
A principios del siglo XV, el rey azteca Tenochtitlán formó una triarquía con los reyes de las ciudades vecinas de Tezcoco y Tlacopán. Cada uno de estos estados tenía su propio territorio y su autonomía. Cada uno de ellos había llevado a cabo conquistas comunes, especialmente bajo el reindo de Montecuzoma (1440-1467), con quien se expandieron hasta la costa el Atlántico. Bajo la jefatura de MontecuzomaII Socoyotzin, los aztecas se expandieron en dirección al Pacífico. En sus días se engrandeció y hermoseó Tenochtitlán y se organizó la corte con el mayor lujo y esplendor. En este reinado tuvo lugar la llegada de los españoles.
Montecuzoma fue llamado por los españoles "emperador". En realidad, su jefatura no tenía nada que ver con la organización monárquica del Viejo Continente. Los aztecas, después de asimilar muchos elementos culturales y organizativos de los pueblos anteriormente asentados en la región, habían formado un Estado de tipo tribal. La base de toda su organización política y social era el clan. Al principio, la gran tribu azteca comprendía cuatro clanes o fratrías. Al desarrollarse el poderío territorial, los clanes se subdividieron hasta formar veinte agrupaciones menores, llamadas "calpullis", análogos a los antiguos "genos" griegos o a las "gentes" romanas. Cada uno de estos calpullis estaba regido por un consejo, presidido por el calpullec. El gobierno supremo de la tribu correspondía al consejo tribal o "tlacolán". En los momentos de peligro o en las expediciones bélicas, un solo jefe tomaba el mando de los guerreros, el tlacatecutli (jefe de hombres), categoría a la que pertenecían los que nosotros venimos denominando reyes. Montecuzoma II era, pues, el tlacatecutli de los aztecas, gente guerrera que había impuesto su dominio a numerosas tribus de la meseta del Anáhuac gracias a su superioridad numérica y militar. No obstante, cuando llegan los españoles, el Imperio azteca aún no ha llegado al culmen de su esplendor. En el territorio dominado por ellos aún quedaban numerosos enclaves habitados por tribus independientes, que no sólo no eran aliadas de los azteas, sino que se defendían de ellos encarnizadamente. Tales eran los casos de Cempoala y Tlaxcala entre otros muchos. Cortés aprovechó estas circunstancias para formar una confederación opuesta a la confederación azteca. Más aún, hábilmente consiguió sembrar la discordia entre los confederados enemigos, atizando en beneficio propio las luchas que los enfrentaban por establecer sus propias dinastías de tlacatecutlis.
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