5 ene 2017

CRISIS DE LA IGLESIA

La Iglesia poseía importantes privilegios políticos, judiciales y fiscales.  Su poder económico se basaba en sus enormes propiedades territoriales y en las múltiples percepciones que recibía, como, por ejemplo, el diezmo.  Estas propiedades estaban mal administradas, controladas desde lejos y rindiendo poco; son las famosas "manos muertas", duramente fustigadas por Campomanes en el "Tratado de regalía y amortización", y por Jovellanos en el "Informe de la Ley Agraria".
Ya señalamos anteriormente las rentas y cosechas que recibía el clero y cómo las revendía, aprovechándose de la subida de precios y del alza de los arrendamientos.  Por otra parte, el clero participaba en funciones de repercusión civil, como bautismos, matrimonios, sepulturas, y mangoneaba en asistencias y en la enseñanza.  Concluiremos que la sociedad laica dependía aún estrechamente del poder eclesiástico.
Y si al noble se le tachaba de "inútil", al clero se le va a tachar de "ignorante".  La utilidad de la nobleza era algo insalvable, ya que sus funciones medievales eran imposibles de resucitar.  Sin embargo, la ignorancia del clero podía ser algo pasajero y debido a una circunstancia histórica.  Por ello se habla en la época de la "reforma del clero".  No obstante, la iglesia tiene varios aspectos comunes con la nobleza, como es el monopolio de cargos, y comulga también con el parasitismo, obstinación, despreocupación e inutilidad de la nobleza.  Pues bien, estos fueros privilegiados y sus señoríos jurisdiccionales y territoriales sufrirían la misma suerte que la nobleza.  Pero la Iglesia tenía sus notas características propias, que le permitían mantenerse y renovarse, ya que se les suele considerar, al menos teóricamente, como una sociedad perfecta, y su constitución es previa a su transformación en estamento.
Lo que, por tanto, hace crisis en la Iglesia es la decadencia moral y el desorden profundo del clero; hay órdenes religiosas envilecidas, llevando una conducta crapulosa y desordenada.  Lo que hace crisis en la Iglesia  es su forma histórica: la insuficiente formación de los eclesiásticos, lo dudoso de su vocación, la existencia de patrones laicos, las ordenaciones a título de beneficio, el incumplimiento de las reglas monásticas en cuanto a la vida común y a la pobreza de los regulares, la insuficiente dotación de los párrocos, que dará origen a las reclamaciones contra los derechos de estola, que algunos de ellos se veían obligados a imponer a sus feligreses como consecuencia de la mala distribución de los diezmos.  Es, en suma, la relajación de toda una disciplina lo que dará pie no sólo a que se les reforme su conducta externa, sino a meterles mano a sus señoríos y  sus propiedades, hasta liquidarlas definitivamente.

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