25 oct 2015

LA REVOLUCIÓN DE LOS PRECIOS DURANTE EL REINADO DE CARLOS V (VII)

¿Y los españoles? ¿En qué medida se beneficiaron? La Corona, que, aunque no aportase nada a los negocios ultramarinos, siempre recibía el quinto del beneficio obtenido, no cabe duda de que se aprovechó de la coyuntura. La nobleza, que vio revaluarse sus tierras al compás del alza de los precios, y que pudo, al mismo tiempo, aumentar sus rentas incrementando los alquileres de sus campos, también se benfició. Mas desgraciadamente no supo hacer el uso adecuado de los capitales que pudo concentrar. A excepción de las inversiones que se hicieron en olivares y viñedos en el sur del país, la nobleza gastó sus bienes en un vano e insensato alarde de ostentación. Suntuosas mansiones señoriales, como las que podemos admirar en tantas ciudades españolas, son buena muestra de la ostentación orgullosa de nuestrra clase nobiliaria. Sus caudales se gastaron en la importación de artículos del más refinado lujo, en un generoso mecenazgo sobre artistas, literatos, etc... En España, los ricos fueron cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Los negociantes y mercaderes también se beneficiaron mientras no tuvieron que sufrir la competencia de los productos extranjeros; pero, según ya dijimos, sus beneficios no les sirvieron más que para abrirles las puertas de la nobleza. Los padres comerciantes tuvieron hijos nobles y nietos pobres, pero titulados.
Durante la mayor parte del siglo XVI, la vida fue difícil para el español. Ciertamente, para la masa asalariada la revolución de los precios fue un golpe brutal que rebajó todavía más su ya bajo nivel de vida. El propio príncipe Felipe escribiría a su padre Carlos V en mayo del año 1545 palabras muy ilustrativas sobre los zarpazos que estaba sufriendo aquella sociedad que gobernaban:

"Con lo que pagan de otras cosas ordinarias y extraordinarias, la gente común, a quien toca pagar los servicios, está reducida a tan extrema calamidad y miseria que muchos dellos andan desnudos sin tener con qué se cubrir; y es tan universal el daño que no sólo se extiende esta pobreza a los vasallos de Vuestra Majestad, pero aún es mayor en el de los señores; que ni les pueden pagar sus rentas, ni tienen con qué, y las cárceles están llenas y todo se va a perder".


¿Y la Iglesia? ¿Qué papel desempeñó en el seno de la sociedad española del siglo XVI? En una sociedad tan fuertemente dividida en clases horizontales, la Iglesia fue la única institución capaz de establecer relaciones verticales entre los diversos sectores de la población. Sus cuadros se nutrían de gentes procedentes tanto de las clases altas como de la burguesía y el pueblo común. Las reformas que se venían operando en el seno de la Iglesia española, antes aun del reinado de los Reyes Católicos, habían hecho posible la existencia dentro de sus eno de amplios sectores imbuidos en un espíritu cristiano, que sin duda rayó a gran altura. Esto no excluye que las mismas condiciones sociológicas que influían en su reclutamiento lastrasen la calidad de muchos de sus componentes.
El número de clérigos y religiosos con que contaba el país a lo largo del siglo XVI se puede calcular entre los 100.000 al comienzo, y los 170.000, al final. En algunas regiones, como Cataluña, la población clerical alcanzaba el 6% del total de habitantes. En Galicia no era inferior al 2%. Dentro del clero era perfectamente posible distinguir una capa superior privilegiada, constituida por la jerarquía y los beneficios de importancia, generalmente integrada por gentes reclutadas de entre las clases nobles, las únicas, por otra parte, capaces de dar a sus hijos la formación necesaria para ocupar tales cargos. Las pingües rentas de esos beneficios eclesiásticos, la influencia de la jerarquía en la administración del país... hacían especialmente apetecibles para la nobleza el conseguir que sus miembros ocupasen tan ricas prebendas. Mas, al lado del clero opulento, pululaba una inmensa legión de clérigos y frailes reducidos, en ocasiones, a extremos de pobreza y miseria, y en la mayor parte de los casos, carentes de toda instrucción. Las medidas tomadas por Cisneros para la formación de sacerdotes y religiosos se vieron ampliadas con las reformas que el Concilio de Trento introdujo en la Iglesia universal. Todo ello contribuyó a una elevación paulatina del nivel moral e intelectual del clero, que se hizo notar ampliamente a lo largo de todo el siglo.
Los recursos económicos de la Iglesia española alcanzaban cifras astronómicas. La acumulación de tierras por donativos testamentarios, donaciones regias, etc... había concentrado en manos de la Iglesia prácticamente el 50% de las rentas totales de la nación, por lo que la Iglesia constituía, junto con la aristocracia, el segundo gran terrateniente del país y su primera fuerza económica. Mas, en contra del empleo que la aristocracia daba a sus bienes, la Iglesia española supo hacer de los suyos un uso bien diverso. Gran parte de sus recursos se emplearon en obras de asistencia y beneficencia, única forma de suplir en aquellos tiempos lo que no se realizab en virtud de unos principios de justicia social. Desde la "sopa boba" que diariamente distribuían los conventos a los innumerables mendigos y vagabundos de las ciudades, hasta los hospitales, lazaretos, albergues y dispensarios que la Iglesia mantenía con sus recursos, pasando por las cofraías, instituciones en las que, junto a las actividades piadosas, florecían otras muchas de carácter asistencial y de socorros mutuos, es justo reconocer que la Iglesia española llenó un vacío lamentable y sirvió de canal y cauce para que se distribuyesen entre toda la población unas rentas que beneficiaban en su mayor parte a tan sólo algunos sectores privilegiados.
Aparte de esta contribución de la Iglesia a la ayuda de los más desvalidos, también contribuyó a la financiación del Estado por otros caminos. Con frecuencia creciente, los papas concedieron a los reyes de España la facultad de retener los ingresos que se obtenían para la cruzada. A pesar de que el clero estaba exento de pagar contribuciones y tributos, los subsidios que periódicamente entregaba a la Corona crecieron en cuantía, sobre todo bajo el reinado de Felipe II; en este tiempo, Estado e Iglesia marchan a un mismo ritmo, marcado por la coincidencia de ideales e intereses. En atención a la defensa que el Estdo hacía de los intereses eclesiásticos, el clero concedía al rey cuantiosos subsidios que en ocasiones rebasaron los ingresos obtenidos del tráfico con las Indias. Aquí habría que incluir también las donaciones que algunos próceres eclesiásticos daban al rey en momentos de especial dificultad. En tales circunstancias, los reyes lograron a veces del Papa licencia para poner a la venta parte de las propiedades detentadas por la Iglesia, para allegar recursos en los momentos de máximos apuros económicos.
Justo es destacar el papel que jugóla Iglesia española en la realización de la síntesis entre el boyante esplendor de la dinastía y el espíritu democratizante del pueblo. En este sentido, justo es también recordar las interesantes aportaciones de algunos sectores de la Iglesia española al desarrollo de la sistematización teológica por obra de F. de Vitoria y Melchor Cano; sus contribuciones a la gestación del derecho internacional, en el que destacó el mismo padre Vitoria y, en especial, los hallazgos espirituales y psicológicos de la corriente mística española, de la que Teresa de Jesús y Juan de la Cruz serían sus máximos exponentes.

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