18 sept 2015

LA CONQUISTA DE MÉXICO (y IV)

Velázquez, al conocer lo que Cortés había hecho, había enviado a Pánfilo de Narváez con un ejército de 1500 hombres para destituirlo, apresarlo y enviarlo a España a dar cuenta delos cargos que había elevado contra él. Cortés, sin pérdida de tiempo, se puso en camino hacia la costa, dejando en Tenochtitlán a Pedro de Alvarado con una reducida guarnición y toda la artillería. El encuentro con las gentes de Narváez tuvo lugar cerca de Cempoala. Cortés atacó por sorpresa durante la noche. Narváez, herido en un ojo, cayó preso. Sus gentes le abandonaron y se pasaron al lado de Cortés. El afortunado conquistador se encontró de repente con un ejército mayor que el que teía hasta entonces a sus órdenes. Más aún; para evitar que sus gentes, atemorizadas por sus planes, quisieran volver a Cuba, Cortés había hecho barrenar sus naves e inutilizarlas, en los días en que todavía estaban acampados en Veracruz. Ahora, tras su victoria sobre Narváez, se encontraba dueño, de repente, de 18 navíos.
De regreso a Tenochtitlán, Cortés recibe de nuevo malas noticias. Durante su ausencia, el impulsivo Alvarado había cometido un grave error. Temiendo un levantamiento antiespañol por parte de los aztecas con ocasión de unas fiestas que celebraban, tomó la iniciativa e hizo una espantosa matanza entre los indios que danzaban en el patio el templo. Los indios reaccionaron; bloquearon a los españoles en su cuartel general e incendiaron algunas dependencias. Sólo la mediación de Montecuzoma impidió el asalto general. Al volver Cortés a la capital, desautorizó las barbaridades cometidas por Alvarado y trató por todos los medios de salvar la situación. Después de intentarlo todo, no consiguió sino envalentonar más aún a los indios, que días tras día venían atacando el cuartel español, dispuestos a asaltarlo. Finalmente convenció a Montecuzoma para que, desde un balcón del palacio, hablara a la multitud, a fin de pacificarlos. Obedeció Montecuzoma; pero apenas asomó a la vista de los indios, cayó sobre él una lluvia de insultos y pedradas. Los aztecas ya no le obedecían, sino que habían elegido un nuevo jefe en la persona de Cuitláhuac, hermano de Montecuzoma. Éste, herido y profundamente amargado, encargó a cortés que tomase bajo su protección a sus hijos, y se dejó morir el 30 de junio de 1520, después de haber reinado 18 años. No quedaba más remedio a Cortés que salir de la ciudad y organizar el ataque desde el exterior. Mas para conseguirlo era necesario atravesar algunas de las calzada que comunicaban las islas con tierra firme, a través de la laguna. En la noche del 30 de junio al 1º de julio los españoles y sus aliados salieron del cuartel y comenzaron a caminar bajo la llovizna por la calzada de Tlacopán. Con un pontón de madera que transportaban 400 indios, se pudieron atravesar sin complicaciones las cuatro primeras cortaduras de la calzada. Cuando llegaban a la quinta sonó en las alturas de un templo el tambor de guerra azteca, y los indios acudieron. El pontón se hundió, y parte de las tropas quedaron aisladas en la retaguardia. Los tres cortes siguientes se pasaron sobre los cadáveres de los animales y de los hombres heridos en la batalla. Huyendo desesperadamente, los restos del ejército de Cortés se reagruparon en el lugar donde más adelante se alzaría la ermita de los Remedios, en cuyas cercanías colocaría la leyenda la escena de un Cortés que lloró amargado por la derrota sufrida. Esta jornada pasaría a la Historia con la denominación de la "Noche Triste".
A los seis días , mientras los españoles se retiraban hacia el este por el valle de Otumba, les salió al encuentro un poderoso ejército azteca. Cortés presentó batalla, despues de ordenar a sus soldados que hiriesen preferentemente a los indios que llevaban las insignias y banderas. Trabado el combate, un soldado español, Juan de Salamanca, mató al abanderado azteca y le quitó el estandarte. Los indios, al ver sus insignias en manos de Cortés, creueron que la acción estaba decidida y huyeron.
Entretanto, habían llegado a la costa nuevos refuerzos. Las noticias de las maravillas descubiertas en México habían despertado el interés de los conquistadores isleños, que acudían en gran número a enrolarse en la empresa. Al mismo tiempo, la viruela, introducida en el Anáhuac por algunos indios venidos de las Antillas, causaba enormes estragos entre la población azteca. El mismo Cuitláhuac murió contagiado, y fue nombrado como sucesor suyo un sobrino de Montecuzuma, llamado Cuactémoc.
Cortés planeó detenidamente el asalto definitivo a Tenochtitlán. Afianzó sus alianzas con las tribus enemigas de los aztecas, hizo construir varios bergantines, que fueron transportados en piezas hasta la orilla de la laguna de México y botados allí, una vez recompuestos. Con estos barcosse establecería un bloqueo por agua, para impedir que llegasen provisiones a la ciudad. Al mismo tiempo, las tropas penetrarían por las calzadas que conducían al centro de la ciudad. Para ello, Cortés contaba con cerca de 1.000 españoles y con la formidable coalición de los enemigos de los aztecas.
Día trasdía, la tenaza se iba cerrando en torno a la ciudad. Los sitiados fueron requeridos a la rendición, pero no aceptaron. Miles de ellos morían en cada uno de los ataques que Cortés ordenaba. Barrio tras barrio, la ciudad iba siendo pavorosamente arrasada. A mediados de agosto de 1521, los bergantines del lago apresaron una canoa en la que huía Cuactémoc. El rey azteca fue conducido ante Cortés, quien lo recibió con todos los honores. Ponendo en sus manos un puñal que llevaba consigo, pidió Cuactémoc a Cortés que le quitase la vida, diciendo:

"Hice cuanto debía: defenderme y defender a los míos; ahora tú haz lo que quieras"

Tras la caída de Tenochtitlán, todo el país quedó en manos de Cortés. Los tesoros que buscaban los españoles, sin embargo, no aparecieron. Posiblemente los arrojaron los indios al lago, antes que entregarlos a los españoles. El mismo Cuactémoc fue sometido a tortura para que declarase el lugar donde había escondido las supuestas riquezas. Todo en vano.
Hernán Cortés escribió a Carlos V dándole noticias de la conquista y pidiendo que llamase al país Nueva España, núcleo territorial que más adelante quedaría convertido en el virreinato del mismo nombre.
A partir de aquel momento, las Antillas comienzan a despoblarse, especialmente La Española.

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