6 abr 2017

FIN DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (y III)

La situación estratégica general había resuelto la batalla de Vitoria, en la que las pérdidas fueron escasas, peses a la enorme concentración de efectivos.  Consecuencia inmediata de la batalla de Vitoria fue que la frontera occidental quedaba descubierta.  El ejército del centro, mandado por Clausel, no pudo intervenir en Vitoria, y, acosado por Mina, tuvo que marchar de Logroño a Tudela y Zaragoza.  La guarnición y las fuerzas de Guipúzcoa, continuamente acosadas, iban retrocediendo de Villafranca y de Tolosa hasta Andoain y Hernani, y reforzaban las guarniciones de San Sebastián y Pasajes.
Los ejércitos que habían combatido en Vitoria se retiraban a través de Roncesvalles o se fortalecían en Pamplona y valle de Baztán.
Wellington presionaba cada vez más, y ya sólo quedaban en esta región de España as guarniciones francesas de Pamplona y San Sebastián.  El ataque a San Sebastián resultó infructuoso, teniendo que reembarcar la artillería en Pasajes ante la noticia de un ataque de Soult.
Sabedor Napoleón de estos desastres continuados, ordenó que José I abandonase España y mandó reorganizar todas las fuerzas francesas en un solo ejército, al mando de Soult.  el objetivo ya no era establecer a José I en España, sino defender el territorio nacional francés.  Napoleón decía que "harto tiempo he comprometido mis negocios por imbéciles".
Aún había a las órdenes de Soult 117.789 hombres, con los que intentó liberar las guarniciones de San Sebastián y Pamplona.  Sin embargo, las tropas aliadas se apuntaron éxitos en Roncesvalles, Maya y Echalar, obligando a los franceses a replegarse al propio tiempo que el bloqueo de San Sebastián se hacía cada vez más insistente, hasta que los aliados entraron en la plaza, incendiándola y arrasándola en su totalidad. Las tropas asaltantes trataron a la población civil de una manera injustificable.
Simultáneamente, el ataque francés en San Marcial fracasaba y se convertía en derrota.  Sólo faltaba Pamplona, que no tardaría en caer.  Mientras, Wellington cruzaba la frontera y demostraba al mundo la invasión del suelo francés.
Napoleón, en estos momentos, perdía lo mejor de su ejército en Leipzig.
Después de la capitulación de Pamplona, Auchet aún se mantenía en Cataluña y levante.  pero carente de contactos y en una situación estratégica insostenible, se verá obligado a abandonar esta zona. Retrocede, dejando guarniciones en Denia, Sagunto, Peñíscola, Morella, tortosa, Lérida, Mequinenza, Monzón y Barcelona.  Todas estas plazas irán cayendo por el avance español o por negociaciones con Napoleón.
Jaca caerá en manos de Espoz y Mina.  Figueras y Gerona seguirán la misma suerte. En estos momentos, Wellington, en la parte occidental, avanzaba por el sur de Francia, y las tropas aliadas entraban por el norte de París.  Napoleón abdicaba.  La Guera de la Independencia había terminado.

Esta guerra moldeará la historia posterior de la propia España.  Una secuela de la Guerra de la Independencia fue el surgir de un nacionalismo español, emocionalmente reflejado en todas las manifestaciones. El hecho de haber resistido a Napoleón creará un mito fuerte, utilizado tanto por radoicales como por tradicionalistas.  Al contar este nacionalismo con gruesas gotas de emoción, se exaltará y se le comprometerá en campañas irrealizables durante el sigo XIX, que, al terminar en fracasos, trajo como contrapartida la desilusión generalizada.
Otra secuela de la Guerra de la Independencia la dejaron las mismas guerras de guerrillas con sus matices de guerra social y aproximación al bandolerismo.  Acostumbrando al guerrillero a vivir fuera dela legalidad, rechazando normas de vida social, dando carta de naturaleza a la insubordinación, manteniendo por encima de todo su propia personalidad y convirtiendo la revolución en una manifestación del romanticismo.
Muchos de estos aspectos enredarán la vida política española durante el siglo XIX, y a ellos acudirán radicales y carlistas calzándose las alpargatas y empuñando el fusil.  Otra influencia de la Guerra de la Independencia -por cierto, muy duradera- fue la pretensión de los militares de inmiscuirse y dirigir el poder. Varios militares se muestran reacios a admitir la actuación revolucionaria de varias juntas provinciales y de la propia Junta Central.  Los militares se autoconsideran salvadores y encarnadores de la voluntad nacional.  Cuesta y, sobre todo, Palafox, Romana y otros desprestigian a los políticos civiles haciéndoles impopulares. Su deseo es dar un golpe de mano militar y empuñar las riendas de la contrarrevolución, a la que confundían con la salvación del país.  Esta secuela será heredada por muchos generales durante el siglo XIX y parte del XX.  
El marqués de Santa Cruz, convencido durante la Guerra de la Independencia de que España estaba gobernada por militares, se quejaba y presagiaba con acierto:

"¿Y cómo puedo dejar de ver que es éste el tipo de gobierno que amenaza a mis nietos?"

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