20 ene 2017

ESPAÑA ANTE LA REVOLUCIÓN FRANCESA (II)

En 1788 y 1789 empiezan a llegar noticia oficiales y oficiosas del conflicto francés, que se manifiesta en la euforia del Tercer Estado, en las doctrinas republicanas, en la carestía de los granos, motines en las calles de París, etc.  En mayo de 1789 los Estados generales franceses se reunían en Versalles y un grupo mayoritario de sus miembros decide constituirse en Asamblea Nacional y redactar una Constitución, tras vencer la resistencia de los diputados de la nobleza y del clero.  Mientras tanto, el pueblo de París y los campesinos se entregan a la violencia.
Floridablanca, el ilustrado, el representante de una corriente ideológica que ahora desembocaba en una revolución, teme, se indigna, le aterroriza todo esto, cala en las repercusiones que estos acontecimientos pueden tener para el pueblo y la política española.  Él no es la persona idónea para adoptar una postura reaccionaria, pero su desconcierto le obliga a tomar una postura inconsecuente.  Decididamente, no quiere tanta luz y prohíbe que los periódicos y "todos" hablen de los acontecimientos franceses, pues hay que tener ayuno al país de lo que ocurre en Francia.  Lo cierto es que podríamos decir que Floridablanca es el caso históricamente repetido del intelectual súbitamente sorprendido por los últimos resultados efectivos de sus propias teorías.  Godoy define el caso con justicia en sus "Memorias":

"Encendido ya el fuego, concentrado en la Francia y amenazando a todos lados, ¿qué contará la Historia acerca de la España en tal conflicto?  Contará que el ministro español conde de Floridablanca, que aún tenía las riendas del gobierno, se quedó estupefacto, como el químico mal diestro a quien se vuelan los hornillos y sus mixtos; que el terror y la torpeza se apoderaron de su espíritu, que ni su diplomacia topó con algún medio de cohibir en tiempo hábil las llamas del incendio, ni acertó a negociar, ni se atrevió a mover las armas y promover en tal peligro un armamento conveniente; que el peligro aumentaba por días y por instantes, y la inercia y el pasmo reinaba en los consejos del atribulado ministro, sin querer la paz ni osar la guerra..."

Sin embargo, la situación era peligrosa en extremo, y Floridablanca sigue al frente del gobierno, porque su prestigio era incontestable.
Mientras en Francia surgen los levantamientos revolucionarios y se teme que la nación caiga en manos de la Asamblea, en Madrid también se reunían las Cortes.  Con anterioridad se habían celebrado las fiestas de la coronación de Carlos IV y el pueblo madrileño y las 75.000 personas que vinieron de las provincias se habían comportado con enorme fervor monárquico.  Los extranjeros que presenciaron estas celebraciones hablarán del orden y del decoro de este pueblo bueno, noble y apacible.  
Las Cortes juran por sucesor al futuro Fernando VII y derogan la ley de Sucesión decretada por Felipe V, restableciéndose la legislación de las Partidas, por la cual heredan las hembras de mejor línea y grado, sin postergación a los varones más remotos.  Con ello se abría la posibilidad de unión de España y Portugal, pensamiento que ya había tenido Carlos III, pero que lo impedía la ley sálica; por otra parte, Carlos IV, con esta disposición, se aseguraba el trono, pues el auto de Felipe V disponía que los herederos habían de ser nacidos y educados en España y él era nacido y educado en Nápoles.











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