21 feb 2016

LA PRIMERA REBELIÓN CATALANA

Andando el tiempo, los esfuerzos bélicos exigidos por la participación española en la Guerra de los Treinta Años hicieron volver al conde-duque a sus antiguos proyectos. Castilla no podía contentarse con el dinero que, a fuerza de amenazas y presiones, concedían ocasionalmente los catalanes y los portugueses. Lo que realmente necesitaba era una ayuda militar y financiera constante, y esto no podía llevarse a cabo sin una reforma radical de sus respectivas administraciones. A Portugal comenaron a llegar consejeros castellanos, encargados fundamentalmente de introducirse solapadamente en la maquinaria administrativa portuguesa, con vistas a su reforma. Mas los portugueses lo advirtieron, y estallaron tumultos (1637) en diversos puntos del país. Por suerte, quedaron en motines aislados. Cataluña, que había permanecido al margen de los problemas que agobiaban a la sazón a la Corona, es invadida por los ejércitos francesess en el verano de 1639. El conde-duque aprovechó la ocasión y tuvo un magnífico pretexto en ella para obligar a los catalanes a aceptar la Unión de Armas. También fracasó. Es mas, furioso contra la pasividad de los catalanes, ordenó a sus generales que utilizasen todos los medios para reclutar, aun por la fuerza, tropas catalanas. Cuando los franceses finalmente se rindieron, a principios de 1640, el valido advirtió que, si bien había ganado la campaña, había perdido las esperanzas de llegar a un entendimiento con los catalanes. La aristocracia catalana estaba furiosa contra las apetencias centralistas de Madrid, y el campesinado, desesperado por el comportamiento de las tropas mercenarias. Más grave aún era la actitud del gobierno central, dispuesto a que estallara el polvorín con la esperanza de recoger el poder absoluto una vez que el país hubiese saltado en mil pedazos.
En la primavera de 1640, las campañas del próximo verano comenzaron a prepararse en Cataluña con la concentración de tropas y su repartimiento entre la población civil. Los campesinos, hartos de atropellos, manifestaron violentamente su repulsa a la política del conde-duque. En muchos pueblos, los soldados eran recibidos por los payeses como si fuesen sus enemigos. En otros los recibían alegremente, los agasajaban, les ofrecían copiosos banquetes y luego los asesinaban a todos, provocando las naturales represalias. En Barcelona, el pueblo se amotinó y puso en libertad a algunos de sus líderes, encarcelados por el virrey. En junio, la víspera del Corpus, comenzaron a llegar a Barcelona los segadores, que tradicionalmente se concentraban allí todos los años antes de dar comienzo las tareas de recolección. Al día siguiente estalló el tumulto conocido como Corpus de Sangre. Los castellanos fueron asesinados y las casas de sus partidarios saqueadas y quemadas; el mismo virrey perdió la vida en aquella jornada.
Lo ocurrido en Barcelona se repitió en Lérida, Balaguer, Gerona y otras villas de Cataluña. Los tercios que se concentraban en la región fueron destrozados por los rebeldes. El puerto de Tortosa, necesario para enviar tropas que cogiesen por la espalda a los revoltosos, cayó también en manos de éstos. La intervención militar era necesaria. Pero los catalanes no se olvidaron de preparar la resistencia. La Diputació, dirigida por un canónigo de Urgel, llamado Pablo Clarís, hizo un llamamiento a la nobleza, incluso a la castellana que poseía baronías en Cataluña; los eclesiásticos, los ministros y los tribunales fueron convocados también, con el fin de tratar sobre los peligros que amenazaban al país por causa de la imprudente política del conde-duque. Clarís propugnaba la declaración de guerra contra el gobierno de Madrid. Contaban con la ayuda de otros reinos de España (Aragón, Valencia, Vizcaya, Navarra y Portugal) y también con el apoyo de Francia. Richelieu, en efecto, había enviado dos delegados suyos a Barcelona. Cataluña fue reconocida república independiente bajo el protectorado de Francia. Luis XIII fue proclamado conde de Barcelona.

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