26 abr 2017

LA CONVOCATORIA DE CORTES

Salvo algún reaccionario empedernido, todo el mundo deseaba la convocatoria de unas Cortes.  La deseaban Jovellanos, el Consejo de Castilla, los embajadores ingleses, las juntas provinciales, la Junta Central y la opinión pública desde los comienzos del levantamiento.
Empieza el debate.  Los conservadores piensan en unas Cortes como las de la época de los Austrias y Borbones, con unas instituciones limitadísimas.  Para ellas las leyes e instituciones antiguas representaban la única Constitución válida.  Cuando los revolucionarios piden Cortes, piensan regenerar España con nuevas leyes.  La nación, "que lo había hecho todo", asumiría los poderes constituyentes.  Pedían, por tanto, unas Cortes representativas, elegidas según criterios de proporcionalidad y con una clara finalidad reformista y de freno al poder real.  Los soldados, que habían luchado contra una invasión no provocada por ellos, sino por el "despotismos ministerial", debían ser recompensados como ciudadanos.  La independencia era vital para ellos ; pero aún lo era más la reforma de los abusos.
Calvo de Rozas y Quintana son los más dispuestos a animar a la Junta Central para que ponga en marcha el complicado mecanismo de reunir las Cortes.  Pronto se constituía la comisión de Cortes que trabajaría en la preparación de la consulta al país y el texto constitucional que había de ser sometido a la aprobación de las mismas.  Estaba formada por Jovellanos, Riquelme, Caro, Castañedo y el arzobispo de Laodicea.
Posteriormente se van creando una serie de juntas para que estudien y preparen un programa en cada una de sus especialidades: Junta para resumir lo esencial de los informes de la consulta del país, Junta de Medios y Recursos Extraordinarios, Junta de Hacienda y Legislación, Junta de Materias Eclesiásticas, Junta de Ceremonial de Cortes y junta de Instrucción Pública. Cada una de ellas contaba con un presidente, secretario y vocales.
El alma de estas juntas auxiliares es Gaspar Melchor de Jovellanos, quien las dota de unas instrucciones que constituyen la mejor prueba de la excepcional talla política del asturiano, así como de la coherencia y solidez del programa de reforma de la Ilustración.  Revela asimismo la amplitud de miras de su autor, quien delinea un programa que no es sólo el de la guerra, sino también el de la paz, un programa en cuya realización habían de sucederse las generaciones.  En las instrucciones hallamos el testamento de la Ilustración, que, haciendo abstracción de las circunstancias del momento, proyecta ante los ojos de sus lectores la tarea de realizar una España nueva.  Sería prolijo enumerar estas instrucciones dadas a las juntas de Hacienda, Legislación e Inspección Pública.
La actuación de estas juntas auxiliares y preparatorias es mal conocida, mas refleja una clara tendencia revolucionaria.  Esta comisión preparatoria de las Cortes dejó de redactar un proyecto de Constitución.  Esto será vital, pues las Cortes de Cádiz tenían que haberse limitado a aprobar un texto elaborado de antemano; pero, al no estar hecho, las propias Cortes de Cádiz lo llevaron a cabo con una más marcada tendencia revolucionaria.
Mientras tanto, la propia Junta Central estudiaba la forma de convocar unas Cortes realmente representativas.  La composición de éstas será un problema debatidísimo, y seguirá discutiéndose con posterioridad a la disolución de la Junta Central.
Jovellanos y algunos otros miembros dirán que de la misma suerte que la soberanía no corresponde ni al rey ni al pueblo aisladamente, sino a la conjunción del rey y las Cortes, entienden a éstas como el conjunto de los tres estamentos (nobleza, clero y estado llano) que integran el cuerpo vivo de la nación.
Jovellanos, inspirado por el patrón inglés, cree encontrar la solución al dualismo nobleza-estado llano (los miembros del clero pertenecen, de facto, a ambos grupos) mediante la reunión de una asamblea con dos cámaras.  De esta forma, la Cámara Alta (de los Lores) frenaría la marcha hacia la democracia, que se presagiaba arrolladora como única cámara.
Esta Cámara de los Lores a la española parecía una artificial pieza de museo en un país que no había gozado de vida constitucional desde el siglo XVI, y en el que la aristocracia era sospechosa de ser indiferente a la cuestión patriótica (¿había habido algún grande de España que liberara una sola aldea?).
Otros miembros, por contrapartida, influidos por la clasista y antinobiliaria Revolución Francesa, son partidarios de una cámara única, en la que indistintamente concurran todos los representantes de la nación.  Los discursos en torno a la convocatoria por estamentos y a la preferencia por la cámara única reflejan un problema escueto, pero agudo: hay que buscar unas defensas para que los privilegiados no sean arrollados por el estado general, o montar un dispositivo para que el estamento popular no sea burlado en sus pretensiones.  De todas formas, la mayoría piensa que no se puede dar un paso sin pisar privilegios y derechos de la nobleza, del clero y de la dignidad real.
Las opiniones serán muy diversas; mas en todos estos acontecimientos de finales de 1809, y, por tanto, en vísperas de la extinción de la Junta Central, se nota la influencia de Jovellanos.  Sigue siendo un Jovellanos reformista, pero que intenta contener los avances revolucionarios.  Trabajaba a marchas forzadas para dejar sentadas las bases de un gobierno moderado y poner cortapisas a unas exigencias democráticas y a un torrente revolucionario que ya estaba en marcha.

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