8 ago 2016

EL MOTÍN DE ESQUILACHE (II)

Los historiadores de la época explican el hecho dando una imagen política madrileña de las capas y sombreros redondos contra un ministro inoportunamente innovador.  Tienen tambén en cuenta las malas cosechas y la carestía de la vida.  Apuntan, pero sin dedicarse a tomar postura, un complot urdido en lo medios de la corte y de la Iglesia, como decidirán Aranda y Campomanes al achacárselo a la Compañía de Jesús.
En nuestros días se enfoca el problema desde el prisma  de una tentativa abortada de las clases dirigentes conservadoras para derribar la corriente reformadora surgida alrededor de Carlos III.  Tendríamos, por tanto, una contrarrevolución, enfrentada a la revolución que suponá para ciertos medios la postura inicial de Carlos III.  La inquietud y el desasosiego del pueblo fueron simplemente los elementos que utilizaron los inductores para provocar las revueltas y modificar así el rumbo reformista del gobierno.  Lo de las capas y los sombreros no fue sino el pretexto más a mano para manifestarse y combatir contra una obra de gobierno que era radical en las medidas económicas y afectaba, de modo principal, a la alta nobleza.  Y si se sublevan los de abajo, lo hacen manejados por algunos aristócratas, religiosos y sacerdotes.  Algunos religiosos influyeron en el pueblo, le animaron y justificaron sus excesos.
La escasez o la carestía de los alimentos fueron circunstancias propicias, así como la calidad extranjera de algunos ministros, para alimentar la algarada.  El motín de Esquilache, no obstante, no frenó las reformas, sino que obligó a tomar nuevos ministros, nuevas meidas, expulsiones de personajes, de jesuitas... pero las reformas ampliaron su impulso, aunque a partir de 1766 se hicieron con mayor cuidado.
De todos modos todavía podríamos darle una dimesión más amplia al motín de Esquilache, haciéndole cobrar un pleno sentido histórico.  Las emociones populares necen de las crisis económicas, en este caso de la del Antiguo Régimen: son de naturaleza agraria, de periodicidad corta, y se manifiestan por la escasez de productos alimenticios y por su carestía.  Los enfrentamientos entre las clases conservadoras y las ascendentes dependerán del grado de madurez de estas contradicciones estructurales.
A la luz de las estructuras, vemos cómo la Iglesia se había apropiado de un cuarto de la renta bruta agrícola del Reino de Castilla, de tres cuartas partes de la renta inmobiliaria y de otro tanto de los bienes sustraídos a la circulación de las riquezas, como lo eran los mayorazgos aristocráticos.
Los innovadores provenían de las clases medias, eran universitarios becados por el gobierno y atacaban los bienes de amortización, como el muchas veces citado Campomanes.  Resulta, pues, evidente que aristócratas y clero, ante una eventual oposición, se encuentren entre los miembros más activos.
Los ministros extranjeros, los burócratas "golillas" y el propio rey que les protege y da vía libre a sus innovaciones, no podían escapar a las críticas de grandes y prelados.  Cabe preguntarnos: ¿las fuerzas reaccionarias atacaron la autoridad absoluta del rey?  Pues sí.

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