19 oct 2015

LA REVOLUCIÓN DE LOS PRECIOS DURANTE EL REINADO DE CARLOS V

Alrededor de ocho millones de habitantes pueblan los reinos de la Corona de España en el siglo XVI. Al lado de los tres millones de Inglaterra, España ocupaba una posición demográficamente aventajada; mas, comparada con Francia, que contaba unos quince millones, o con los veintidós millones que correspondían al Imperio turco y sus estados satélites, es totalmente clara su inferioridad. A lo largo del siglo XVI, la población aumentó constantemente, sobre todo en Castilla, donde entre 1530 y 1540 se registra un aumento de 65.000 habitantes por año. El crecimiento de Castilla era superior al de los demás reinos peninsulares; pero entre las causas de este aumento no sólo hay que contar los factores biológicos, ya que también hubo circunstancias históricas que provocaron el aumento de su población, merced a la aportación constante de emigrantes venidos de otras regiones. El hecho que desencadenó este movimiento migratorio hacia Castilla fue, en último término, el descubrimiento de América y la prosperidad que alcanzó Castilla como consecuencia inmediata del mismo. Dentro de la misma Castilla, la población comienza a moverse hacia el sur, en dirección a Sevilla, centro desde donde parten las expediciones a Ultramar y adonde llega la riqueza indiana.
En tiempos de Felipe II, a raíz de la rebelión de las Alpujarras, otros muchos emigrantes, procedentes del norte de España, fueron establecidos en las tierras que hasta entonces habían sido habitadas por los moriscos granadinos; éstos, dispersos primeramente por Castilla, serían expulsados definitivamente en épocas posteriores. También acudían a España emigrantes extranjeros. En Cataluña se registró una verdaera invasión pacífica cuando las gentes que habitaban en las montañas pirenaicas comenzaron a descender hacia los llanos. Entre ellos figuraban grandes masas de franceses, que se incrementarían más aún en los tiempos de las guerras de religión en Francia. La resistencia de los habitantes del llano al establecimiento de estas gentes provocaron una oleada de bandolerismo en Cataluña, que constituiría una verdadera plaga en el país. Los gascones, como se llamaba a los inmigrantes franceses en Cataluña, llegaron a constituir el 20% del total de la población a finales del siglo XVI, sobre todo en las zonas rurales, donde, en ocasiones, vinieron a llenar con su trabajo el vacío creado tras la expulsión de los campesinos moriscos, como veremos más adelante.
Por lo que al resto de España se refiere, la inmigración francesa vino determinada por el atractivo que la prosperidad general ofrecía a los comerciantes y a los obreros manuales. Entre todos los extranjeros venidos al país, los que ocuparon el primer lugar fueron, indudablemente, los genoveses. En 1528, como tuvimos ocasión de indicar en su momento, el almirante genovés Andrea Doria dejó el servicio de Francia y pasó al lado del emperador. Entre las contrapartidas con que éste le benefició, estuvo la del restablecimiento de todos los privilegios que en años anteriores se habían concedido a los genoveses para sus negocios en la Península. A partir de esta fecha, los banqueros genoveses aparecen haciendo préstamos cada vez más grandes a la Corona e influyendo, por este medio, en sus decisiones políticas y militares. Se les ve acaparar los mejores juros, es decir, títulos de renta pública. En tiempos de Felipe II, su poder crecería aún más. El Rey Prudente les concedió el monopolio de la sal y el derecho exclusivo a recaudar los impuestos sobre los bienes eclesiásticos. La trata de negros pronto cayó en manos de los genoveses. Además, inundaron el mercado español con una enorme cantidad de productos manufacturados, destinados muchos de ellos al comercio con América. En este sentido, se les ha comparado acertadamente a los modernos "Tigres Asiáticos", que han sido capaces de producir artículos a precios mucho menores que sus competidores. Los genoveses, gracias al menor precio de sus manufacturas, impidieron el desarrollo de una industria similar en España y, de rechazo, desviaron hacua sus propias arcas una buena porción del tesoro que llegaba de América. Se calcula que de los 80 millones de ducados de oro que vinieron de las Indias desde 1530, los genoveses se embolsaron 24 millones, es decir, el 30% del total. Otro importante capítulo de beneficios lo constituyó la aportación de los banqueros y mercaderes italianos, en especial los genoveses, a empresas comerciales de Ultramar. Comos se sabe, en un principio los únicos socios en la empresa ultramarina fueron los Reyes Católicos y Cristóbal Colón. Posteriormente, los reyes decidieron aceptar la colaboración de otras personas y entidades distintas, con quienes cerraban un acuerdo conocido como "capitulación". La Corona participaba siempre en un quinto de los beneficios que obtuviese la expedición, aunque no contribuyese económicamente a ella. Cuando lo hacía, participaba además en proporción al capital aportado. Pero en España no había gente dispuesta a arriesgar sus capitales en tales empresas. Las sociedades que en la época de los viajes menores se organizaron fueron siempre modestas, y tuvieron que acudir con frecuencia a los préstamos bancarios para subvenir al total de los gastos. De esta forma los extranjeros, y en especial los genoveses, passaron a convertirse con el tiempo en los principales financiadores de las empresas ultramarinas, con el consiguiente beneficio para sus intereses.
Además de estas colonias extranjeras, de gran vitalidad económica y cultural, existían en la población nacional grandes grupos de población no del todo integrada en la comunidad hispánica. Destacaban entre ellos los moriscos, que se calculaban en unos 200.000 parala Corona de Aragón y en unos 100.000 para la de Castilla. Algunos de estos descendientes de la población musulmana sometida a lo largo de la Reconquista habían sido convertidos por la fuerza. Eran los llamados "mudéjares". La mayor parte de los moriscos, sin embargo, seguía aferrada a sus antiguas costumbres y creencias, hasta el punto de constituir una clase social aparte en el conjunto de la población. En su mayoría se dedicaban a la agricultura y radicaban en el valle del Ebro, los campos de Valencia y el antiguo reino de Granada. Algunos se dedicaban a la artesanía en las ciudades, y aun hubo un pequeño número de ellos que se abrió camino en la burguesía industrial. Obligados a desplazarse a otras regiones de la Península, estos moriscos desarraigados llegaron a constituir un elemento peligroso por su eventual connivencia con los piratas berberiscos, hasta que fueron expulsados definitivamente.

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