28 dic 2016

ÓRGANOS DE DIFUSIÓN DE LAS LUCES (II)

En pocos años son docenas de sociedades las existentes en España.  En todas partes lo mismo: unos pocos aristócratas ilustrados, otros pocos prelados y sacerdotes, burgueses ricos y modestos, especialistas en ciencias nuevas, algunos filósofos y simples ciudadanos.  
Los socios no eran un número fijo.   Los había residentes y correspondientes.  Entre ellos formaban diversas comisiones para agricultura, industria y comercio.  Los cargos no eran remunerados.  Publicaban un volumen anual a base de las realizaciones logradas.  La inspiración, orientación y optimismo eran comunes a todas las sociedades.
La agricultura solía ser el eje central de las sociedades, si bien la industria y los conocimientos se desarrollaban con amplitud.  Sería muy prolijo enumerar los logros de todas y cada una de ellas.  La beneficencia ocupaba un lugar privilegiado en sus actividades; crearon enseñanzas profesionales para que los jóvenes pudieran ganarse la vida; en Tudela fundaron un hospicio; varios montepíos surgieron en Madrid, Zaragoza y otras ciudades.  Atacaban al pobre que no quería trabajar y menospreciaban la limosna por ser humillante.
Jovellanos llegó más lejos que nadie solicitando del arzobispo de Sevilla que las monjas aprendiesen trabajos útiles (cosa que el prelado, obviamente, rechazó).  Con todo, es difícil innovar al pueblo.  Aparte se encontraban con la oposición decidida de grupos conservadores y oligarquías rurales, pues se daban cuenta de que estos innovadores, apoyados por el gobierno, podían destruir sus bases y fuentes de poder.  El clero tampoco cooperaba, por las mismas razones; y eso que en todas las sociedades se observaba escrupulosamente el catolicismo y la tradición nacional.  Es más, se solía cantar un "Salve Regina" al fin de cada sesión.  A veces, los libros y las influencias extranjeras desbordaban el puro campo económico, y de los telares y abonos se pasaba con frecuencia a las reformas y la moral, religión o gobierno.  Era inevitable.  
También se leía la "Enciclopedia", pero no sólo la parte técnica o científica, sino todo lo demás.  En ceremonias oficiales se citaba con admiración y frecuentemente se atacaba a los escolásticos.


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