30 nov 2012

LA CULTURA DE LOS CAMPOS DE URNAS Y SUS RUTAS DE PENETRACIÓN

Tradicionalmente se ha supuesto que la penetración de los Campos de Urnas siguió primero la línea costera, produciéndose después una expansión en dirección Este-Oeste.  Según esto, la colonización tendría su foco nuclear en la depresión prelitoral catalana, donde ya era conocida la necrópolis de Can Missert, en Tarrasa.  A partir de allí se emprendería la conquista de la Cataluña interior e incluso del Alto Aragón, por lo que suele presumirse una cronología tardía de los asentamientos más occidentales.
La realidad, no obstante, refleja inexactitudes en este concepto.  Al parecer los contactos ultrapirenaicos fueron fluidos, puesto que, a excepción de aquellos macizos montañosos de muy difícil tránsito, las comunicaciones se llevaron a cabo por todas las vías posibles.  Por lo tanto, los Campos de Urnas se introducen por la mayoría de los pasos naturales del Pirineo central y oriental, siendo muy significativo que en Girona el Coll de les Illes (771 m) dé acceso a la necrópolis de Agullana, a donde también conduce el Coll de Le Portel.  Igualmente, el Coll de les Morelles enlaza con la necrópolis de Els Vilars (Espolla), dando paso a su vez al collado de Banyuls, al de la Maçana y otros más.
Del mismo modo, por el interior existe una vía de acceso idónea a través del valle del Segre, cruzando la Cerdaña en alturas comprendidas entre los 1200 y los 1300 metros.  En este sector, el río se encuentra jalonado por una serie de hábitats rupestres que servirán de enlace con los más densos yacimientos del sur de la provincia de Lleida.
Los valles de Andorra pudieron ser otro de los puntos de filtración directa a través, por ejemplo, de Sant Iscle, o de recepción indirecta de parte de la población que utilizaba el curso del Segre como arteria principal, con la que se enlazaba mediante el río Valira.  En todo caso, los yacimientos de Roc de L'Oral y El Cedre son buena prueba de la integración de estos territorios en la corriente general de conexiones del Valle de Arán, cuyo valor como zona de tránsito sólo lo podemos certificar en las primeras fases de la Edad de Bronce o en un momento ya avanzado y coincidente con la difusión de los primeros materiales en hierro.
El Pirineo aragonés ha sido considerado como una más de las posibles rutas de penetración, en especial Somport y, aunque no se puede descartar, la realidad arqueológica niega hasta la fecha.  Así lo evidencia la dispersión de algunas cerámicas muy características por su origen ultrapirenaico, como las de asas de apéndice de botón o las acanaladas, que están ausentes de las cuevas y megalitos oscenses extendidos entre el Prepirineo y la frontera francesa, sugiriendo que estas comarcas fuesen marginales y encerradas en sí mismas.
A todas esta rutas terrestres se ha venido a sumar la posibilidad de contactos marítimos entre la región francesa de Herault y el extremo noreste peninsular, en concreto el Ampurdán, donde parece haber cierta difusión de objetos metálicos (puntas tipo Le Bourget) y ornamentales (colgantes de caninos de oso, brazaletes de lignito) de origen francés.  No obstante, es preciso ser cautos por el momento ante la dificultad de verificar este hipotético camino mediterráneo.
Vistas ya las áreas por las que se establecieron los primeros enlaces entre la población peninsular, que se encontraba asentada desde los inicios de la Edad de Bronce, y los recién llegados y sus nuevos elementos culturales, el resultado fue la creación de un ámbito cultural distinto, con evidente hibridación, pero también con no pocos matices.  Por ello, encontraremos zonas conservadoras, en las que el peso de la tradición megalítica es un lastre a la hora de aceptar nuevas modas, frente a otras en las que las innovaciones son palpables e incluso rápidas.  Pero a pesar de este adopcionismo desigual, la realidad final es el contraste con el periodo anterior, que queda profundamente alterado tras los primeros contactos.

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