9 nov 2016

EL PENSAMIENTO EN LA ÉPOCA DE LA ILUSTRACIÓN (I)

El siglo XVIII es por excelencia la época de la fe en la razón humana.  El pensamiento pretende dominar todas las actividades y marcar nuevos caminos para la economía, estructura social, gobierno, ciencias y religión.
La crítica contra la mentalidad tradicional se abría paso arrolladoramente.  El humanismo renacentista y la Reforma habían debilitado la tradición, y las formas sociales con base en la religiosidad medieval iban a ser barridas.  La Iglesia pierde la autoridad social y es sustiuida por la libertad de conciencia.  Después pierde autoridad política, y los reyes católicos serán primero reyes y luego católicos.
Una fe ciega en el progreso y una tremenda necesidad de reformas fundamentales penetran en las mentes más cultas de todas las naciones.  Así es como llegamos a la época de la Ilustración: aspiración a comprender todas las cosas; secularización a fondo; desvinculación consciente del más allá; proceso espiritual mediante el cual la humanidad superó aquel estado de minoría de edad en que se hallaba por propia culpa, como dice Kant.
La eficacia del método analítico, confirmado espectacularmente por el descubrimiento de la ley de la gravitación universal lleva a los pensadores del siglo XVIII a una generalización del sistema, hasta aplicarlo a todo tipo de problemas.  La pretensión de someter la realidad a examen racional se refleja en los más diversos campos.  Ni siquiera la religiosidad escapa, y la "diosa razón" recibirá culto en este siglo.  Se critica la revelación por confusa y contradictoria; se critican los milagros por oponerse a la ley natural; se combate la superstición por considerarla una forma degenerada de la fe.  La religión queda "dentro de los límites de la pura razón".  En ella sólo cuentan los valores morales que engendra esa religión.
En otro orden de cosas, el hombre ilustrado aspira a la felicidad a través de la satisfación de sus intereses, es decir, el enriquecimiento.  Esta felicidad-riqueza, de grandes repercusiones socio-políticas, se plasma en una serie de valores morales: utilidad, tolerancia, beneficencia.  Pone en entredicho el honor y la imposibilidad de transmitir por herencia una serie de virtudes personales.  Si la institución nobiliaria está en crisis, no lo está menos la Iglesia, cuyos privilegios no responden a ninguna función.  Todo esto prepara la sociedad clasista, basada en la libertad, igualdad y propiedad.  Pero el programa de los ilustrados no llegará hasta sus últimas consecuencias en las reformas.

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