23 ago 2015

MARTÍN LUTERO (II)

Leyendo a San Pablo y reflexionando sobre aquella frase que el Apóstol tomaba del profeta Habacuc, y que decía: "Mi justo vive de la fe", Lutero experimentó que un nuevo sentimiento le invadía . Pensaba que Dios es bueno, incluso que lo que Dios quiere se cumple. Dios, en atención a los méritos de Jesús, ha querido hacernos buenos. Así pues, aunque por naturaleza somos malos, hemos sido declarados buenos por Dios. Sólo falta caer en la cuenta de ello. Es fácil, dice Lutero; basta con tener confianz en lo que Dios ha querido hacer con nosotros. En seguida nos veremos invadidos por un consuelo inefable, una sensación de haber sido liberados. Esta sensación íntima, dice él, es la prueba de que hemos sido declarados "buenos" por Dios, de que hemos sido justificados.
Para conseguir este consuelo divino, ha bastado con esa confianza, con esa fe nuestra. De nada sirven los actos religiosos, ni los ritos, ni las peregrinaciones, ni las genuflexiones, ni las demás obras por el estilo. Al contrario, es peligroso creer que con nuestras gesticulaciones vamos a conseguir la justificación. Esto nos ensoberbece, creyendo que nos la hemos ganado a pulso, cuando es obra exclusiva de Dios. Las obras no son las que causan el verdadero consuelo espiritual; las obras no justifican nada. Las obras buenas son solamente consecuencia de que estamos justificados, una señal, un fruto de que Dios nos ha declarado buenos. en sus escritos no faltarían expresiones exageradas como aquella de "peca fuertemente, pero cree más fuertemete aún", que aparte de no ser plenamente espirituales, se prestan a malas interpretaciones. No era éste, desde luego, el pensamiento de Lutero.
Así llegamos al año 1517, fecha en que Lutero fijó sus tesis, como antes dijimos. Alberto de Brandeburgo no tardó en reaccionar. En seguida notificó a Roma lo ocurrido y encomendó a Tetzel que refutase a Lutero. León X no estaba para preocuparse de lo que decía aquel fraile oscuro de la lejana Alemania. Mas Tetzel, que estaba cerca, acmetió su tarea con el mayor ardor. No le faltaba perspicacia al dominico. Lo que Lutero ponía en cuestión era nada menos que la autoridad de la Iglesia, mas en concreto la del Papa. Entretanto, surgen defensores de Lutero y de sus tesis por todas partes. Al mismo tiempo, surgen también las primeras complicaciones políticas. El emperador Maximiliano ve cercano el fin de sus días. Para conseguir que sea elegido emperador su nieto Carlos presiona a los príncipes tratando de comprometerlos a elegirlo. Federico de Sajonia no parece muy dispuesto a dejarse presionar. Maximiliano contraataca urgiendo a Roma para que se condene a Lutero; de ahí se motivaría el desprestigio de Federico y la posibilidad de doblegar su resistencia. Maximiliano parecía tener las de ganar, toda vez que poco antes había solicitado la Curia que Lutero se presentara en Roma; pero el viaje no se llevó a efecto, porque Federico de Sajonia se nego a darle el salvoconducto que necesitaba.
El Papa León X era enemigo de la candidatura de Carlos. Elegir emperador al rey de España y al señor de los Países Bajos significaba entregarse atado de pies y manos a un emperador excesivamente poderoso. Por eso, en vez de tomar medidas contra Federico y Lutero, el Papa optó por enviar un legado con la misión de citar a Lutero para que diese cuenta de sus actos ante la dieta de los príncipes alemanes, que debían reunirse en Augsburgo en el otoño de 1518. Cayetano tenía órdenes secretas de encadenar a Lutero y llevarlo a Roma si se mostraba recalcitrante. Lutero acudió a Augsburgo; pero se olió lo que se tramaba y huyó a tiempo. Entonces fue cuando pidió que juzgase su causa un concilio general y apeló al Papa, quien, sin perder de vista sus miras políticas, envió un delegado al que encargó llevar a Federico la "Rosa de Oro". Cuando llega a Alemania, la cuestión de Lutero se ha agigantado. Un teólogo de Ingoldstadt, Johannes Eck, ha iniciado una polémica con Lutero. Conocedor de la aversión que hay en Alemania a la herejía de los husitas, Eck trata de enfrentar a Lutero con la opinión pública alemana acusándole de mantener doctrinas fundamentalmente iguales a las husitas. La disputa culmina con un desafío: Eck y Lutero se enfrentarán públicamente con armas dialécticas, claro está, en Leipzig. Eck es un buen controversista. Lutero, excesivamente fogoso, cae en la trampa que Eck le tiende. Tras un acalorado diálogo, Lutero termina por afirmar que los concilios pueden equivocarse. Eck lo tiene cogido: Lutero dice lo mismo que los herejes.
De momento, Lutero se aterra al oír que le tachan de husita. Luego reacciona. Si él es husita -afirma-, también lo son San Pablo y San Agustín. A partir de aquel momento, Lutero elabora su concepto de Iglesia. He aquí sus líneas generales: la fe es lo único que justifica, fe en el testimoio de la Sagrada Escrituray en el supremo testimoni que el Espíritu Santo pone en el corazón del creyente; la Iglesia no sirve para fomentar esa fe ni para producir la jsutificación, ni las ceremonias ni los sacramentos de laIglesia añaden un ápice a la fe. Sólo hay tres sacramentos que sirven para manifestar, no para producir la justificación: la penitencia, el bautismo y la cena. La Iglesia es la comunidad de los creyentes, una comunidad invisible regida por el Espíritu Santo. La Iglesia, tal como la concibe el Papa, no sirve para nada.

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