24 ago 2015

MARTÍN LUTERO (III)

Maximiliano muere entratanto. Carlos es elegido emperador. Ya nada puede detener a León X; en efecto, da la orden de que se contiúe el proceso incoado contra Lutero. El resultado es la bula EXSURGE DOMINE (Levántate, Señor) del 15 de junio de 1520. En ella, después de un preámbulo en el que adula al nuevo emperador y lamenta que ocurran tales cosas en Alemania, procede a condenar los libros de Lutero (sin citar su nombre, por cierto) y sus enseñanzas, condensadas en 41 artículos. Lutero es invitado a retractarse en un plazo de 60 días.
La acogida que tuvo la bula en Alemania no pudo ser peor. En muchas ciudades no se permitió su publicación. En otras se hizo, pero de mala gana y en un ambiente de tumulto amenazador. Lutero no se contentó con negar su autenticidad. La tachó de blasfema y herética; escribió, entre otros libelos, uno titulado CONTRA LA EXECRABLE BULA DEL ANTICRISTO; más aún, el 10 de diciembre convocó a los profesores y estudiantes de la universidad de Wittenberg, y en presencia de muchos de ellos quemó la bula, el Código de Derecho Canónico y varios escritos de Eck. el plazo señalado para la retractación ya había pasado. León X lanzó contra Luterola excomunión. La división religiosa en Alemania estaba consumada.
Cuando Carlos tuvo noticia de lo que había sucedido, ordeó que se quemasen públicamente sus escritos. Sin embargo, poco más pudo hacer de momento, ocupado como estaba en resolver sus dificultades en España y en preparar su viaje a Alemania. Cuando por fin llega Carlos a Alemania, a la agitación religiosa se ha unido la política. Lutero había pubicado en agosto de 1520 un escrito violento, titulado MANIFIESTO A LA NOBLEZA CRISTIANA DE LA NACIÓN ALEMANA, en el que sacaba nuevas consecuencias, esta vez de carácter político, de sus anteriores enseñanzas. Todos los cristianos de Alemania deben unirse para hacer por sí mismos la reforma, para crear una iglesia alemana, distinta de la romana. La primacía de esta iglesia nacional estará en Maguncia; el Papa y los monasterios deberán renunciar a sus posesiones territoriales. La Iglesia alemana formará un frente único, político y militar, contra los católicos que se empeñan en mantener alzados los tres muros que impiden la verdadera reforma: el muro que separa a los clérigos de los laicos, el que impidea los fieles interpretar la Sagrada Escritura, a la que cualquier cristiano tiene derecho, y el tercer muro, el que impide apelar a un concilio general.
Nadie mejor que el emperador podría acaudillar el movimiento nacionalista, político y religioso que Lutero promueve. Lutero trata de atraerse a Carlos V a su causa. La mejor ocasión sería la dieta que del imperio que aquel año (1521) debería celebrarse en Worms. Carlos mismo la presidiría. El legado del Papa opinaba que en ela no debía tratarse la cuestión luterana, pues ya había sido juzgada por el Papa; pero Carlos, instado por Federico de Sajonia, accedió a escuchar a Lutero, a quien envió un salvoconducto para que acudiese a la dieta.
La entrada de Lutero en la salaen la que estaban reunidos el emperador y los príncipes nos la describió así el legado pontificio:

"El infeliz entró sonriendo, miró a su alrededor y bajó la cabeza. Al verse frente a frente con el emperador, no pudo mantenerse quieto y se movía tembloroso".

En aquella reunión se plantearon a Lutero dos cuestiones fundamentales: si reconocía como suyos los escritos reunidos sobre una mesa que allí había y si estaba dispuesto a retractarse de sus errores. Lutero se sintió sobrecogido por aquella intimidación tan directa: con la voz apagada por la emoción, pidió que se le concediera un plazo de veinticuatro horas para responder. A Carlos no le gustó la petición del fraile, pues consideraba que había tenido tiempo suficiente para reflexionar. No obstante se le concedió el plazo sugerido. Lutero deseaba conocer con qué fuerzas contaba. Los soldados y el pueblo estaban de su parte. También lo apoyaban el elector Federico y Ulrico von Hutten. Al día siguiente, volvió a presentarse ante la dieta. Con voz clara y ademanes firmes, reconoció como suyos aquellos libros. Por lo que a su contenido se refería, dijo que nada tenía que retractar de lo dicho en los mismos, pues trataban de cuestiones de piedad. Retractarse de aquellos en que clamaba contra la tiranía de Roma o en que fustigaba a los particulares que defendían la causaromana, eso nunca lo haría, a no ser que se le convenciera con argumentos sacados de la Sagrada Escritura.
Al final de su discurso, Lutero sudaba: parecía a punto de desvanecerse. Se cuenta que Carlos comentó en voz baja: "Nunca este fraile podrá hacer de mí un hereje" La sesión fue clausurada. Aquella noche marcó un momento decisivo en el futuro de Europa y del mundo. Uno de los secretarios del emperador, Alfonso de Valdés, escribió así:

"Me temo que éste no sea el final de la tragedia, porque veo a los príncipes alemanes exasperados contra la Santa Sede y sin prestar gran atención a los edictos del emperador".

Lutero, en la posada donde se hospedaba, escribía también: "Ya estoy listo, ya está todo hecho". Un príncipe alemán, por su parte, escribió ésto: "No sólo Anás y Caifás sino también Herodes y Pilatos han conspirado hoy contra Lutero". ¿Y Carlos? Él no pareció haber dudado sobre la decisión que debía tomar. Se puso del lado del Papa. De su propia mano escribió aquella noche ua frase que resumiría cuanto estaba dispuesto a hacer en defensa de la fe:

"...estoy determinado a emplear mis reinos y señorios, mis amigos, mi cuerpo, mi sangre, mi vida y mi alma".

Al día siguiente, Carlos hizo venir a su cámara y les leyó lo que aquella noche había escrito. Los príncipes, al oírlo, palidecieron. A continuación redactó un edicto por el que Lutero quedaba declarado proscrito en el Imperio. Sus libros serían quemados y él encarcelado. Mas para no traicionar el salvoconducto que el mismo emperador le había concedido, se aplazó la publicación del edicto hasta el 25 de mayo.
Todavía permaneció Lutero en Worms unos cuantos días. Luego fue a ver a sus padres, que estaban en Gotha. De repente, Lutero desaparece. Cando caminaba hacia Wittenberg, le salió al paso un grupo de hombres armados que lo secuestraron y lo trasladaron a un lugar desconocido. La noticia de su desaparición dejó consternado al país. Todos imaginaron que habría caído en manos de los católicos, quienes lo habrían eliminado. Mas los católicos nada habían tenido que ver en lo ocurrido. Los secuestradores eran agentes del príncipe Federico de Sajonia, quien, de este modo, consiguió mantener a Lutero en lugar seguro, a salvo de sus enemigos: el castillo de Wartburg. Durante el tiempo que paso en aquel retiro, Lutero desplegó una intensísima actividad científica y literaria. Tradujo la Biblia al alemán, logrando una versión excelente, que sería el punto de partida del alemán como lenguaje literario moderno. Entretanto, la máquina que él había puesto en marcha seguía su camino hacia su propia meta.

No hay comentarios: