6 feb 2016

FELIPE IV, EL REY ABÚLICO (III)

Marañón nos cuenta que "tenía Felipe IV como rasgo fundamental de su carácter una sensualidad pasiva, y por pasiva inagotable. Su vida pública, continuada efemérides de devaneos amorosos con mujeres y más mujeres, altas y bajas, de todas las categorías morales, sociales y estéticas, así lo indican. Pero, sobre todo, nos demuestra el inapreciable documento de las epistolas... Va exponiendo Don Felipe en las cartas sus inacabables tentaciones, a las que, con perfecta regularidad, sucumbe. Cada vez, sin excepción, pide auxilio al cielo para no caer; pero cae. La ccaída se acompaña de profunda contrición, de un sentimiento terrible de responsabilidad, porque sabe que él no es un hombre como los otros, sino el Rey de la nación elegida por Dios; y que, al ofenderle, no sólo compromete la salvación de su alma, sino la seguridad de la Monarquía y de España, cuyas continuadas desdichas atribuye a la ira divina que sus culpas han suscitado. Y así se suceden, y nunca se interrumpen, los periodos de tentación, de resistencia y de desplome de la voluntad. Y, a veces, la sucesión es tan rápida, que esos periodos se sobreponen y dan la impresión de una doble personalidad en el Monarca, de una dolorosa ambivalencia de su alma, que a un tiempo peca y llora su pecado, que a un tiempo se golpea el pecho contrito con la mano, mientras la otra escribe la nueva cita de amor".
Felipe había casado, como se dijo, con la princesa Isabel de Borbón, primogénita de Enrique IV de Francia; el matrimonio se celebró cuando el príncipe de Asturias sólo contaba la edad de diez años y doce su mujer y no se consumó hasta el año 1620, es decir, cinco años después de ratificarse. Isabel dio a su marido, en los veinticuatro años que duró su matrimonio, seis hijas y un hijo. Primero nació la princesa Margarita María (1621), que se malogró. Una segunda, Margarita María Catalina, nació en 1623, que siguió la misma suerte de la primera. Lo mismo ocurrió con María Eugenia, nacida en 1625 y a Isabel María Teresa, en 1626. En 1629 nació un niño, Baltasar Carlos. Después de tantos partos frustrados, la reina deseosa de tener un hijo varón, por consejo de la duquesa de Gandía, su camarera mayor, prometió que su hijo, si era varón, por recibiría el nombre de uno de los Reyes Magos. Nacido el niño, se sortearon los tres nombres y salió el de Baltasar; de modo que si el niño hubiera llegado a reinar, habría sido el primer rey Baltasar del mundo cristiano. Pero no llegó a serlo. El niño se crió fuerte y sano, llenando de alegría a sus padres y de esperanza a un pueblo que veía en él la promesa de unos tiempos mejores. Mas la muerte vino también a cortar estas ilusiones. En 1645, el príncipe, que acompañaba a su padre en sus viajes, murió en Zaragoza antes de cumplir los diecisiete años. En 1635, un nuevo partose malogró, el de la infanta María Antonio Dominica Jacinta. Finalmente, en 1638 nació María Teresa, que casaría andando el tiempo con el rey de Francia Luis XIV (1660).
La reina Isabel murió en 1644, cuando aún no había cumplido cuarenta y un años. Felipe perdió al año siguiente al príncipe heredero, y pensó en asegurar su sucesión contrayendo segundas nupcias con su sobrina, la archiduquesa Mariana de Austria.

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