La masonería es también una fuerza importante. En 1726 registramos el permiso de la Gran Logia de Londres para abrir una en Gibraltar. Una año después se crea otra en Madrid, que alcanza rápidamente los 200 miembros. A los siete años Madrid contaba con otras cuatro, entre las que destacaba la de las "Tres Flores de Lis". En 1748 en Cádiz se cuentan 800 miembros masónicos. La cifra nos parece exagerada. Durante el reinado de Carlos III surgen otras en Andalucía, Cataluña y otros lugares. La corte de Carlos III, simpatizante con la masonería desde su periodo napolitano sigue con su liberalismo sin oponerse a la proliferación de las logias. En América también se difunde con rapidez y empiezan, a partir de 1751, numerosos procesos contra los masones, como los de Jacques de Lagrange, Ambrosio Sáez Bustamante, Felipe Fabris, etc. Muchos políticos, militares y eclesiásticos de las guerras de la Independencia estarán empapados de la masonería.
También en este caso el sector criollo es campo abonado para hacer partidarios. Ya hemos visto que los criollos están casi totalmente desplazados de la administración pública. Ante este monopolio de los peninsulares, los criollos se dedican a negocios, profesiones liberales y al sacerdocio. Pero su deseo de autogobernarse va calando y surgen numerosas sublevaciones e intrigas; todo ello dentro del ansia de libertad y del ambiente propicio que les presenta el siglo XVIII.
La expulsión de los jesuitas provoca un aumento del clero criollo. La supresión de los cabildos redunda en un ansia de libertad; la anarquía y la corrupción; la incapacidad política, moral y económica de las clases dirigentes; las infiltraciones de tipo ideológico; la dinámica internacional exponenciada en la guerra y el contrabando... todo ello motiva insurrecciones, sublevaciones, conjuras, levantamientos e inquietudes sociales y políticas a las que hay que reprimir
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