8 dic 2016

CONTINÚA EL ESPÍRITU CRÍTICO EN LAS CIENCIAS

La química es más costos y complicada que la botánica, y por ello se difunde con más dificultad.  En 1775 aún no se cuenta en España con libros fundamentales de química.  La Sociedad Esconómica Vascongada protege estos estudios.  Ignacio de Závalo prepara el acero "colado y cementado", de tan buena calidad como el inglés; los hermanos Elhúyar descubren el wolframio y, también en el País Vasco, Chabaneau purifica el platino, hazaña vital en la época y que traía de cabeza a todos los químicos europeos.  Tanto Juan José Elhúyar, estudioso en el extranjero, utilitarista, científico y maestre de la masonería como el sabio materialista Chabaneau, alcanzan enorme fama en Europa.
Hacia 1785 viene el químico francés Luois Proust, recomendado por Lavoisier, a explicar química a España.  Estuvo varios años en Segovia y Madrid y, aunque se le ha achacado que sus resultados no fueron positivos y resultaron caros, su docencia e investigación marcaron influencia.
Antonio Martí, Andrés Manuel del Río, Tejada y Collantes, Jerónimo Mas y otros desarrollan los estudios, divulgan los conocimientos y poseen laboratorios.  Lavoisier, en resumen, es adoptado en España, con lo que se superaba la antigua teoría del flogisto de Stahl.
Muchísimo antes se leía y traducía "El Espectáculo de la Naturaleza", de Noel Antoine Pluche, y el ensayo sobre la electricidad de los cuerpos, de Juan Antonio Nollet, obras famosas en Francia y que se engulleron en España, alcanzando grandes tiradas, pese a su volumen.  A partir de la segunda mitad del siglo XVIII estos autores serán superados.  La "Historia Natural", de Buffon, comienza a circular solapadamente en España.  Un extracto de esta obra se enseña abiertamente en el seminario de Vergara.  La famosa "Enciclopedia" francesa, resumen de la ciencia y de la técnica y sus adelantos en el extranjero, hubiera sido básica para llenar el vacío que las obras de autores aislados no llenaban.  Pero la Inquisición la prohibió en 1759.  Pese a todo, algunas instituciones públicas de Barcelona, Madrid y País Vasco la adquirieron.
En 1775 se traducía una "Historia del progreso científico", del francés Alexandre Savérien.  En 1780 el gobierno autorizó la circulación y traducción de la "Encyclopédie méthodique", de Panckoncke, de más repercusión para España que la "Enciclopedia" de Diderot.  En el primer volumen, un artículo de Masson, fiel reflejo de las ideas de Montesquieu y Voltaire, atacaba a España, a la ignorancia y a la pereza de sus habitantes, la ineptitud del gobierno, el fanatismo del clero y la credulidad de la Inquisición.  Estos ejemplares, impresos por Antonio de Sancha, causaron revuelo, y las quejas fueron presentadas por Floridablanca y Aranda.  Y a la pregunta de Masson: "¿Qué se le debe a España?", aparecieron las célebres refutaciones del botánico Antonio Cavanilles, de Carlo Denina y de Juan Pablo Forner, quien cartó las tintas en su "Oración apologética por la España y su mérito literario"; no se contentó con panegirizar a España, sino que atacó abiertamente a Descartes, Rousseau, Voltaire, Newton y a todos los adelantos científicos modernos.  La polémica se enzarzó al salir al paso "El Censor" y otras publicaciones admiradoras de la nación esañola, pero recriminando a Forner.
Lo dice muy bien Richard Herr cuando comenta que la pregunta de Masson no sólo dilucidó la diferencia entre el campo progresista y el conservador dentro del país, sino que además puso una cuña entre los campos progresivos de Francia y España.  Fue el incidente más fecundo de la historia de la Ilustración española antes de 1789.
El panorama se completa con la venida de científicos extranjeros a España para dirigir proyectos.  Eran protegidos por Fernando VI y Carlos III.  Se conceden becas a jóvenes científicos españoles para estudiar en el extranjero o para que fueran a realizar investigaciones astronómicas o en ciencias naturales en América.  Se organizan conferencias; surgen jardines botánicos, gabinetes de Historia Natural, enriquecidos por compras de colecciones particulares; se fundan nuevas escuelas de medicina; hay campañas para generalizar la vacuna contra la viruela, pese a la oposición de la masa y de los sectores conservadores del clero.  Las ciencias son cantadas por los poetas; se canta a la naturaleza, a los ríos, a la física, a la geometría, a los astros...
El espíritu, interés y difusión de las ciencias nuevas cala también en la prensa.  El "Diario de Madrid", "El Correo de Madrid" y otros periódicos publican docenas de artículos sobre física y otros adelantos científicos y técnicos.  Incluso hay publicaciones dedicadas a divulgar los progresos extranjeros en el campo de las ciencias, la agricultura, comercio, artes y oficios.  "El Censor" difundiría a Pluche, Descartes y Newton.  Se publican cartas de Benjamín Franklin y artículos celebrando al inventor del pararrayos.  En la última década del siglo, la Historia Natural y la física seducen cada vez más a los españoles.  Por suerte, como dice Cadalso, la física moderna ya no es un juego de títeres ni sus instrumentos un juguete para niños, como querían algunos escolásticos.  La batalla por la ciencia moderna estaba ganada en España.

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