Durante el siglo XVIII Santander multiplica su población por cinco, y de un pequeo puerto pesquero se convierte en plaza mercantil de primer orden, en el balcón por el que Castilla se asoma al mar. Cuenta con sus productos de comercio ultramarino: el hierro, los curtidos, la erveza y las harinas. "El Correo Mercantil de España y sus Indias" habla así del puerto de Castilla, en su publicación del 7 de enero de 1793:
"Esta ciudad, único puerto comercial de Castilla la Vieja, está en el centro de su costa, en ameno sitio y clima templado y sano. Es abundante y barata y tiene actualmente buen comercio, sin más estímulo que el de su situación ventajosa. Su mayor proximidad a Castilla la Nueva y León, su famoso camino abierto a expensas del Real Erarioy hoy reformado por este Real consulado, le dan proporciones para su inmenso tráfico. Igualmente cuenta la ventaja de una abundante arriería en sus contornos, y tantos millares de carros tirados de bueyes, con que se hacen las explotaciones a precios muy equitativos. Con la misma facilidad y equidad que interna los efectos de su comercio marítimo, extrae para la América los osbrantes de sus producciones de los reinos y provincias interiores, sus circunvecinas, singularmente los aguardientes, los vinos generosos de la Nava y Peralta, y los comunes de Rioja y Campos, donde antes del comerco libre se veía en varias ocasiones con harto dolor derramarse para hacer la vendimia, por no haber quien les comprara ni vasijas en que conservarlos y recibir los nuevos. También se extraen con el auxilio del libre comercio los sobrantes de tejidos y lanas y otras manufacturas, cuyas primeras materias abundan en Castilla y León. Por estos medios no puede dejar de aumentarse la agricultura, de multiplicarse y perfeccionarse las fábricas, porque dando ocupación honrosa y lucrativa a los habitantes, ellos no desampararán sus casas impelidos de la necesidad. Se pueblan los lugares desiertos, se llenan de gentes los habitados y, en una palabra, se hacen felices unos reinos que, siendo los primitivos de la Monarquía y por naturaleza opulentos, se iban despoblando y estaban sus moradores poco menos que en la última miseria. Por último, es grande el aumento que se sigue al Real Erario por los consumos, trueques, compras, ventas, introducciones y extracciones de este comercio. De todas partes concurren a buscar las evidentes utilidades del tráfico de esta plaza. Vienen de Galicia y Gijón, de Vizcaya y aun de Madrid. Los Cinco Gremios Mayores de dicha Villa comercian con ella y la compañía de Longistas ha fabricado casas".
Por su parte, el comercio gaditano se inicia con el contrabando ejercido por los extranjeros y respaldado por nombres españoles. En el año 1680 Cádiz ya es cabecera de las flotas de Indias, y en 1717 pasa a Cádiz la Casa de Contratación, que hasta entonces había estado en Sevilla. Cádiz multiplica su población. Sólo el número de comerciantes extranjeros pasa de 4.545 en el año 1709 a 8.734 en 1791. De éstos, 2.701 eran franceses, quienes llegaron a contar con 62 casas comerciales y un considerable número de comerciantes independientes. Hay alrededor de 5.000 italianos: genoveses, milaneses, napolitanos, venecianos, florentinos, piamonteses; ingleses, holandeses, etc... Es rara la ciudad extranjera de cierta altura mercantil que no tenga un corresponsal o consignatario en Cádiz.
También vascos, santanderinos, riojanos, catalanes, levantinos y otros andaluces acuden a Cádiz. Arroja una pléyade de comerciantes ricos, que sólo son considerados así si cuentan con una fortuna de más de 300.000 reales.
El extraordinario volumen de su comercio apenas si queda perfilado con estas cifras sugestivas: los ingresos ascendieron en el año 1784 a 55 millones y medio de pesos de a 128 cuartos. En 1793, mientras por el puerto de Santander entraban y salían productos por valor de poco más de 24 millones de reales, por Cádiz la cifra superaba los 818 millones.
Contra lo que se puede pensar, el comercio gaditano no ceduió tras la ruptura de su monopolio con las Indias y la declaración del libre comercio. Experimenta, por el contrario, su mayor apogeo entre los años 1778 y 1786. Fue el "crack" de este año (no atribuible a la pérdidad de su monopolio ni mucho menos) un golpe mortal para su comercio. Aunque se apuntan síntomas de recuperación a partir de 1790, otra vez, en 1796, comienza una decadencia casi definitiva. En el año 1801, tras firmarse la paz con Inglaterra, parece que el comercio gaditano quiere resurgir, pero de nuevo la guerra anglo-española de 1804 lo hunde sin remisión.
Entre 1796 y 1801 se arruinan la mayoría de las casas comerciales. Se pierden 186 buques. Las represalias de los primeros días de octubre de 1804 le cuestan al comercio de Cádiz más de 600.000 reales. La batalla de Trafalgar acabó de darle el golpe de gracia definitivo.
Hemos visto la dinámica que siguen algunos de los núcleos costeros. Lo mismo, aunque con sus variables peculiares, se podría apuntar sobre Gijón, La Coruña, Málaga, Alicante y otros puertos.
"Esta ciudad, único puerto comercial de Castilla la Vieja, está en el centro de su costa, en ameno sitio y clima templado y sano. Es abundante y barata y tiene actualmente buen comercio, sin más estímulo que el de su situación ventajosa. Su mayor proximidad a Castilla la Nueva y León, su famoso camino abierto a expensas del Real Erarioy hoy reformado por este Real consulado, le dan proporciones para su inmenso tráfico. Igualmente cuenta la ventaja de una abundante arriería en sus contornos, y tantos millares de carros tirados de bueyes, con que se hacen las explotaciones a precios muy equitativos. Con la misma facilidad y equidad que interna los efectos de su comercio marítimo, extrae para la América los osbrantes de sus producciones de los reinos y provincias interiores, sus circunvecinas, singularmente los aguardientes, los vinos generosos de la Nava y Peralta, y los comunes de Rioja y Campos, donde antes del comerco libre se veía en varias ocasiones con harto dolor derramarse para hacer la vendimia, por no haber quien les comprara ni vasijas en que conservarlos y recibir los nuevos. También se extraen con el auxilio del libre comercio los sobrantes de tejidos y lanas y otras manufacturas, cuyas primeras materias abundan en Castilla y León. Por estos medios no puede dejar de aumentarse la agricultura, de multiplicarse y perfeccionarse las fábricas, porque dando ocupación honrosa y lucrativa a los habitantes, ellos no desampararán sus casas impelidos de la necesidad. Se pueblan los lugares desiertos, se llenan de gentes los habitados y, en una palabra, se hacen felices unos reinos que, siendo los primitivos de la Monarquía y por naturaleza opulentos, se iban despoblando y estaban sus moradores poco menos que en la última miseria. Por último, es grande el aumento que se sigue al Real Erario por los consumos, trueques, compras, ventas, introducciones y extracciones de este comercio. De todas partes concurren a buscar las evidentes utilidades del tráfico de esta plaza. Vienen de Galicia y Gijón, de Vizcaya y aun de Madrid. Los Cinco Gremios Mayores de dicha Villa comercian con ella y la compañía de Longistas ha fabricado casas".
Por su parte, el comercio gaditano se inicia con el contrabando ejercido por los extranjeros y respaldado por nombres españoles. En el año 1680 Cádiz ya es cabecera de las flotas de Indias, y en 1717 pasa a Cádiz la Casa de Contratación, que hasta entonces había estado en Sevilla. Cádiz multiplica su población. Sólo el número de comerciantes extranjeros pasa de 4.545 en el año 1709 a 8.734 en 1791. De éstos, 2.701 eran franceses, quienes llegaron a contar con 62 casas comerciales y un considerable número de comerciantes independientes. Hay alrededor de 5.000 italianos: genoveses, milaneses, napolitanos, venecianos, florentinos, piamonteses; ingleses, holandeses, etc... Es rara la ciudad extranjera de cierta altura mercantil que no tenga un corresponsal o consignatario en Cádiz.
También vascos, santanderinos, riojanos, catalanes, levantinos y otros andaluces acuden a Cádiz. Arroja una pléyade de comerciantes ricos, que sólo son considerados así si cuentan con una fortuna de más de 300.000 reales.
El extraordinario volumen de su comercio apenas si queda perfilado con estas cifras sugestivas: los ingresos ascendieron en el año 1784 a 55 millones y medio de pesos de a 128 cuartos. En 1793, mientras por el puerto de Santander entraban y salían productos por valor de poco más de 24 millones de reales, por Cádiz la cifra superaba los 818 millones.
Contra lo que se puede pensar, el comercio gaditano no ceduió tras la ruptura de su monopolio con las Indias y la declaración del libre comercio. Experimenta, por el contrario, su mayor apogeo entre los años 1778 y 1786. Fue el "crack" de este año (no atribuible a la pérdidad de su monopolio ni mucho menos) un golpe mortal para su comercio. Aunque se apuntan síntomas de recuperación a partir de 1790, otra vez, en 1796, comienza una decadencia casi definitiva. En el año 1801, tras firmarse la paz con Inglaterra, parece que el comercio gaditano quiere resurgir, pero de nuevo la guerra anglo-española de 1804 lo hunde sin remisión.
Entre 1796 y 1801 se arruinan la mayoría de las casas comerciales. Se pierden 186 buques. Las represalias de los primeros días de octubre de 1804 le cuestan al comercio de Cádiz más de 600.000 reales. La batalla de Trafalgar acabó de darle el golpe de gracia definitivo.
Hemos visto la dinámica que siguen algunos de los núcleos costeros. Lo mismo, aunque con sus variables peculiares, se podría apuntar sobre Gijón, La Coruña, Málaga, Alicante y otros puertos.