, están asentados en diferentes áreas, lo que hace pensar en distintos estilos tribales.
El arte mural de la parte meridional de las Montañas Rocosas -Utah, Texas, Nuevo México- es el más variado de los Estados Unidos. Además, se relaciona con los sitios de la costa del Pacífico e incluso se extiende hasta el norte de México. Así, las pinturas del estado de California guardan un estrecho parentesco con las existentes en el estado mexicano de la península del mismo nombre.  Generalmente se relacionan con la cultura del grupo tribal de los Chumash.  Las cavidades de la Baja California están repletas de figuras polícromas extraordinarias, con antropomorfos orantes y hombres atravesados por flechas, que alcanza los 3 metros de altura y unas representaciones zoomorfas de alto realismo.  Los principales conjuntos se hallan en la Sierra de San Francisco (cerca de Mulegé), ilustradas por las investigaciones de Ramón Viñas, J.M. Fullola y su equipo. Al parecer, una parte de las pinturas conservaba para los indígenas un valor ritual cuando llegaron allí los primeros misioneros españoles en el siglo XVII.

26 nov 2012

ARTE RUPESTRE AMERICANO (I)

La complejidad del poblamiento prehistórico de América, tanto en el tiempo como en el espacio, las dificultades de su periodización y el hecho de que la vida aborigen prosiguiera durante milenios y en mucho lugares haya perdurado hasta tiempos "históricos" o incluso modernos, son factores que dan lugar a una problemática complicada en lo que al arte rupestre americano se refiere.
Pinturas y grabados rupestres existen en innumerables sitios del territorio americano.  Se trata de grafemas que constituyen una memoria "histórica" que con frecuencia se hace difícil entender y explicar.  En ocasiones, las superficies rocosas pintadas o grabadas han sido utilizadas en diversas épocas o estadios culturales. Las superposiciones, como en todos los lugares donde existe arte rupestre, permiten establecer qué es más antiguo y qué es más moderno.  Siguen, luego, los problemas de atribución cultural que, por suerte, a veces vienen explicados por la arqueología.  Por último hay que encararse con la cronología absoluta, que compone en mayor de los dilemas para el investigador.  Recordemos que en América la aparición del caballo -y del jinete que lo montaba-, postcolombina, constituye un punto de referencia importante (precisamente este animal tuvo sus lejanos antepasados en el continente americano donde se extinguió al llegar el Holoceno y del que no existen representaciones prehispánicas).
Los viajeros del siglo XIX, con Aleander von Humboldt y Alcide d'Orbigny ya señalaron la existencia de pinturas y grabados  rupestres, pero los consideraron de poca antigüedad.  Surgió pronto la idea de que podría tratarse de "cosas prehistóricas".  Así, en la temprana fecha de 1876, Francisco P. Moreno publicó un trabajo que contiene breves referencias a las pinturas de Punta Wualichu (Lago Argentino, provincia de Santa Cruz); en 1879, Ramón Lista señaló la existencia de cuevas pintadas en el valle de Río Gallegos; en 1884, E.L. Holmberg da a conocer las pinturas mascariformaes de Cueva de los Espíritus (sierras de Curá-Malal, Bahía Blanca, Argentina).  A partir de comienzos del siglo XX las noticias se multiplican en todo el continente.
Teniendo siempre en cuenta las dificultades cronológicas y de atribución cultural y rebasando incluso los límites de lo que pretendemos subrayar aquí, a continuación efectuaremos un rápido y selectivo repaso del contenido rupestre del norte a sur de América.

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ORIGEN DE LA AGRICULTURA AMERICANA (II)

Poco sabemos del desarrollo de la agricultura en los países situados entre México y Perú.  En los yacimientos de Monsú y Puerto Hormiga, en Colombia, y especialmente en Ecuador, aparecen las cerámicas más antiguas de América, en particular  la cultura de Valdivia (zona litoral de la provincia de Guayas), con fechas ligeramente anteriores al 3000 a.C.  El yacimiento principal es un poblado de pescadores con concheros y restos de habitación.  Sus habitantes no practicaban la agricultura, pero eran hábiles navegantes.  Sus cerámicas tienen una decoración y acabado que recuerdan los de la cultura de Jomon (Japón).  También se han encontrado figuritas de tierra cocida y de piedra.  Su interpretación, por ahora, constituye un maravilloso enigma.  Algunos autores defienden la idea de la llegada de pescadores japoneses hasta las costas ecuatorianas, con la correspondiente aculturación de los aborígenes.  Durante el III milenio a.C. en Valdivia se construyen los primeros centros ceremoniales, por ejemplo en Real Alto, a unos 20 km de la costa.  Entre 1300 y 800 a.C. se produce en la región de la cultura de Machalilla, y luego, del 500 a.C. al 500 d.C., la cultura de Chorrera, ambas poseedoras del maíz y con algunos rasgos culturales llegados de Mesoamérica.  En la primera las cerámicas están decoradas con figuras geométricas y antropomorfas.  La segunda posee una bella cerámica pintada con formas diversas.
Ya hemos señalado la existencia de áreas marginales.  Para la agricultura hay que referirse a dos concretamente: el noroeste de Argentina y las regiones cercanas y el sudoeste de los Estados Unidos.  Entre ambas existe un cierto paralelismo.
Al pueblo diaguita hay que atribuir la cultura de la Aguada en el noroeste argentino (Puna, Córdoba, San Luis y occidente de San Juan y Mendoza) con extensiones hasta Bolivia, norte de Chile y sur del Perú.  La agricultura, con frecuencia se hizo posible gracias a la irrigación (caso del maíz).  Los aguadenses vivían en poblados bien organizados, con cabañas circulares.  En su fase más reciente, estas aldeas se fortifican (en Argentina se les llama pucará).  Se han establecido tres fases: antigua, media y tardía.  Son ejemplos de los períodos antiguo y medio de los estilos cerámicos de la Ciénaga (monocromía) y de Condorhuasi (poliromía), ambas de excelente calidad.  En toda la secuencia se observa la influencia del gran centro religioso de Tiahuanaco (lago Titicaca) y en su última fase conoce la metalurgia del bronce, originada en dicha zona del Altiplano.
En el sudoeste de los Estados Unidos -Arizona, Nuevo México, sur de Utah y Texas- así como en México -Sonora y Chihuahua- se desarrolló asimismo una agricultura "marginal".  Existen en dicho territorio tres áreas culturales: Anasazi, al norte; Hohokam, en el sudoeste, y Mogollón, en el sudeste (entre 500 a.C. y 1300 d.C.).  Sus habitantes practicaban inicialmente la trashumancia estacional.  Conviene recordar que en la parte meridional  del área indicada, concretamente en Tehuacán y Tamaulipas, se hicieron los primeros ensayos de domesticación de vegetales.  Hacia el 1500 a.C. el pueblo de aquellas áreas ya poseía el maíz que era cultivado mediante técnicas de irrigación.  Los únicos animales domésticos eran el pero y el chumpipe o pavo.  De la fase Honokam es representativo el sitio de Snaketown (Cerca de Phoenix, Arizona) y de un momento avanzado de la misma el lugar de Casas Grandes (Arizona), con construcciones de dos y tres plantas en las que se combinan el adobe y la piedra.  Las tres fases guardan estrechas analogías.  Las formaciones antiguas de los Anasazi son denominadas de los Cesteros o Basketmakers, con viviendas circulares que tienen el pavimento por debajo del nivel del suelo.  Cultivaban el maíz y la calabaza.  Hacia el 700 d.C. los Anasazi inician el período Pueblo que se hace histórico con la llegada de los españoles.
Queda someramente explicado, pues, que la agricultura americana tuvo distintos focos y tiempos diferenciados.  La sedentarización y las prácticas agrícolas seguramente permitieron el desarrollo de unas ideas religiosas -complejos ritos funerarios, edificios de culto- y el surgir de unas nuevas clases sociales en las que ocupaban un lugar preeminente las castas sacerdotales.  A partir del II milenio a.C., en Mesoamérica y en el área central de los Andes, se producen adelantos que forman el llamado Período Formativo, durante el cual surgen las culturas urbanas de los Mayas, Aztecas e Incas.

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ORIGEN DE LA AGRICULTURA AMERICANA (I)

Los cambios climáticos del Holoceno fueron la causa principal de la especialización de los recolectores, que les llevaron a ciertas formas de primitiva agricultura.  Con ello la caza pasó a ser una actividad complementaria que en ocasiones era sustituida por la pesca con el uso de anzuelos y redes.  Hay que tener en cuenta que muchos amerindios no llegaron a tener agricultura o no la practicaron por no adaptarse a su medio ambiental.  La paleobotánica americana es una ciencia en la que se sigue investigando con tantos resultados positivos como incógnitas por desvelar.  Los tratadistas son muchos e incluso los hay que sugieren que algunas plantas -batata, calabaza y cocotero, por ejemplo- pudieron llegar a América por medio de contactos con la Polinesia.
El proceso completo del paso de la recolección a la agricultura se conoce bien en México gracias a las investigaciones efectuadas en las zonas de Tehuacán y Tamaulipas.  El mayor logro de este proceso fue la domesticación del maíz en las tierras altas de México, Chiapas y Guatemala.  A partir de ellas se llevó a cabo un continuado proceso de domesticación e hibridacion.  El maíz cultivado en Tehuacán es actualmente l de fecha más antigua (anterior al 3500 a.C.).  Entre los vegetales también domesticados en época temprana (fase Nogales de Tamaulipas), a principios del III milenio a.C. figuran el fríjol o alubia, cuatro especies de calabaza, el ají o pimiento, el amaranto, el aguacate y el algodón (aparentemente resultado del cruce entre una variedad local con otra del Asia meridional, lo que plantea un nuevo problema sobre los contactos transpacíficos).  En esta región la cerámica no aparece hasta poco antes del 2000 a.C.
Una transición análoga debió producirse en Perú, pero los datos cronológicos son menos definitivos.  En las costas meridionales de Perú, en Paracas, Chilca y Nazca, hacia el 4000 a.C. está presente un horizonte cultural que posee anzuelos de hueso y de agujas de cactos, puntas de proyectil, piedras de moler, recipientes de calabaza, sí como esteras y redes de fibras vegetales.  Sus habitantes poseían una agricultura rudimentaria que cultivaba el fríjol, pero no el algodón.  De entre el 2000 y el 1200 a.C. hay que señalar los poblados de Huaca Prieta (costa norte) y Asia (al sur de Lima), ambos precerámicos, habitados por pescadores y recolectores de moluscos que eran también incipientes agricultores.  Cultivaban la calabaza, el fríjol, el pimiento, la algarroba, el quino y el algodón.  Este último parece que se usaba para redes, bolsas y cordones, así como para tejidos bastante perfeccionados (con motivos ornamentales en zig-zag, de varios colores).  La cerámica aparece en la costa peruana entre el 1800 y el 1200 a.C.
En algunos lugares de la costa central de Perú está presente, en torno al 1400 a.C. la planta más apreciada: el maíz, llegado, según algunos botánicos, desde México a través de la América central (existe también un maíz andino).  Este es el momento en que en el altiplano andino ya se habían domesticado la llama y la alpaca.  Un poco antes se había conseguido en la costa la domesticación de la batata y la patata, como demuestran datos conseguidos en el poblado de Huaynuna (valle de Casma, Ancash), aunque se puede considerar que acaso esto se logró en tierras tropicales de más al norte.  En el transcurso del primer milenio a.C. la agricultura peruana se perfeccionó, llegando a las tierras altas a través de los valles.

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YACIMIENTOS CONCHEROS EN AMÉRICA

En España se les llama "concheros", "conchales" en Chile; "sambaquís" en Brasil, o "basureros" en general.  Estos yacimientos constituyen pequeños montículos formados por la acumulación de conchas y otros detritos.  Estaban habitados por recolectores de mariscos y plantas que, ocasionalmente, practicaban también la caza.  Fueron ocupados durante varios milenios y con frecuencia proporcionan estratigrafías, con restos de cabañas e incluso enterramientos.  En sus niveles superiores suelen contener restos cerámicos.
En mayor o menor abundancia, los concheros están presentes en todas las costas sudamericanas, aunque también existen en el subcontinente septentrional, en zonas tan dispares como California o Alaska.
En la costa atlántica de Colombia, tenemos el yacimiento de puerto Hormiga (en Arjona, dep. de Bolívar), que ha dado fechas radiocarbónicas entre el 3000 y el 1000 a.C.  Pero ha sido Brasil el país donde los "sambaquís" han sido más estudiados.  Abundan en las costas de Río Grande do Sul, Santa Catarina, Paraná, Sâo Paulo y Río de Janeiro, pero también son frecuentes en Bahía, Río Grande do Norte, Piauí y Maranhâo.  En Pará hay otro denso foco, por ejemplo, en las bocas del río Tocantins y en la isla de Marajo.  Existe una fase antigua (entre el 6000 y el 3000 a.C.) con guijarros tallados y semipulimentados, atestiguada en sambaquís, como los de Maratúa (isla de Santo Amaro, Sâo Paulo), Ilha do Corisco y Bôa Vista (en la isla Comprida, Paraná).  Una segunda fase se inicia hacia el 2000 a.C. con utillaje más diversificado (colgantes de concha y piedra, punzones de hueso, uso del ocre) y está bien representada en Guaraguacú y Macedo (bahía de Paranaguá) y Araujo (Paraná).  La tercera fase, correspondiente al I milenio a.C. se ha encontrado en los niveles superiores de los lugares indicados y en otros, como Rio dos Pinheiros (Santa Catarina).  La cuarta fase corresponde a tiempos recientes, durante los cuales los sambaquis fueron ocupados por gentes guaraníes, que aportaron su cerámica.
En las costas sudamericanas del Pacífico, los concheros se hallan desde Ecuador, principalmente en Perú y Chile.  En este último país se les atribuye la cultura del anzuelo de concha, que fue definida por J. Bird.  En ella se refleja en ocasiones la influencia de los cazadores poseedores de puntas de proyectil.  Su utillaje comprende varias formas de anzuelo, lascas retocadas o no, raspadores, percutores, machacadores, morteros y rudimentarias hachas de mano.  No hay señales de cerámicas, tejidos o del uso de prácticas agrícolas.  Yacimientos de esta cultura, entre otros muchos, son: La Herradura (Coquimbo), Chañar de Aceitunas (Atacama), Arica Pisagua (Punta Pichalo) y Taltal (Antofagasta).  Una fase avanzada, pero siempre precerámica, está representada en el cementerio de Guanaqueros (La Serena, Coquimbo).  A la industria indicada hay que sumar en este lugar: cueros sin curtir, pero cosidos, toscos arpones, puntas bitriangulares, adornos con plumas de ave, cestería y tejidos bastos.  A todo el conjunto se le asignan unas fechas que van del 4000 al 1000 a.C. aproximadamente.

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9 nov 2012

POSTPALEOLÍTICO AMERICANO

Con el paso del tiempo, la fauna y la flora influyeron en nuevas formas culturales que, con frecuencia, constituyeron meras supervivencias de las etapas anteriores. Los ritmos temporales y de evolución son muy variados.  Al producirse la "neolitización", primero en México y luego en Perú, en sus respectivos territorios desaparecen antiguos grupos, pero en otros lugares se dan las que se ha llamado "culturas arcaicas" de los Estados Unidos o en zonas marginales de Sudamérica., y que pueden considerarse formas de vida mesolíticas que han llegado hasta tiempos más recientes.  Esta marginalización se dará igualmente de las culturas de Mesoamérica y los Andes.  
En Estados Unidos y Canadá, por ejemplo, persisten, con muy pocos cambios, las formas culturales paleolíticas en plena evolución.  Reciben la denominación de "culturas arcaicas".  Hacia el 3.500 a.C. la especie antigua del bisonte desapareció y fue sustituida por la actual.  La fauna pastaba en las extensas praderas, como demuestra la Palinología.  Los cazadores de este período crearon nuevos tipos de puntas de proyectil (derivadas de los antiguos modelos de Clovis y Folsom), con ciertos modelos que hay que considerar ya como puntas de flechas para arco.  Les acompañan gubias, mazas, vasijas de piedra, propulsores, hachas pulimentadas, muelas y utensilios de hueso. Las etapas más recientes utilizan cobre trabajado a martillo.  Los principales grupos regionales son, entre otros, los de Ohio, Illinois, Missouri, montes Ozarks y Bajo Mississippi.  La cronología de estos cazadores rondaría entre el 7.000/6.000 a.C. y el 2.000/1.500 a.C.
La Cultura del Desierto ocupa la Gran Cuenca de los Estados Unidos (Nevada, Arizona, Nuevo México y Texas), extendiéndose al noroeste y centro de México, incluida la Baja California.  Sus portadores desarrollaron un género de vida en el que tenía parte importante la recolección, que se complementaba con la caza y la pesca.  El utillaje, por ello, incluye piedras de moler y manos de mortero, junto con vestigios de utensilios cinegéticos y redes.  En California y Baja California aparecen en las costas los primeros concheros.  Cabe destacar el hallazgo de la cueva Danger (Utah), a orillas de un lago que presenta claramente la evolución de esta cultura.  Su fase más antigua se remontaría en torno al 8.000 a.C. y tiene piedras de moler, leznas de hueso, restos de cestería, algunas puntas de proyectiles, núcleos y lascas.  Sus habitantes cazaban bisontes, ciervos y antílopes (cuyas carnes desecaban) y comían, además, bellotas, nueces, piñones, raíces y bulbos.  En Arizona, Nuevo México y varios estados del norte de México la cultura del Desierto recibe el nombre de Cultura Cochise.  En las regiones más meridionales se hace menos característica.  Así ocurre en Chicolapan (lago Texoco, México), con muchos indicios del consumo de vegetales entre el 5.000 y el 4.000 a.C.

En Centroamérica se sabe poco de esta etapa.  Contemporáneo de las fases finales de la cultura del Desierto, pero sin contactos con ella, es el conchero de Cerro Mangote (Veraguas, Panamá), con sepulturas, diversos utensilios en piedra, algunos de hueso y cuentas ornamentales de collar de concha de molusco.  Para los niveles más antiguos hay una datación radiocarbónica del 4.800 a.C.

En Sudamérica la diversificación postpaleoelítica es mucho más acentuada y algunos de sus grupos sobreviven hasta tiempos que cabe calificar como "históricos".  En las regiones andinas de Perú, Bolivia, Argentina y Chile, existe en esta época un clima más húmedo que el actual y los cazadores frecuentaban las comarcas cercanas a los "salares", antiguos lagos desecados en cuyo entorno proliferaba abundante fauna.  Estos cazadores poseen diversas formas de puntas de proyectil específicas.  En el alto Paraná, por ejemplo, los cazadores-recolectores se hacen también "plantadores". En esta región se desarrolló un facies singular que se llamó Altoparanense y que se extiende a Río Grande do Sul, Paraguay, Mesopotamia y la provincia de Misiones, en Argentina.  Lo individualizan los picos o "clavas" de piedra, ligeramente curvas, que parecen de tradición "protolítica", pero acaso se aplicaban a una agricultura muy rudimentaria.
Y es que, aprovechando el nicho ecológico favorable, los altoparanenses pasaron de la recolección intensiva a una proto-agricultura manifiesta.  El Altoparanense clásico se sitúa entre el 6.000 y el 3.000 a.C., tiene otra fase entre el 3.000 y el 2.000 y hacia el 1.000 ya posee cerámica, entrando de lleno en un Neolítico marginal.  Este paso de la recolección a una primera agricultura también se produce en las costas septentrionales de Perú, Ecuador y Colombia.  Pero, en general, las demás zonas sudamericanas tienen formas culturales retardatarias que persisten a ritmos muy distintos.
En las regiones andinas antes indicadas son frecuentes los yacimientos al aire libre y las puntas de proyectil se emparentan todas con los tipos de la hoja de sauce.  La estratigrafía de la Cueva de Lauricocha presenta en su primer Horizonte los tipos que son su antecedente con una datación del 7.500 a.C.  En los Horizontes siguientes las puntas evolucionan hacia el tipo Ayampitín.  Al mismo Horizonte I de Lauricocha corresponderían los yacimientos de Callavallauri, Huancayo e Icuña (tierras altas de Perú y departamento de Puno).  En la región de los "salares", puna argentina y desierto de Atacama, también abundan este tipo de hallazgos que corresponden a cazadores-recolectores que cazaban guanacos, ciervos y animales pequeños.
En la zona central argentina, sus habitantes postpaleolíticos perfeccionan la punta de proyectil, denominada aquí Punta Ayampitín (lugar epónimo en la Pampa de Olaén, provincia de Córdoba), de forma de hoja de sauce lanceolada, bifacial y gruesa, que llegó a tener gran difusión.
Además el Ayampitiense se encuentra en el noroeste argentino (valles de Santa Maria y de Hualfín, Catamarca), La Rioja (El Totoral) y San Juan.  En la región pampeana, en Carcarañá, cerca de Rosario, se halló un depósito ce piezas bifaciales, no fechado.  Más al sur, los hallazgos de puntas lanceoladas son esporádicos.
En el norte de Chile cabe mencionar la cultura de San Pedro de Atacama (Tutlán, Puripica), en la que las puntas de flecha de tipo Ayampitín se encuentran con vestigios de casas que atestiguan cierta sedentarización.  En Bolivia, el Ayampitiense llega a la región de La Paz, donde recibe el nombre de Viscachanense II.  Pero es que estas puntas llegan incluso hasta Venezuela, donde reciben el nombre de El Jobo (región de Coro).  Aquí son más antiguas, ya que fragmentos de las mismas fueron excavados en asociación con restos de mastodonte en el sitio de Taima-Taima.
La cultura de Ayampitín evoluciona hasta constituir el Ongamiriense (epónimo de un yacimiento de la provincia de Córdoba), también llamado Ayampitiense II, que inicia su andadura hacia el 4.000 a.C. y perdura en Argentina hasta que surgen, poco antes del cambio de era, las culturas agrícolas poseedoras de cerámica.
Entre el VI y el IV milenio a.C. sobreviven y evolucionan otras formas culturales que no poseen puntas de proyectil.  En Argentina estas etapas reciben diferentes nombres: Tandiliense (Tandil, Buenos Aires) y Riogalleguense (río Gallegos, Patagonia), ambos con una industria de lascas y algunos toscos bifaces más o menos amigdaloides.  También tenemos el Jabaliense (isla de Jabalí y península de San Blas, entre los ríos Colorado y Negro), poseedor de toscos choppers y de edad poco precisa.  Todo ello incluidas formas aún menos definidas.  Este es el caso del Catalanense y el Cuareimense, en Uruguay.  En la costa, algunos yacimientos de este período tienen la forma de concheros, como los riogalleguenses de Punta Medanosa y sobre todo en las islas y los canales magallánicos.  A través de fases diversas, esta peculiaridad de la vida litoral de los canoeros llegará hasta sus descendientes modernos.  En la Patagonia continental surge después del 1.000 a.C. el Tehuelchense (cazadores llamados "indios a pie" que hacia el 1.700 de la era moderna adoptan el caballo por influencia europea).  
En el territorio magallánico de Chile una variante de la cultura de la concha/cuchillo, definida por unos cuchillos raspadores fabricados con valvas de moluscos hace su aparición.  Su utillaje se completa con arpones, leznas y punzones de hueso, así como adornos de concha.  Hay que subrayar la importancia del uso de canoas elaboradas con corteza de árbol (de las que reciben su definición étnica). En tiempos recientes -desde el siglo XVI- sus descendientes son los yámanara y los alaklufos.

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8 nov 2012

PALEOLÍTICO SUPERIOR EN AMÉRICA

Este periodo se caracteriza por la identificación de sociedades amerindias que poseyeron un utillaje especializado -puntas de proyectil, principalmente- y  por lo tanto se los tiene por cazadores especializados o superiores.  Estos nuevos grupos deben ser relacionados con los cazadores de mamuts que habitaron en Siberia, con un denso núcleo en la zona del lago Baikal.
Las etapas principales por las que pasaron estos pueblos cazadores pueden sintetizarse en el ejemplo concreto del altiplano de México, cuya secuencia tiene sus apoyos esenciales en las numerosas excavaciones y dataciones de cuevas, abrigos y sitios al aire libre, así como los correspondientes estudios interdisciplinarios llevados a cabo por distintos investigadores.  Sus etapas son las siguientes: 
-Fase Ajuereado (10.000-6.500 a.C.)
-Fase El Riego (6.500-2.300 a.C.)
-Fase Coxcatlán (5.000-3.500 a.C.)
-Fase Abejas (3.500-2.300 a.C.)
Los primeros indicios de una incipiente agricultura (maíz, aguacate, calabaza, alubia) se situarían en esta región en torno al 5.000 a.C. siendo un notable ejemplo de prácticas agrícolas anteriores a cualquier sedentarización.
Hacia el 10.000/8.000 a.C. las grandes masas glaciares habían iniciado su regresión.  La frontera entre las tierras libres de hielo y la masa glaciar discurría al norte de los Grandes Lagos y seguía el valle del río Mackenzie que discurre hacia el océano Ártico.  Cerca de las costas del Pacífico también retrocedía el glaciar de las Montañas Rocosas.  El paso,, pues, por los restos de lo que había sido Beringia y por las islas Aleutianas sin duda se hizo más fácil si bien seguramente implicaba una rudimentaria navegación.  Al propio tiempo el "corredor continental" se hizo mucho más amplio.
Los hábitos culturales de estos cazadores se manifiestan en las áreas de descuartizamiento, en las que abundan los huesos de mamut y de reno-caribú en las zonas más septentrionales, así como de mastodonte en las meridionales (Missouri).  La caza fue tan intensiva que contribuyó a la extinción de los proboscideos.  Cuando esto ocurrió, los cazadores se especializaron en la captura del bisonte.
En Nuevo México se ha hallado el yacimiento epónimo de las puntas de Clovis, elemento esencial de las sociedades de las Grandes Llanuras de los Estados Unidos (ca. 9.500 a.C.).  Se trata de puntas de proyectil más bien pequeñas (6-10 cm) de base algo cóncava, que presentan un ancho surco en el eje longitudinal de las dos caras ("puntas aflautadas").  Estas acanaladuras adelgazan la pieza y la hacen más ligera.  Eran cabezas de lanza o jabalina.
Las puntas de Clovis van asociadas con raspadores, perforadores, buriles, lascas retocadas y otros útiles similares.  Se encuentran por todos los Estados Unidos, aunque son más abundantes en los estados del sur y se supone que penetraron por México.
La etapa siguiente se individualiza por la punta de Folsom, nombre del yacimiento de Nuevo México donde se halló por primera vez en 1926, asociada a huesos de un tipo extinguido de bisonte.  Un poco más pequeña y ancha que la Clovis, parece ser una evolución de ésta, es de retoque más fino y se acentúan los dos péndulos de la base.  Su complejo suele llamarse cultura Lindenmeier y los principales elementos de su industria son raspadores, perforadores, buriles y hojas de cuchillo elaboradas en silex, así como molederas de areniscas y algunos huesos trabajados.  Este complejo se extiende por los estados de Montana, Wyoming, Colorado, Nuevo Méxio y Texas, llegando hasta Canadá (Alberta y Saskatchevan) y con infiltraciones en México.
En unas fechas cercanas al 9.000/7.500 a.C. existen otros tipos de puntas de proyectil bifaciales, menos abundantes, que parecen emparentadas con las Clovis, pero que, en su mayor parte son contemporáneas de las Folsom. Reciben los nombres de Middland, Plainview, Agae, Milnesand y Meserve.  Enraizadas en los tipos de Clovis y Folsom, son los preludios de una complicada evolución que se proseguirá en el tiempo cuyos productos se parecerán cada vez más a las piezas del Neolítico del Viejo Mundo.
Cabe destacar que las puntas de Folsom no parecen haber pasado del norte de México.  En este país, a más característica es la punta de Lerma, en forma de hoja de laurel (como las del Solutrense europeo), retocada por ambas caras y de entre 4 y 8 centímetros de longitud.  Dicha hoja es propia de las fases Ajureado y El Riego.
En las regiones central y nordeste de México vivieron desde fechas muy antiguas unos cazadores especializados en la fauna mayor que también poseían puntas bifaciales, lascas retocadas y otros instrumentos líticos.  Fueron los primeros en utilizar la obsidiana.  Se les ha denominado "cazadores de megafauna" y se remontan al período entre el 15.000 y el 6.500 a.C.

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7 nov 2012

LOS PRIMEROS POBLADORES DE AMÉRICA (II)

Sabemos que los primeros pobladores de América poseían una tosca industria lítica que se asemeja a las encontradas en Asia oriental, aunque debemos subrayar la práctica ausencia de hachas de mano.  Conocemos que eran grupos humanos dedicados a la caza y recolección cuyas formas de vida evocan de algún modo las tradiciones y modelos del Paleolítico Inferior y Medio de Europa.  En los Estados Unidos se citan unos cuantos yacimientos con fechas anteriores al 25.000 a.C., muchos de ellos cuestionados.  Pero es en California donde se sitúan cuatro que parecen ser, por el momento, los mas antiguos encontrados en el continente americano.

CALICO MOUNTAINS.  Es una zona desértica, a unos 200 km al este de la ciudad de Los Ángeles.  Presenta una industria lítica de lascas y toscos utensilios con tendencia a formas de bifaces.  El conjunto es atribuido a los comienzos de la glaciación de Wisconsin (80.000-50.000 a.C.).
CHINA LAKE.  En la vertiente meridional de Sierra Nevada, a unos 200 km del yacimiento anterior.  En las orillas de lo que otrora fue un lago se halló una industria lítica de grandes lascas asociadas a huesos de mamut (42.000 a.C.).
MISSION VALLEY.  En la periferia oriental de la ciudad de San Diego.  En las terrazas pleistocenas de este lugar se ha encontrado una industria lítica de tipo arcaico cuya antigüedad se acercaría a los 100.000 años (si bien todavía hoy se cuestiona la datación).
WOOLEY MAMOUTH, en Santa Rosa.  Las islas de la California meridional estuvieron en épocas muy antiguas unidas al continente, lo que permitió la llegada del mamut.  Al convertirse en islas, este animal disminuyó en su tamaño, siendo entonces objeto de caza de los primeros amerindios.  Se han encontrado allí industrias arcaicas asociadas con los restos de dicho animal, con hogares que se fechan entre los 40.000 y los 25.000 años.
A las antedichas habría que sumar una cueva en el sur de Nuevo México llamada Pendejo Cave, cerca de Orogrande, que ha proporcionado niveles con industria tosca y fauna extinguida que se remontarían 50.000 años en el tiempo.
En las regiones más septentrionales únicamente se pueden señalar dos yacimientos muy antiguos que podrían testimoniar las primeras migraciones.  Ambos se encuentran en el valle del río Yukon (extremo noroeste de Canadá).  Se trata de Old Crow, donde se encontró un instrumental óseo elaborado con huesos de animales extinguidos (40.000-25.000 años) y Bluefish Cave, con restos líticos y óseos con una tradición tecnológica que demostraría la adaptación de los humanos a las difíciles condiciones ambientales del territorio circundante en los 15.000 últimos años del Pleistoceno.
En México existen otros hallazgos que se remontan a etapas primigenias.  Tenemos por ejemplo el de El Cedral (San Luis de Potosí), con ocho metros de estratigrafía, cuyos niveles más profundos contienen fauna extinguida junto con elementos materiales líticos (flechas datadas en más de 30.000 años). Tlapacoya-Zohalpico (en el Distrito Federal) sito a orillas de un antiguo lago ofrece una estratigrafía todavía más completa y una riquísima fauna en la que la primera presencia humana se data en torno al 20.000 a.C.  En la región de Puebla tenemos los yacimientos de Valsequillo, con secuencias de niveles fechados entre el 33.000 y el 20.000 a.C.  Y no podemos obviar, en la Baja California, el yacimiento de Chapala, donde los materiales líticos recogidos en superficie de lo que antiguamente serían lagos o lagunas muestran industria de fechas anteriores al 30.000 a.C.
El número de yacimientos sudamericanos va aumentando gracias a las excavaciones e intervenciones en curso que proporcionan nuevos nombres y datos.  No profundizaremos aquí en todos ellos.  Baste con mencionar que los que, por ahora, cuentan con dataciones más antiguas serían los de Monte Verde y Pedra Furada, también con niveles del 30.000 a.C.  En el área de Sâo Raimundo Nonato (Piauí, Brasil) encontramos varios yacimientos arqueológicos con pinturas rupestres, donde destaca el de Toca do Boqueirao da Pedra Furada, con cuatro fases que se desarrollan incluso en el 48.000 a.C. y llegan hasta el 11.000 a.C.  Su industria incluye perforadores, denticulados, lascas retocadas, raederas, cuchillos, raspadores y cantos preparados.  Del lugar de Briotorcido proceden los restos de una mujer que se ha fechado en torno al 10.000 a.C.
Resumiendo, aunque los yacimientos son pocos -un centenar aproximadamente-, esto es debido a la falta de  intervenciones por parte de los arqueólogos más que por la inexistencia de los mismos.  Sabemos que el ser humano llegó hasta los mismos confines del continente americano en fechas razonablemente tempranas (hay restos protolíticos en la Patagonia).  Cabe destacar, y no es tema baladí, que los hombres que crearon aquellas industrias anteriores al 30.000 bien podían ser neanderthaloides, de los que, hasta el momento (y es curioso) no se ha encontrado ningún resto.  Se ha especulado, no obstante -y este tema resulta más que apasionante- que hacia el 30.000 a.C. pudo existir una oleada étnica australoide, pues gentes de este tipo pudieron vivir en el nordeste de Asia antes de la gran expansión de la raza mongoloide.  Las oleadas consecutivas, y seguramente las más numerosas, fueron mongoloides.  Los esquimales -o inuit, para ser más exactos- fueron los últimos en cruzar el estrecho de Bering y por ello se convierten en los amerindios de apariencia más mongólica y el principal elemento que configuró definitivamente la población de la América precolonizadora.
Dicho de otro modo: es más que evidente para los investigadores que existieron grupos étnicos diferenciados y que la deriva genética provocada por la endogamia en linajes influyó considerablemente.  A partir de ellos, el aumento demográfico derivaría en la formación de contingentes con unas características que reproducirían las peculiaridades de aquellos pocos antepasados remotos.  Si a ello se le suma la adaptación medioambiental, el complejo problema racial de los primeros pobladores de América queda sucintamente explicado.


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LOS PRIMEROS POBLADORES DE AMÉRICA

Desde que llegasen las tres naves de Colón al mal llamado "Nuevo Mundo", mucho se ha escrito en torno a la cuestión del origen de sus pobladores.  Sobra decir que los casi quinientos años de historiografía al respecto arrojaron incontables teorías, la mayoría de las cuales deberían, como mínimo, ser consideradas como disparates: desde el tema de los orígenes bíblicos de la dispersión de los hijos de Noé, defendida por Arias Montano en 1593, o las diez tribus perdidas de Israel (que todavía hoy defienden los mormones), a la llegada por mar de púnicos, egipcios, griegos o germanos, pasando por las raíces tártara o china (más cercana a la verdad).  A partir de los últimos años del siglo XIX, la Americanística es una ciencia en proceso de consolidación que arroja las primeras teorías verosímiles sobre el origen de los pueblos americanos.  Rechazada por completo la tesis sobre el origen autóctono expuesta por el paleontólogo argentino Florentino Ameghino (1854-1911), pronto aparecieron las teorías "modernas".  De este modo se llegó a la conclusión -ampliamente admitida aunque con matices- de que el primer poblamiento americano se produjo a través de lo que ahora es el estrecho de Bering durante la glaciación de Wisconsin.  Esta tuvo una duración larga, y lo que ahora se investiga es en qué  momentos de la misma hubo hombres que pudieron realizar el paso de uno a otro continente.  Lo que resulta evidente, incluso obvio, es que se trató de gentes que disponían ya de un dominio sobre el fuego, precioso elemento que resultaba imprescindible para permitirles la supervivencia en las tierras subárticas situadas entre Siberia y Alaska.
Al igual que el Viejo Mundo (discúlpeseme el chovinismo), este enorme escenario geográfico que es América sufrió las diversas mutaciones que caracterizaron todo el período Pleistoceno (entre el 1.800.000 y 8.000 a.C.).  Por ejemplo, el territorio de la actual Canadá estuvo cubierto por una colosal masa glaciar cuyos avances y retrocesos han permitido a los científicos definir  cuatro ciclos glaciares que reciben los nombres de Nebraska, Kansas, Illinois y Wisconsin (y los correspondientes interglaciares: Altoniense, Yarmouth y Sangamon).  Es, sin duda, un proceso climático semejante al europeo, pero con un cierto desfase que hace que el pleno Holoceno llegue algo más tarde a América del Norte.
Los distintos descensos del nivel del mar en los períodos más gélidos -movimientos eustáticos- hicieron que quedara abierto en el poco profundo mar de Bering el que se ha llamado puente de Beringia, espacio que sería ampliamente utilizado por la fauna y también, como queda dicho, por el ser humano.  Más de cuarenta especies animales pasaron de Asia a América (entre otros, el mamut, el reno/caribú, el bisonte, el toro almizcleño y el alce) y una decena hicieron el camino inverso (entre ellos los antepasados del camello, el lobo, el zorro, la marmota y -¡ojo!-el caballo.  El puente de Beringia tuvo que estar abierto durante largos períodos y contener la vegetación esencial para la supervivencia de aquellos animales, por ejemplo los árboles para las marmotas.  Se entiende que, en su dependencia de los animales, el cazador primitivo también transitó por aquel espacio buscando los territorios costeros de la Columbia Británica y lo que ahora serían sus archipiélagos.  Además debió abrirse el llamado corredor continental libre de hielo, en las actuales provincias canadienses de Alberta y Saskatchewan.  Y no hay que obviar ni excluir la probable utilización de otro puente, el que forman las islas Aleutianas, que abren directamente el camino desde la península de Kamchatka a los archipiélagos americanos de la costa del Pacífico.
En este inmenso y complejo escenario, siempre en busca de nuevos territorios de caza, los grupos poblacionales realizarían una constante penetración en el sentido norte-sur.  En el norte, el camino de la costa llevaba directamente a las tierras de Oregón y a la templada California.  El "corredor continental" abría el paso hacia las grandes llanuras del centro de los Estados Unidos.  Salvado el actual istmo de Panamá, más hacia el sur, se abrían cálidas tierras desconocidas con nuevas posibilidades.  También aquí el estrecho corredor entre el Pacífico y los Andes parece que fue la principal vía de penetración.

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6 nov 2012

LOS ENTERRAMIENTOS INDIVIDUALES EN LA EDAD DEL BRONCE

Una de las novedades de la Edad del Bronce es la progresiva generalización de los enterramientos individuales, lo que no excluye la reutilización de algunos sepulcros megalíticos. Este abandono del ritual colectivo por el individual se generaliza en toda Europa occidental desde finales del Calcolítico y se interpreta como consecuencia de cambios ideológicos y sociales en los que se prima la individualización de la persona y la familia nuclear como unidad social básica, frente al reconocimiento de lo colectivo y de los lazos de parentesco más amplios de las etapas anteriores; además la asociación de ajuares a un individuo concreto parece que se utiliza no sólo para expresar las características y funciones según edad y sexo, sino también el estatus social dentro del grupo, bien adquirido en vida o bien adscrito por nacimiento.
En la cultura de El Argar, los enterramientos individuales son la fórmula exclusiva y se realizan en el interior del poblado, generalmente en el subsuelo de las casas, renunciando por lo tanto a cualquier intención de monumentalidad y visibilidad después del entierro.  No obstante, la reciente excavación de Peñalosa (Jaén) ha proporcionado una diversidad de lugares de enterramiento, pues además de los practicados en el subsuelo, algunos se cubrieron por una especie de banqueta que se utilizaba como vasar, otros se realizaron en espacios de la casa que quedaban inutilizados, mientras que en un caso, el enterramiento más rico se practicó en una estructura de mampostería relativamente grande en una estancia específica.
La inhumación, en posición encogida, se realizaba en fosa, cista, covacha o urna -pithos-, habiéndose considerado durante un tiempo este último tipo de origen egeo.  Estas diferencias se utilizaron por algunos arqueólogos con criterio cronológico, considerando las cistas más antiguas y las urnas más recientes.  Según otros investigadores, el uso de cualquiera de las modalidades se explica más por las tradiciones o preferencias locales en cada área, aunque en algunos casos se pueden documentar varias modalidades en un mismo poblado y la elección de una u otra puede relacionarse con cuestiones sociales, de riqueza o de edad; así, las urnas suelen utilizarse más a menudo para enterramientos infantiles.
Es notable destacar la diferencia de ajuares por sexos.  Así, hay objetos concretos, como la espada y la alabarda, que aparecen en los enterramientos masculinos y el punzón lo encontramos entre los ajuares femeninos, mientras que el puñal y determinados objetos de adorno pueden aparecer en ambos.  La presencia de ajuares ricos también asociados a los enterramientos infantiles se interpreta como una expresión de estatus social.
Se ha llegado a proponer una clasificación en cinco categorías correspondiente a cuatro clases sociales.  en la clase dominante los ajuares que encontraríamos serían los más ricos, casi todos masculinos, con alabardas, espadas, diademas, piezas de oro y vasos bicónicos, mientras que otros ajuares ricos, muchos de ellos femeninos y alguno infantil, tienen plata, pendientes, anillos, brazaletes y el tipo cerámico de copa y puede aparecer el puñal y el punzón.  Los miembros de pleno derechos tendrían en sus ajuares puñales y punzones para las mujeres y puñales y hachas para los hombres, pudiendo aparecer algo de cerámica y algún otro objeto suelto.  Los servidores presentarían en sus ajuares algún objeto metálico y alguna cerámica.  Por último, los esclavos carecerían de ajuar.

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EL MISTERIO DE TARTESSOS

La tradición clásica -posteriormente recuperada e idealizada en el Renacimiento- nos presenta una Tartessos mitificada, convertida en una cultura dotada de riquezas y una tierra pródiga en metales preciosos, hasta el punto de que un escritor como Posidonio -según nos transmite Estrabón- se podía sentir invitado a pensar y a escribir que su subsuelo estaba regido, no por el infernal Hades, sino por Plutón. Sus monarcas, como Argntonio, adquieren el perfil -así nos lo cuentan Herodoto y otros autores- de los todopoderosos soberanos orientales, de fortuna inigualable y, sobre todo, tan longevos que casi pisan el umbral de la divina inmortalidad.
Se trata, evidentemente, de una carga mítica y literaria que ha ido rodeando la cultura tartéssica de un halo de fantasía nada positivo a la hora de indagar en la realidad histórica.  Recuperar la realidad se ha convertido en el empeño de la moderna investigación histórica, que ha puesto cerco al problema en todos sus frentes con un minucioso análisis de los textos, para determinar sus validez, sus límites y el alcance de cara a utilizarlos como fuente histórica.
Los avances han sido considerables, si bien los problemas que plantea la cuestión no están, ni mucho menos,  resueltos.
La hipótesis más ampliamente aceptada en principio no es fue que la que veía en Tartessos el fruto de una evolución milenaria enraizada en el Calcolítico, la época en que, por buena parte del Mediodía peninsular, brillaron las primeras culturas del metal; grandes sepulturas colectivas de cámara y recios poblados amurallados -como los de Zambujal, junto a Lisboa, y Los Millares, en Almería- son sus manifestaciones materiales más importantes.  Los sepulcros megalíticos llegaron a ser llamados tartésicos por algún que otro investigador, expresión sintética de una hipótesis antigua muy defendida todavía hoy a partir de las secuencias estratigráficas en las que presumiblemente se corroboraría ese proceso de larga maduración que acabaría desembocando en la civilización tartésica.
Sin embargo, el análisis arqueológico viene a dar prácticamente por zanjada esta cuestión, con la conclusión más firme de que Tartessos se perfila como un fenómeno cultural fundamentalmente nuevo, asociado a un horizonte arqueológico bastante definido correspondiente ya al Bronce Final y lindante con los comienzos de la Edad del Hierro.  Esto no significa que las fases anteriores no tengan importancia, ya sea el Calcolítico, el Bronce Pleno, con la referencia clásica de la cultura del Argar.  Durante sus fases se forjan, en los milenios tercero y segundo a. C., sustratos y tendencias que explican el florecimiento de esta singular cultura.  Pero existe una cesura que no permite explicar la ebullición cultural asociable a esa floración como consecuencia de la trayectoria anterior, y en el balance que pudiera hacerse entre lo viejo y lo nuevo, predomina lo último.
La cesura con las etapas históricas anteriores se detecta a fines del segundo milenio, tras una compleja fase de atonía conocida como el Bronce Tardío, que se extiende entre el 1.300 y el 1.100 a.C.  Está mejor caracterizado en la Andalucía oriental o en el sudeste peninsular, en relación con las etapas argáricas de las que depende, y peor en la baja Andalucía, que se presenta con rasgos propios en función de una problemática peculiar en la segunda mitad del segundo milenio, que es ahora foco de principal atención en la investigación arqueológica para comprender mejor el posterior florecimiento de Tartessos.  Los hallazgos de cerámicas micénicas del yacimiento de Llanete de los Moros, en Montoro (Córdoba), han llamado la atención sobre la existencia de una etapa anterior al Bronce Final tartésico de gran interés, manifiesto, entre otras cosas sorprendentes, en la proliferación de cerámicas a torno, con claros nexos y débitos con las culturas del Mediterráneo oriental.
La definitiva renovación del pulso cultural y económico de la región nuclear de Tartessos en la baja Andalucía se sitúa en la transición del segundo milenio al primero, en que empieza el Bronce Final con un gran empuje que se manifiesta en una excepcional acumulación de novedades de importancia.  Empiezan por una reorganización territorial con la que arranca la definición de la estructura urbana que conocemos.  Se ocupan por primera vez en la mayoría de los casos, y tras una interrupción o profunda decadencia en los demás, centros como Huelva, Tejada la Vieja, Sevilla, Coria del Río, Carambolo, el Cerro de la Cabeza, el Cerro Macareno, Asta Regia, El Castillo de Doña Blanca, Córdoba y muchos otros lugares, casi todos enclavados en las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz.
Se pone de manifiesto la importancia del foco geográfico del bajo Guadalquivir, y la virtualidad de unos centros escogidos en función de la proximidad de lugares adecuados para el desarrollo de una economía polifacética -agrícola, ganadera y minera- y, sobre todo, de su aptitud para una fácil comunicación que permitía un activo comercio con otros pueblos peninsulares y con aquellos que llegaban allende los mares.  Son los planteamientos de una organización eminentemente urbana, que empieza a configurarse con toda complejidad y que deviene en un alto nivel de desarrollo, proyectado tanto a cada centro de población en particular, como a la organización general de un amplio territorio, imprescindible como escenario propio de las formas de vida urbanas.
La cultura material de este Bronce Final tartésico se muestra con gran brillantez, reconocible en sus productos más característicos, como lo son las cerámicas bruñidas y pintadas, las armas de bronce y un rico conjunto de estelas funerarias.  Su interpretación arqueológica ha dado lugar a diversas hipótesis acerca de su etapa inicial y de su origen como auténtica civilización.
Se ha especulado mucho sobre la llegada o imposición de poblaciones celtas o indoeuropeas llegadas desde el interior peninsular, después de una larga migración por el continente europeo.  También se ha sugerido un fenómeno vinculado al Bronce Atlántico, como si el Bronce Final Tartésico fuese una de sus facies regionales.
Pero la opinión más coherente por ahora es que Tartessos fue una civilización vinculada a las culturas mediterráneas.  Su etapa inicial y formativa, previa a la colonización fenicia, puede ser una de tantas consecuencias de la proyección hacia Occidente de las culturas del ámbito egeo como consecuencia de la crisis de la civilización micénica, a finales del segundo milenio, náufraga e el torbellino originado por la acción de los llamados Pueblos del Mar.  Algunos de éstos, junto con gentes del amplio círculo micénico, debieron emigrar hasta la Península Ibérica, al amor de sus buenas condiciones naturales y de su riqueza minera.  De todo ello debían tener noticia los micénicos, por los contactos demostrados ya por el hallazgo de las cerámicas micénicas de Montoro, que no deben ser, con seguridad, las únicas que proporcionen las excavaciones arqueológicas.  Como para Italia se acepta, en base al mito de los nostoi, esto es, de los emigrantes de la guerra de Troya, que se repartieron por todo el Mediterráneo y llegaron a nuestra Península, no son sino la versión novelada de acontecimientos que, en civilizaciones principales mediterráneas, como la misma romana, se recordaban sobre sus remotas fases de formación.
Así se formó la etapa de Tartessos que, por los rasgos de su producción artística, hemos llamado período geométrico, fechable, aproximadamente, entre el año 1.000 a. C. y el siglo VIII a.C.  A partir de esta centuria se produce, según los datos arqueológicos, la colonización fenicia, determinante de una nueva época en la historia de Tartessos, que puede denominarse etapa orientalizante.  Los colonos fenicios, desde su establecimiento principal de Gadir (Cádiz) y los demás de la costa mediterránea, impondrán a los tartesios sus leyes económicas, que son las del mercado, que ellos controlan, a cambio de remontarlos a su mayor esplendor.  Por la mediación de los fenicios, a la que se sumó más tarde la de los griegos, Tartessos alcanzó la prosperidad que la hizo figurar en las tradiciones antiguas como paradigma de la felicidad y de la riqueza.  Su cultura quedó así fuertemente impregnada por los préstamos de los colonos, principalmente los fenicios, en todos los terrenos, hasta el punto de resultar muy difícil, si no imposible, distinguir lo tartésico de lo fenicio colonial.
Pero en la prosperidad del Tartessos orientalizante estaba también el germen de su propia decadencia.  La vinculación y dependencia de los colonos fenicios hizo que los tirios, en su crisis del siglo VI a.C., arrastraran en su caída a los tartesios.  Se desencadenaron fenómenos, como siempre, de gran complejidad. El giro de la acción de los semitas en el Mediterráneo occidental bajo el liderazgo de los cartagineses, más deseosos de controlar directamente los centros de interés económico que sus predecesores tirios; los cambios en la coyuntura económica por la importancia creciente del hierro; la presión y penetración de los pueblos celtas del interior peninsular, dispuestos a aprovechar un momento de debilidad que les favorecía, como muchos siglos más tarde harían los mal llamados bárbaros con el Imperio Romano.  La crisis de Tartessos se va haciendo palpable conforme avanza el siglo VI a.C. y comienza una etapa reconocible como nueva: la que consideramos propia de las culturas turdetana e ibérica.  No obstante, la investigación reciente demuestra una clara continuidad entre Tartessos y las culturas posteriores de los ámbitos desarrollados de la Península, y la formación de las culturas ibéricas sobre la importante plataforma asentada precisamente por la civilización tartésica.

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5 nov 2012

LA CULTURA TALAYÓTICA (II): NAVETAS, TALAIOTS y TAULAS

Las navetas de habitación son construcciones de planta alargada terminada en ábside, con puerta de acceso al lado opuesto y probable cubierta de cañizo y barro. Sus paredes suelen ser de considerable grosos, cono una media aproximada de dos metros de anchura en los lados mayores, que en la cabecera aumenta y da lugar a ábsides apuntados, o mantienen un grosor similar al de los muros y forman ábsides de tendencia circular. La cámara interior es muy variable, acoplada al muro del monumento y con frecuentes irregularidades. Las paredes largas son en unos casos rectas, mientras que en otros tienden a estrecharse hacia la puerta.  En general, la pared interior del ábside adopta forma semicircular, pero a veces dobla en ángulo recto, lo que produce una cámara rectangular.  En ocasiones las paredes se estrangulan a mitad de la cámara, quizá con la intención de distinguir espacios en el conjunto de la habitación.  Otras veces esta división se lleva a cabo mediante muros transversales, aunque es difícil comprobar si son siempre contemporáneos a la antigua utilización del monumento u obedecen a modificaciones posteriores.
La distribución espacial de las navetas indica la existencia de núcleos de población en los que viven unas pocas familias con un aprovechamiento inteligente de los recursos naturales, cerca de barrancos u otros puntos con posibilidad de proveerse de agua potable. Su disposición interna en el caso de la naveta de Alemany, en Magaluf (Calviá), presenta un espacio habitable en torno a los setenta metros cuadrados y un claro carácter de unidad familiar doméstica, con un hogar en su zona central, molinos de piedra y vasos cerámicos de uso cotidiano, unos utilizados como vajilla y otros como recipientes para almacenamiento.
Un talaiot es una construcción realizada en mampostería en seco a partir de bloques de sección paralelográmica cortados más o menos regularmente, en ocasiones retocados para que encajen entre si y proporcionen mayor consistencia al conjunto.  Los talaiots aparecen indistintamente aislados, en conjuntos, dentro de los poblados o formando parte de sus murallas.  Su complejidad constructiva es grande y muchas sus posibilidades de variación.  La estructura más corriente se corresponde con la planta circular o ligeramente oval.  Suelen estar levantados mediante hiladas bastante regulares de piedras bien cortadas que forman un muro de espesor variable, en el centro del cual se sitúa una habitación circular con un corredor de acceso al interior cubierto por losas.  El espesor de los muros es variable, si bien en la mayoría de los casos oscila entre tres y cuatro metros. También varía el tamaño de la cámara central, aunque su diámetro rara vez baja de cinco metros o sobrepasa los seis, lo que proporciona un espacio interno útil en torno a veinte metros cuadrados, incluyendo el destinado a la columna de sujeción del techado.  
Otro tipo de talaiot frecuente es el de planta cuadrangular, que se suele encontrar en poblados cercano a otros circulares.  Más raro resulta el talaiot construido a modo de túmulo escalonado.  Están formados por varios troncos de cono superpuestos, en el caso de los circulares, o de pirámide en los cuadrangulares, que disminuyen de tamaño a medida que ascienden, lo que les da un aspecto de torres escalonadas a base de plataformas superpuestas.
En los lugares destinados específicamente a prácticas de culto no se conocen estructuras destacables hasta entrado el último milenio a. de C., probablemente porque hasta entonces la sociedad talayótica no preciso de esos recintos.  En Menorca, el lugar de culto por excelencia es la taula, con su espacio sacro delimitado por un muro, mientras que en Mallorca se construyen unos santuarios de planta cuadrada, también cerrados por una pared que limita el área religiosa, en cuyo centro se levanta en ocasiones una gran pilastra.
La taula es sin duda el monumento de la prehistoria balear sobre el que más se ha escrito.  La singularidad de estas construcciones ha llamado la atención a cuantos se han ocupado de la isla de Menorca y no solamente desde la óptica de la investigación arqueológica.  A finales del siglo XVII ya se describían como "altares para sacrificios", una hipótesis que, alternando con la de su función como pilastra central de un edificio o representación de la divinidad, ha llegado a nuestros días.
Una taula es una construcción relativamente sencilla hecha a base de una piedra soporte, dispuesta verticalmente sobre el suelo, encima de la cual se coloca otra horizontal, a modo de capitel, con amplio vuelo.  En torno a la taula se levanta un recinto cuya fachada principal es recta o ligeramente cóncava, mientras que el resto de la estructura tiende a la forma absidal.  La taula se alza en el interior del recinto, frente a la puerta de acceso abierta en el centro aproximado de la fachada principal.  El paramento interno del muro que delimita el recinto alterna lienzos de mampostería con grandes lajas y pilastras dispuestas sobre basas de piedra.

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