12 oct 2015

CÓMO POCOS HOMBRES DOMINARON UN MUNDO (II)

Es evidente que la simple aplicación de estos factores hiciese retroceder rápidamente a la población indígena. Los estragos que, sobre todo en los primeros tiempos de la colonización y conquista, llevaron a cabo las armas sobre la población, no constituyeron la principal causa de esta contracción de la masa india. Con los conquistadores llegaron también a América los gérmenes de enfermedades desconocidas hasta entonces en aquellas latitudes, como por ejemplo la viruela. Los indios carecían de anticuerpos capaces de hacer frente a los males que los extranjeros les contagiaban; por otra parte, la ciencia de la época no estaba en condiciones de afrontar la solución de tales problemas. Las epidemias causaron , pues, una horrorosa mortandad entre los indios. Más aún, desalmados hubo que pusieron al alcance de los indios hostiles las ropas usadas por gentes que habían muerto de enfermedades infecciosas, extendiendo el mal entre ellos. Es difícil no ver en tales procedimientos un antecedente de una de las muchas amenazas que gravitan hoy sobre la humanidad: la guerra bacteriológica. Finalmente, la naturaleza del indio tampoco estaba en condiciones de soportar los ritmos de trabajo que el conquistador o el colono les imponían. Este punto, del que anteriormente tuvimos ocasión de hablar, no fue suficientemente valorado por los españoles, ya que los conocimientos antropológicos de que disponían no les permitían comprender los problemas que plantea todo proceso de adaptación brusca a las costumbres, e incluso a formas culturales totalmente diversas.
Mas, aparte de esta superioridad en el punto de partida, hay que contar con la superioridad de las intenciones. Mientras que los indios se enfrentaron a la invasión española con la conciencia de que, ante ella, su mundo estaba condenado a desaparecer, los españoles llegan a América movidos por irreprimibles impulsos de superación. El español llega a las Indias movido por un deseo de "valer más" como persona, de realizar plenamente su destino humano dentro del cuadro cultural de la sociedad a la que pertenece. Mas en la base de esa valoración, su mundo ha puesto como cimiento "el de valer más" en el orden económico. En efecto, si los españoles van a América movidos por lo que Fernández de Oviedo definió como "agonía del oro", es porque saben que únicamente el oro puede abrirles las puertas de un "valer más" en el orden social. Y ese "valer más" les hará posible realizar más plenamente todas las demás aspiraciones morales y espirituales de la sociedad a la que pertenecen.
Los primeros en llegar a América son pobres diablos que buscan allá la oportunidad de enriquecerse por los mismos medios que han escalado las alturas de la riqueza y de la nobleza tantos próceres como quedan en España: el saqueo, la apropiación de los bienes que se han ido arrebatando a los infieles musulmanes y judíos. Pasará el tiempo, y todavía encontraremos en América capitanes que arengan a sus soldados con el antiguo grito de guerra antimusulmán de "¡Santiago!"; o leeremos a muchos de los cronistas de aquellas hazañas y nos sorprenderemos al ver cómo comparan los templos y las costumbres de los indios las mezquita y los hábitos de los musulmanes. Lo mismo que los guerreros medievales, los conquistadores de América llevarán unidos en su corazón el ansia de riqueza y el afán de extender el ámbito de la fe.
Pero los representantes más característicos del ansia del "valer más" sólo empiezan a hacer su aparición en América en los primeros años del siglo XVI. La institución del mayorazgo, mediante la cual la nobleza castellana había arrancado a los Reyes Católicos la autorización para transmitir íntegro el patrimonio familiar al primogénito de la familia, se hace extensiva, en las Leyes de Toro de 1505, a los demás sectores sociales. En adelante, de entre todos los hijos de familia, sólo uno heredará el patrimonio paterno; los demás vástagos de aquellas familias que se acogen al régimen de mayorazgo (los segundones, vaya) se verán obligados a buscar su promoción económica y social por caminos distintos. Si tenían estudios podían tener la suerte de ingresar en los cuadros de la administración pública (casa real); con vocación o sin ella, incluso podían labrarse un porvenir en las filas del clero; fuera de esto, no quedaba a los segundones otra oportunidad que la milicia; mas no siempre la guerra podía ofrecer perspectivas de enriquecimiento. Así pues, América se convierte repentinamente en el centro de las miradas de estas gentes, que nutrirán, junto con los hidalgos modestos, las filas de la segunda gran oleada de emigrantes que llegan a América y que serán los protagonistas de la empresa conquistadora. En su mayor parte son miliares, gente que busca en América la posibilidad de enriquecerse con la fuerza de su brazo y de su astucia. Otros, los menos, serán gentes de letra, que darán a la empresa conquistadora un inverosímil tono legalista, dispuesto a levantar acta de los hechos más descabellados, a leer requisitorias en latín a los indios, intimándoles a la conversión y a la rendición antes de entrar en batalla...
Son gentes que han vivido en el ambiente familiar los ideales típicos de la sociedad feudal a la que pertenecen. Han entretenido sus ocios leyendo las aventuras de los legendarios caballeros andantes; ante los paisajes y pueblos de América, ellos evocarán las escenas del Amadís de Gaula y tratarán de imitarlas. Los mismos esquemas de la sociedad feudal serán aplicados a la hora de estructurar la sociedad de las Indias. En realidad, el éxito de las más resonantes conquistas tiene aquí su explicación. En muchos casos, los españoles no hacen otra cosa que sustituir el régimen feudal de aztecas e incas por el régimen feudal castellano. Los pueblos sometidos a estos imperios, verán, al menos en el primer momento, en los conquistadores castellanos, los propugnadores de un régimen más suave que el que les imponen sus anteriores dueños. La misma legislación reflejará estos hechos cuando prescriba exigir a los indios del Perú unos impuestos inferiores a los que pagaban los incas.
Todos los defectos propios de la sociedad feudal, o si queremos, todas sus características esenciales, se reflejarán en la sociedad de las Indias. Más aún, el mundo feudal, que en Europa se encuentra en franco retroceso a causa del continuo avance de los regímenes absolutistas en América encontrará la oportunidad de sobrevivir con nueva savia. Entre los españoles y los indios se establecen unos lazos muy similares a los que, en el régimen feudal, existían entre el señor y los siervos, con el agravante e que en América estos siervos se consideran inferiores en nivel cultural y técnico al siervo europeo, pertenecen a una raza distinta y aún no han sido evangelizados. La economía americana, en sus primeros tiempos al menos, no produce para vender, sino para satisfacer sus necesidades propias, y cuando lo hace, los que dominan el comercio no son, desde luego, los mismos que ejercen el poder sobre el indio. Los beneficios que estos señores pueden obtener no salen del mercado, sino de los trabajadores indios. La legislación oficial, es justo reconocerlo, se supera continuamente en su esfuerzo por abolir esta situación feudal; pero de hecho persistirá camuflada con mayor o menor éxito. Incluso en el plano político, esta vida feudal americana se hará patente en las rebeliones que periódicamente se promueven contra el poder real, al estilo de las que suscitó la nobleza castellana, por ejemplo, en los días de Enrique IV. Entre estas revueltas se harían famosas la de Gonzalo Pizarro en Perú (1544), la de Martín Cortés en México (1565) y sobre todo la de Lope de Aguirre en Venezuela (1561), de cuyo carácter tenemos buenas pruebas en la misma carta que Lope escribe al rey, de la que entresacamos algún significativo párrafo:

"...no puedes llevar con título de rey justo ningún interés en estas partes, donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ellas han trabajado sean gratificados... Hijo de fieles vasallos tuyos en tierra vascongada, y yo, rebelde hasta la muerte por tu ingratitud. Lope de Aguirre el Peregrino".

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