
Coonsecuente con este proyecto, había dado la orden a Felipe , en 1548, de ponerse en camino por los distintos territorios del Imperio para familiarizarse con sus futuros súbditos y para completar su formación como futuro emperador. Durante su ausencia, regentarían España, según dijimos, Maximiliano y María. Maximiliano, hijo de Fernando, constituía para Carlos un serio motivo de preocupación. Si Fernando heredaba el Imperio, antes o después vendría a manos de Maximiliano; mas éste no le parecía a Carlos el personaje más adecuado para continuar la política que él había propugnado. Se tenía incluso por su ortodoxia, ya que se había mostrado sospechosamente inclinado hacia el luteranismo. Así pues, Carlos alejó a Maximiliano de Alemania, al mismo tiempo que hacía venir a Felipe a aquellas regiones. Felipe, en efecto, a pesar de su juventud, no había cesado de dar pruebas de madurez y suficiencia, sobre todo a partir del año 1545. Su viaje no sirvió más que para confirmar las grandes esperanzas que Carlos estaba poniendo en su hijo. Buen reflejo de ello encontramos en los informes que a la sazón enviaba al emperador su secretario González Pérez. He aquí un ejemplo:
"En Milán quedan ta perdidos por su Alteza que han sentido tanta soledad de su partida coo en España, que no se puede más encarescer"
Y en otro lugar escribía:
"El príncipe ha dado grandísima satisfacción a todos los Embaxadores destos Príncipes y potentados que le han venido a hablar y tiene grande expectación de lo que haya de ser adelante, que los amigos se huelgan y los que no le son le temen, y los unos y los otros se admiran de su buena manera y seso en tan poca edad. Yo creo que S.M. se ha de alegrar en grandísima manera cuando le vea y trate, que no va S.A. con poco deseo de llegar ya allá".
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