
Don Juan José acudió presurosamente a Madrid; mas la regente y la facción que la apoyaba le gastaron una mala jugada. Doña Mariana hizo acudir a sus habitaciones a Carlos II. Después de una larga entrevista, de la que el rey salió con evidentes señales de haber llorado, don Juan José recibió una orden firmada por Carlos II, en la que se le mandaba salir hacia Italia. Pero todavía hubo más. El 7 de noviembre de 1675, el Consejo de Estado y el Consejo de Castilla dieron a conocer una consulta según la cual se disponía, de hecho, una prórroga de la minoridad del rey. Los decretos debían ser firmados por Carlos II; mas durante otros dos años debían ser supervisados por la Junta de Gobierno, presidida por doña Mariana. Don Juan José debía marchar a Italia y Valenzuela sería apartado del valimiento.
En realidad, ni uno ni otro cumplieron lo dispuesto en esta consulta. Don Juan José ni salió de España ni siquiera devolvió el dinero que le habían dado para costear los gastos de su viaje. Valenzuela, nombrado embajador en Venecia, volvió a la corte en abril de 1676. Como Carlos II estaba dominado por su madre doña Mariana, Valenzuela pasó a ser valido de la reina y del rey. La sanción oficial la recibió con su incorporación a la Grandeza de España y con el nombramiento específico de primer ministro, que se le concedió en septiembre de aquel mismo año. A primera vista, tal nombramiento parecería ser la institucionalización de lo que hasta entonces no era más que una costumbre. Pero Valenzuela, a pesar de su flamante título de primer ministro no tenía el menor interés por dirigir efectivamente la política de la monarquía; toda su atención se conccentraba en ampliar su clientela de paniaguados, con los que hacer frente a la creciente y hostil marea de sus adversarios. La aristocracia, humillada hasta la exasperación, cerró filas como un solo hombre contra Valenzuela.
El resultado de la oposición nobiliaria fue el manifiesto de diciembre de 1676, en el que, con la firma de 24 nobles, se atribuía la postración del país al pernicioso influjo de doña Mariana y, en especial, ,al encumbramiento de Valenzuela. Pedían los nobles en su proclama el alejamiento total y definitivo de la regente, el encarcelamiento de Valenzuela y el establecimiento permanenete al lado de Carlos II de don Juan José de Austria.
Una vez más las esperanzas del país volvían sus ojos a don Juan José. el ejército le admiraba, después de sus victorias sobre los franceses en Cataluña durante la primera guerra contra Luis XIV, en 1668. Los catalanes, que no esperaban ya nada del gobierno central, veían en don Juan José al único hombre capaz de aumentar y afianzar sus libertades forales y de hacer algo positivo por el florecimiento de la industria y el comercio en Cataluña. La aristocracia aragonesa y andaluza coincidían con don Juan José en la oposición al valimiento del primer ministro Valenzuela. También en las dos Castillas los nobles armaban a sus vasallos en espera de que sonase la señal del levantamiento. La Iglesia también veía en don Juan José al salvador que acabaría con la corrupción reinante y devolvería a España a la vida virtuosa, de la que, por otra parte, pocos ejemplos positivos habría podido ofrecer el infatuado bastardo.
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