
Ovando tuvo que hacer frente en La Española a los españoles que habían quedado allá desde los días de Colón. Aprovechando la anarquía que se produjo al ser destituído el almirante, unos 300 de ellos se habían ido a vivir entre los indios, hasta convertirse en verdaderos caciques. Trabajo costó reducirlos; algunos, incluso tuvieron que ser exterminados junto con sus servidores indígenas.
Apenas restablecido el orden, se inician febrilmente las actividades económias. La fiebre del oro contagió a la mayor parte de los recién llegados. El metal precioso no tardó en fluir generosamente a las arcas reales. Entre 1503 y 1505 llegaro a Sevilla 445.226 ducados. Entre 1506 y 1510, cerca de 1.000.000. En el lustro siguiente, poco faltó para los 1.500.000 ducados.
Pero también hubo colonos que centraron su interés en el cultivo de los campos. La riqueza minera, en efecto, pronto comenzó a dar pruebas de agotamiento. La agricultura, sin embargo, seguía prosperando. El esplendor económico de La Española, no obstante, tenía unas bases muy débiles. Tanto para el trabajo en las minas como para el cultivo de los campos se contaba casi exclusivamente con la mano de obra indígena. Mas los indios, que no estaban acostumbrados a trabajar ni siquiera a ritmos normales, no pudieron resistir los esfuerzos que los españoles les obligaron a realizar. Muchos de ellos abandonaban los tajos y huían al monte para "holgazanear", como creían los españoles. Entonces se pensó en forzarles al trabajo, repartiéndolos entre los colonos, los cuales se obligaban a pagarles por su trabajo. En realidad, se establecían unas relaciones entre patronos y obreros similares a las de la servidumbre de la gleba medieval. Pronto aparece la figura del encomendero, persona a quien se encomiendan los indios que le corresponden en el repartimiento. La consecuencia inmediata fue la paulatina extinción de la población india.. De los 500.000 indios que había en La Española en 1492, sólo quedaban unos 32.000 veinte años después.
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