27 ago 2015

LA CUESTION PROTESTANTE (y IV)

A Adriano VI le sucedió en el solio pontificio Clemente VII (1523-1534), hombre absolutamente opuesto a la celebración de un concilio. Las experiencias de los concilios de Constanza y Basilea proyectaban una sombra temible sobre cualquier otra iniciativa semejante, y muy especialmente resaltaban el peligro de que el concilio mismo intentara sobreponerse al papado.
El nuevo Papa, aunque de orígen ilegítimo, era un hombre de costumbres intachables. Pero se opuso desde el principio a todo entendimiento con Carlos, movido por razones políticas. Es obvio que la solución del problema alemán no podía resolverse en estas circunstancias. Una segunda dieta reunida en Nuremberg en 1524 urgió el cumplimiento del edicto de Worms; mas los príncipes sólo se comprometieron "a hacer cuanto fuese posible" por ejecutarlo. El nuncio papal se dedicó entonces a formar una coalición entre los príncipes fieles al Papa, que cristalizó en la Liga de Dessau (1525). Los príncipes luteranos reaccionaron creando al año siguiente la Liga de Torgau, en la que se comprometían a defenderse mutuamente si los católicos les atacaban.
La Liga Clementina (1526), urdida por el Papa contra el emperador, envalentonó más y más a los príncipes protestantes, que, reunidos en la primera Dieta de Spira (1526), decidieron definitivamente organizar iglesias territoriales. Así, el gran maestre de la orden de los Caballeros Teutónicos transformó sus territorios de Prusia en un ducado laico. Las victorias de los turcos en Hungría, la dedicación de Carlos a combatir la Liga Clementina y el mismo saqueo de Roma mantuvieron paralizados a quienes habrían podido evitar aquella institucionalización: Fernando de Austria, Carlos y el Papa.
La victoria de Carlos en 1529 y su coronación en Bolonia crecentaron, como vimos, el prestigio del emperador. Los príncipes católicos se sienten de nuevo respaldados, consiguiento en la Segunda Dieta de Spira la puesta en vigor del edicto de Worms, anulado en la primera. Los príncipes luteranos "protestaron" contra estas decisiones el 19 de abril de 1529. Por este motivo, los innovadores fueron conocidos en adelante con el nombre de "protestantes".
Carlos, entretanto, había convocado la siguiente dieta para ser celebrada en Augsburgo (1530). A ella acudieron los protestantes, llevando una serie de artículos en los que se resumían con gran moderación las doctrinas luteranas. Melanchthon había hecho la redacción definitva de aquel documento, que sería conocido en adelante como la Confesión de Augsburgo. Aquéllas eran las exigencias de lo que podríamos llamar el partido centrista. Otros, más extremados, presentaron las suyas propias.
Por orden de Carlos V se formó una comisión de teólogos encargados de examinar la Confesión de Augsburgo. El resultado fue la REPUTACIÓN DE LA CONFESIÓN DE AUGSBURGO, con la que, después de mucho discutir, rechazzaban el proyecto protestante. Las presiones de cuantos deseaban la unión, tanto en el campo protestante coo en el católico, desembocaron en una serie de conversaciones. Melanchthon, que dirigía el equipo de teólogos protestantes, estaba dispuesto a hacer algunas concesiones; mas los príncipes y Lutero no le permitieron transigir. Carlos V, cansado de tantas disputas estériles, cortó por lo sano. El 18 de noviembre de 1530 despidió a la dieta. Su prestigiosa posición le permitió ordenar que todos volviesen a la Iglesia antigua, que se urgiese nuevamente el edicto de Worms y que se devolvieran los bienes eclesiásticos confiscados. Un nuevo éxito se apuntaron poco después los católicos al conseguir que Fernando de Austria fuese declarado Rey de Romanos, es decir, sucesor al trono imperial. Los protestantes replicaron con la creación de la Liga de Esmalcalda, a la que inicialmente se adhirieron tres príncipes y once ciudades. Más tarde se les unirían otros territorios. Al mismo tiempo comenzaron a buscar aliados en las potencias enemigas de Carlos. Francia vio el cielo abierto. Inglaterra, cuyo rey Enrique VIII ya había entrado por el camino de la separación de Roma a raíz de su divorcio de la reina Catalina (hija de los Reyes Católicos y tía de Carlos V), también aceptó la alianza que le ofrecían los protestantes. El mismo Papa, Clemente VII, colaboró indirectamente a la consolidación política de la Liga de Esmalcalda, como aliado que era del rey de Francia.

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