3 jun 2017

EL TRIENIO LIBERAL (III)

La situación del nuevo ministerio, llamado de Barbaxí (marzo de 1821), era difícil, ya que le faltaba la confianza del rey, que conspiraba contra el régimen, carecía del apoyo de las Cortes y del de toda la opinión pública.
El radicalismo se extendió por las provincias, atizado por la miseria y el desempleo.  Los gaditanos, desobedeciendo al gobierno y a las Cortes, se negaron a acatar las órdenes de los jefes nombrados por el gabinete actual; intentaban volar el puente de Zuazo y convertirse en una república comercial.  La Coruña también desobedeció al gobierno y arrastró al general Espoz y Mina hacia una postura radicalista.  En Madrid hubo una manifestación en favor de Riego, siendo disuelta fácilmente por la milicia nacional.  El pueblo, alentado por los radicales, había asaltado la cárcel y matado al descabellado absolutista arcediano Vinuesa.
En Alcoy se produjeron manifestaciones obreras; en esta ciudad trabajaban 40.000 personas de la región, las cuales se vieron condenadas al desempleo y a la miseria por la introducción de modernas máquinas de hilar y cardar.  1.200 personas arrasaron 17 máquinas y otros enseres por valor de dos millones de reales.  Está claro que la burguesía gubernamental vio en este asunto un atentado contra la propiedad particular y la riqueza nacional.  La reacción burguesa, típica ya durante el resto del siglo, sería la dura represión de los responsables.
Las Cortes, en mayoría, adoptaron medidas represivas para cortar estas oleadas radicales.  Los moderados culparán a los exaltados de los desórdenes promovidos por las sociedades secretas y patrióticas, fomentando de esta forma la oposición de los absolutistas.
Generalizar esta postura sería despreciar u olvidar la base de los radicales.  La tesis de los exaltados parte de la insinceridad política del monarca y de la oposición irreductible de los estamentos privilegiados, especialmente la Iglesia, a cualquier régimen constitucional y desamortizador.  La revolución no triunfará mientras no se les reduzca a la impotencia privándoles de sus medios de acción, en tanto no se lleve a cabo realmente el programa de reformas.  Los exaltados son plenamente conscientes de la fragilidad de una situación en la que el poder político está divorciado de los medios sociales y económicos de dominio, y buscan acelerar la revolución para consolidar sus conquistas.  La postura moderada no hace sino comprometer el triunfo de la revolución por su tolerancia con los elementos disidentes.
El diputado Moreno de Guerra atacará a los moderados, a quienes los radicales han dado el gobierno, los cargos, la mayoría de los escaños de las Cortes, y, después, en vez de resolver los problemas del país, sólo se dedicaban a combatir a los "auténticos liberales".  Por ello, el propio Moreno de Guerra afirma la necesidad de hacer la revolución de un solo golpe, con objeto de convertir lo que hasta entonces era simple partido político en un grupo social cuyos intereses estuviesen vinculados al triunfo de un nuevo régimen, e impedir simultáneamente la consolidación de un partido contrarrevolucionario:

"El moderantismo forma hoy la vanguardia del servilismo."

La caída del ministerio no constituyó una victoria política para los exaltados.  El rey quiso encargar la formación del tercer ministerio constitucional al conde de Toreno; éste no acepta, pero recomienda a Martínez de la Rosa para encabezar el nuevo gobierno.  Martínez de la Rosa era un doceañista, preocupado más por el orden que por la libertad; autor dramático conocido, era bien visto en los círculos serviles; quería dominar la prensa radical y las sociedades patrióticas; era partidario de una cámara aristocrática, del voto censitario y de un ejecutivo fuerte.  En la realidad se prestará a componendas que le valdrán el oportuno apodo de "Rosita la Pastelera".

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