13 nov 2015

INTERVENCIÓN ESPAÑOLA EN LA POLÍTICA FRANCESA (I)

Hasta el año 1559, fecha en que Felipe deja Flandes para establecerse definitivamente en España, la política del joven rey puede decirse que constituye un epílogo al reinado de Carlos V. Felipe, que por entonces era rey de España, de Inglaterra, de Nápoles y señor de los Países Bajos y de las tierras del norte de Italia, tenía en sus manos todos los resortes capaces de oprimir a Francia con más eficacia aun que lo habían hecho sus antecesores. Si su matrimonio con María Tudor hubiese sido fecundo, su heredero habría reunido también, con más fuerza incluso, todos los poderes que ya hacían extremadamente peligroso para Francia a Felipe II. Enrique II no podía sentirse tranquilo ante tal panorama y, en consecuencia, entabó relaciones con el Papa y con el sultán de turquía, dándose la extraña circunstancia de que llegaran a aliarse contra el poderío español la suprema cabeza de la cristiandad y el supremo señor de su eterno enemigo. Ocupaba por entonces el solio pontificio el napolitano Craffa, con el nombre de Paulo IV (1555-1559). El intransigente anciano que el Papa era no había parecido grato al emperador, que había intentado, in extremis, su elecció a pontificado. Paulo IV, en efecto, se caracterizó por sus altos ideales de reforma de la Iglesia, pero también pos sus constantes choques con la realidad, debidos a su espíritu absoluto e independiente y a su falta de comprensión y acomodación a las personas y a las circunstancias. A esto se unía su exagerado nepotismo y su sentimiento político profrancés, que culminó en la desgraciada guerra que sostuvo contra Felipe II. Al amparo de la Tregua de Vaucelles, que había suspendido las hostilidades entre Carlos V y Enrique II (1556), Caraffa recluta un ejército en los Estados Pontificios, al que se incorporaron también algunos contingentes franceses, vanguardia del ejército francés que Enrique enviaría a Italia al mando del duque de Guisa. El general de las tropas españolas acantonadas en Nápoles, que a la sazón lo era el duque de Alba, preparó a sus hombres y envió un ultimátum a Roma. El Papa, esperando la pronta llegada de los franceses, trató de ganar tiempo aceptando entrar en negociaciones con el de Alba. Entretanto, llegan también a los Estados Pontificios algunas tropas reclutadas en Alemania, luteranos en su mayoría, de modo que el Papa tuvo que ver con amargura cómo aquellos hombres enemigos de la misa, se constituyeron en sus defensores. Enrique II, sin embargo, no quería romper la tregua con el nuevo rey de España. Por esto tardaban tanto en llegar las tropa prometidas al Sumo Pontífice, mientras que los españoles avanzaban camino de Roma. Las presiones del Papa, no obstante, fueron tan grandes, que Enrique cedió finalmente. A primeros de 1557, Francia quebrantó la tregua rompiendo las hostilidades en la frontera de los Países Bajos, al mismo tiempo que enviaba al duque de Guisa con un ejército en socorro del Papa. Envalentonado el Pontífice, llegó a amenazar imprudentemente a Felipe con la excomunión. El rey de España, sin dejarse impresionar, convocó entonces una junta de teólogos de la universidad de Lovaina y les pidió que opinasen sobre si le era lícito defender los territorios contra la agresión pontificia y si podía tomar la iniciativa cuando hubiera motivos suficientes para temer su ataque. El español Melchor Cano corroboró la respuesta de los lovainenses con estas enérgicas palabras:

"Por el bien de la Iglesia, el rey debió corregir los abusos de aquélla por la fuerza"

En la frontera con los Países Bajos, los ejércitos de Felipe, dirigidos por Manuel Filiberto, duque de Saboya, después de una serie de afortunadas operaciones, pusieron por sitio a la plaza fuerte de San Quintín, donde se habían concentrado las tropas francesas que comandaba el almirante Gaspar de Coligny. La importancia de la plaza hacía aconsejable impedir a toda costa que cayese en manos del duque de Saboya, quien había reforzado su ejército con nuevas tropas enviadas por la esposa de Felipe. Así pues, llamó en su socorro al condestable de Montmorency, que acudió llevando consigo un lucido ejército, al que se había incorporado toda la nobleza del reino. El hermano de Coligny, que venía con el condestable, logró romper el cerco español y penetrar en San Quintín con un pelotón de soldados; pero en estas circunstancias los generales de Felipe cayeron sobre el resto del ejército de Montmorency, y la escaramuza se convirtió en una sangrienta batalla. El ejército francés quedó vencido en toda la línea. Sus generales cayeron en manos de los españoles; el mismo Montmorency fue prendido por un soldado de caballería, llamado Sedano, y se rindió al capital Venezuela. Los 10.000 ducados que e habían ofrecido como recompensa a quienes lo capturasen se repartieron entre Venezuela y Sedano. La victoria tuvo lugar el 10 de agosto de 1557, festividadd de San Lorenzo.

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