5 oct 2015

LA CONQUISTA DEL PERÚ (V)

Es el año 1528 cuando Pizarro llega a Sevilla. Después de algunos contratiempos, el emperador atendió sus peticiones y lo recomendó al Consejo de Indias. A mediados de 1529, las capitulaciones fueron firmadas en Toledo. Como el emperador, por aquellos días, ya se había puesto en camino hacia Barcelona, desde donde pensaba ir a Bolonia para ser coronado, la emperatriz Isabel fue quien estampó su firma en los documentos, en calidad de gobernadora del reino. Se concedía licencia a Pizarro para conquistar el Perú hasta 200 leguas al sur del río de Santiago. Su autoridad sería la de virrey y su sueldo de 750.000 maravedís. Almagro, nombrado teniente de la fortaleza de Túmbez, recibiría un sueldo de 300.000 maravedís y Luque un estipendio de 2.000 ducados hasta que el Papa crease para él el obispado de Túmbez. De vuelta a Sevilla, Pizarro pasó por Trujillo, donde se le unieron cuatro de sus hermanos, un primo y otros muchos hombres deseosos de ayudarle en su empresa. El emperador había ofrecido a Pizarro 500 hombres para llevar a cabo la conquista, pero el animoso soldado creyó que le bastarían 150 para cominar el país, pues pensaba que los indígenas eran gente pacífica.
Una vez en América, tuvo que hacer frente al disgusto de Almagro, a quien precieron exiguas las ventajas que se le habían concedido en las capitulaciones, por lo que Pizarro se comprometió a solicitar de Carlos V que diese a Almagro una gobernación semejante a la suya, que comenzase a partir del límite meridional de los territorios que él conquistase en el Perú. En el mes de enero de 1531, Pizarro y los suyos salieron de Panamá, dispuestos a conquistar un Imperio que podía reunir no menos de 60.000 guerreros, bien equipados y disciplinados; su pequeña tropa sólo constaba de 180 hombres y 27 caballos. Una vez en Túmbez, se apoderó de la ciudad. Poco después llegó Hernando de Soto con refuerzos traídos en dos barcos. Piazarro dejó una guarnición en Túmbez y prosiguió su camino hacia el sur. Sin esperar la llegada de Almagro, que ya estaba en camino con nuevas tropas, Pizarro atravesó el desierto de Sechura, escaló los Andes y se presentó en el valle de Cajamarca, donde, según sus informes, se encontraba el inca Atahualpa, consagrado -así decían- al ayuno. Un ejército de 30.000 hombres le acompañaba. Pizarro conocía las luchas dinásticas que se mantenían en las altas esferas del poder. Al morir el inca Huayna Cápac, había dividido el Imperio entre su hijo Huáscar, el heredero legítimo, y Atahualpa, su predilecto. En la guerra civil que se había seguido, Huáscar había hecho asesinar a muchos de los sacerdotes, sabios y legisladores de la corte. Atahualpa, por su parte, había conseguido apoderarse de la persona de su hermano, y lo mantenía encerrado en un calabozo. durante el camino Atahualpa había enviado a Pizarro continuas embajadas, invitándole a dar la vuelta. Pero los españoles no retrocedieron. Al avistar el valle de Cajamarca, al anochecer, divisaron los fuegos que ardían en el campamento indio. Pizarro comprendió que era imposible reducir por la fuerza a aqeullas gentes y que era necesario valerse de la astucia para dominarlos. La ciudad de Cajamarca había sido evacuada por la población civil, por lo cual fue posible a los españoles entrar en ella y atrincherarse en los lugares más adecuados, al mismo tiempo que enviaban una embajada al campamento de Atahualpa solicitando una entrevista entre Pizarro y el inca. Hernando Pizarro, hermano de Francisco, fue el encargado de entrevistarse con el inca para notificarle la llegada de Pizarro y su deseo de verse con él. El inca los recibió ante su tienda, rodeado de curacas, y les respondió que, al día siguiente, una vez terminado su ayuno, iría personalmente a visitar a Pizarro en la ciudad.
Así lo hizo. Era el 16 de noviembre por la tarde cuando llegó el inca sobre una litera, acompañado de un cortejo de unos 600 personajes. Al llegar a la plaza de la ciudad, fray Vicente Valverde, un dominico de Trujillo que venía con los conquistadores, avanzó hacia él llevando en la mano una Biblia. Tmando la palabra, lo saludó y le pidió que se hiciese cristiano y reconociese la soberania del emperador Carlos V. El inca preguntó en nombre de qué autoridad se atrevía a pedirle aquello. El fraile le ofreció la Biblia, que Atahualpa examinó sin comprender absolutamente nada y luego la arrojó al suelo. El fraile, escandalizado por lo que consideraba un desacato a la fe cristiana, retrocedió hasta donde estaba Pizarro pidiendo venganza. En ese momento salieron a la plaza los españoles disparando sus arcabuces. Los indígenas, desconcertados, no sabían cómo defenderse. Pizarro, por proteger al inca, recibió una pequeña herida, la única que recibieron los españoles, mientras que entre los indígenas, no menos de 200 cayeron muertos a tierra. Atahualpa quedó preso de los españoles, que lo trataron con toda consideración y respeto y se esforzaron por hacer menos triste su cautiverio. Fray Vicente se esforzaba en enseñarle la doctrina cristiana. Otros trataban de distraerle jugando al ajedrez y a los naipes. Él, deseoso de conseguir la libertad, ofreció a los españoles un pingüe rescate. Prometió llenar de oro, a cambio de su libertad, una habitación de 22 pies de largo por 17 de ancho por 9 de altura en un plazo de dos meses. Pizarro aceptó. Pronto comenzaron a llegar objetos de oro, recogidos por los emisarios de Atahualpa de todas las regiones de su Imperio. Atahualpa, teminedo que los españoles liberasen a su hermano y lo entronizaran en su lugar, ordenó que lo matasen. En efecto, Huáscar murió al poco tiempo ahogado en las aguas del río Andamarca.
Almagro, entretanto, había acudido tras las huellas de Pizarro con otros cien hombres.
En el mes de junio de 1532 todavía no se había llenado de oro la habitación designada. Pizarro, sin embargo, se consideró satisfecho. Atahualpa reclamó la libertad; mas se le negó. El intérprete indio de Pizarro había hecho correr entre los peruanos falsas noticias en que hablaba de un inminente levantamiento de los indios. Con ese pretexto, Pizarro retuvo preso a Atahualpa y, finalmente, pidió que se le procesase como usurpador del trono, asesino de su hermano Huáscar, conspirador contra los españoles y enemigo del cristianismo. El tribunal, presionado por Almagro, lo condenó a muerte decisión que lamentó sinceramente Pizarro. el inca, confiando mejorar su destino si se hacía cristiano, consintió en ser bautizado, pero esto sólo le sirvió para evitar que le quemasen vivo, pena a la que se le había condenado. En atención a que ya era cristiano, le dieron garrote.

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