14 abr 2017

LOS AFRANCESADOS Y EL REINADO DE JOSÉ BONAPARTE (III)

Evitar el peligro de desmembración territorial de España y de emancipación de América era otro quebradero de cabeza de los afrancesados.  Aparentemente ellos representaban la continuidad de la orientación tradicional de la política exterior española: alianza con Francia para defenderse frente a Inglaterra.
Por el hecho de aceptar los afrancesados el cambio de dinastía serán objeto del odio de los absolutistas y de Fernando VII.  Para los absolutistas, equivocando conscientemente las cosas, en la Guerra de la Independencia no había triunfado la patria, sino el absolutismo.  Aplicando su equívoco, los absolutistas culparán a los afrancesados de traidores por ser demasiado avanzados y aceptar ideas revolucionarias contrarias al rey y al Estado.
Y por aceptar los afrancesados una monarquía ilustrada, reformista desde arriba, incurrirán en las iras de los liberales, más avanzados y partidarios de un nuevo Estado nacional.
Para los afrancesados, el liberalismo, las juntas provinciales, la Junta Central, las Cortes de Cádiz, representan el mayor de todos los males, la anarquía, el terrorismo, el desprecio al imperio de las leyes.  Los afrancesados son monárquicos.  Odian el sistema casi republicano que representan los liberales.  Podríamos, de hecho, reducir los principios doctrinales de los afrancesados a estos tres puntos:

-Monarquismo: adhesión a la forma monárquica, pero no a una dinastía determinada.
-Oposición a los avances revolucionarios: monarquía constitucional, sí; anarquía, no.
-Necesidad de reformas políticas y sociales, de acuerdo con las tendencias de la época.

Es claro concluir que el abrazo de estas premisas enfrenta a los afrancesados tanto con los absolutistas como con los liberales.  Lo mismo unos que otros se enfrentarán con el invasor.  Lo que ocurre es que sus concepciones estatales difieren, y, por ello,  su reacción ante el invasor será también diferente.
El papel de los afrancesados es de mediadores, no de colaboradores.  Aceptan una nueva dinastía, pero jamás reconciliarán la desmembración del país ni la injerencia extranjera.  
La situación española en estos momentos se prestaba a ser gobernada, dominada o desmembrada por Francia.  Los afrancesados escogieron ser gobernados por un miembro de la dinastía que reinaba en el país vecino.  ¿No supone esta postura un sentimiento nacional más arraigado que el de los absolutistas, a principios de 1808, dispuestos a ceder a Napoleón en norte de España?
El meollo de la postura de los afrancesados consistía en la mediación, y no en la resistencia, para proteger de este modo la independencia nacional.  España se libraba así del gobierno directo de París y de la desmembración del reino por derecho de conquista.  De aquí que aboguen por el cese de la rebelión patriótica, evitando una guerra innecesaria y que dejaría muy maltrecho al país.  Eran enemigos de la guerra. Podíamos preguntarles a los afrancesados: ¿Sin guerra, hubiera mantenido España su independencia absoluta con relación a la política imperial?
La realidad, en los años de guerra, dirá que la política de José I y sus partidarios españoles no podía nada contra Napoleón y sus generales, quienes no conocían más ley que la de la necesidad militar.  Por otra parte, el gobierno español estaba empobrecido, y no hacía sino pedir fondos a Francia.  De esta forma tampoco podían mantener la independencia nacional.  Quedaba claro que los buenos deseos de José Bonaparte se desvanecían y la política de los afrancesados estaba en quiebra.
Admitida la buena fe y desinterés de la mayoría de los afrancesados por Moratín, Meléndez Valdés, Amorós, Urquijo, Cabarrús, Ceballos, Piñuela, Mazarredo..., su posición quedaba en absoluto sin base ética desde el momento en que la inmensa mayoría del pueblo español manifestaba, a costa de sus sobrehumanos sacrificios, su repulsa a la invasión gala y a las instituciones políticas emanadas de la misma.  Con razón pudo Jovellanos referirse a los afrancesados como "cismáticos de la patria".
Las acrobacias intelectuales de los afrancesados para justificarse a sí mismos dejan fuera de duda que tanto José I como sus colaboradores sintiesen un reformismo auténtico, como lo demuestra la regenerada Constitución de Bayona, primera de nuestras constituciones: un nuevo sistema de educación, un código moderno, reducción de monasterios, abolición de la Inquisición, supresión de aduanas provinciales y de los derechos feudales, construcción de un teatro nacional y diversos planes científicos, culturales, urbanísticos...
Pero la mayoría de estos decretos tuvieron más un valor programático que real, ya que su escasa o nula aplicación no produjeron efectos en la vida política y administrativa ni modificaron apenas la estructura socio-económica.
Los burócratas españoles admiraban muchas de las obras de José I.  Influirán decisivamente en la posterior reconstrucción administrativa de España.  De aquí mamará el burócrata y administrativo Javier de Burgos.

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