
En el terreno de los hechos, pronto se echó de ver la eficiencia de la compañía. Apenas fundada, los jesuitas comenzaron a marchar a las tierras recientemente descubiertas por naciones ibéricas, extendiendo el Evangelio por todo el orbe. Francisco Jassu y Azpilicueta (Francisco Javier, 1506-1552) embarcó en 1541 rumbo al Extremo Oriente, donde misionó en las Molucas, las Filipinas, la India y el Japón. En 1547, otros misioneros partieron hacia el Congo; en BRasil aparecen desde 1549; en 1555, en Etiopía; en 1566, en la Florida, donde llegan acompañando al adelantado Menéndez de Avilés. En Nueva España (México) se encuentran desde 1572; en Perú, desde 1568...
En el campo de la ciencia, pronto pudo ofrecer la Compañía de Jesús excelentes teólogos a la Iglesia. Baste citar los nombres de Diego Laínez y Alfonso Salmerón, compañeros de Ignacio que destacaron como excelentes teólogos en el Concilio de Trento. Los jesuítas se acreditaron por la importancia que desde el principio dieron al cultivo de los estudios. Fundaron colegios, universidades y toda clase de centros de cultura, de las que fue modelo el Colegio Romano que la Compañía de Jesús tenía en la Ciudad Eterna, fundado en 1553.
Aunque Ignacio no había pretendido hacer de la compañía un instrumento exclusivo de la lucha contra la herejía, el hecho es que los jesuitas fueron los más comprometidos en la difusión de la Contrarreforma por los países afectados por las corrientes protestantes.
La década de los años setenta, en el siglo XVI, significaba un nuevo hito tanto en la historia de la Inquisición como en la de la espiritualidad española. En 1573, el cardenal Quiroga fue nombrado inquisidor general, y en 1577 sustituyó a Carranza en la sede de Toledo. Su gestión dio un carácter más moderado a la Inquisición española. Fray Luis de León, que había sido encarcelado por la Inquisición, fue puesto en libertad. Otros muchos hombres de ciencia, que habían sufrido dificultades a causa de sus esfuerzos por introducir los métodos de la ciencia moderna en la vida intelectual española, fueron protegidos por Quiroga: así Arias Montano, Francisco Sánchez de las Brozas y Francisco de Salinas, entre otros. Las teorías de Copérnico fueron introducidas en España en esta época. La actividad espiritual de místicos tan ilustres como Teresa de Ávila y Juan de la Cruz, entre otros muchos, pudo florecer sin obstáculos que lo impidiesen. Se impulsaron también las instituciones benéficas, creándose para ello algunas órdenes religiosas, como la de los Hermanos de la Caridad fundada por Juan Ciudad (Juan de Dios) y reconocida como tal congregación en 1572 por el Papa Pío V. Todos estos y otros muchos movimientos de oración y caridad no eran sino una consecuencia de la orientación que, desde hacía algunos años, había tomado la Iglesia católica a partir del Concilio de Trento.
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