30 jul 2015

LA CUESTIÓN PROTESTANTE

Las raíces del gran movimiento conocido como protestantismo forman una complicadísima red de antecedentes, entre los que podemos señalar como los más importantes los que expondremos a continuación.
En primer lugar destaca la disminución, e incluso el desprestigio, de la autoridad papal. La estancia de los papas en Aviñón (1309-1377), el cisma de Occidente (1378-1417), la conducta francamente reprobable de los papas del Renacimiento habían sido algunos de los peldaños por los que la autoridad pontificia se había precipitado hacia su ruina. Los pontífices vivían como auténticos príncipes renacentistas; luchaban contra ellos por intereses temporales, pero no tenían reparo en usar contra sus enemigos las armas espirituales (excomuniones, interdictos) y los fondos de la Iglesia universal.
La corrupción de la Curia Pontificia con el Papa al frente se había contagiado a los miembros de la Iglesia en todo el ámbito de la cristiandad (hablamos de clérigos y fieles). Y lo había hecho hasta tal punto que, desde antiguo, se venía clamando por una reforma radical que afectase por igual a la cabeza y a los miembros de la Iglesia. Motivos políticos y religiosos habían fomentado la aparición de movimientos más o menos radicales, partidarios de la reforma. Así, los fraticelli habían predicado por toda Italia contra la Iglesia de Roma -a la que llamaban "la gran meretriz"- y el Papa, a quien identificaban con el Anticristo. Las doctrinas conciliaristas propugnaban la superioridad del concilio de la Iglesia universal sobre el Papa, en un intento de forzar a la cabeza de la Iglesia a decretar una verdadera reforma.
La misma teología escolástica que tanto esplendor había alcanzado en el siglo XIII, atravesaba una profunda crisis, desprestigiada por su dedicación a cuestiones bizantinas, a disputas estériles y a inútiles sutilidades. La oscuridad teológica era, sin duda, la más grave consecuencia de esta situación, empeorada por la ausencia de definición entre lo que era doctrina de la Iglesia y lo que no lo era. Se desconfiaba de la razón humana, pues a ella se atribuía la confusión doctrinal reinante. Aquella falsa teología, que más parecía una guerra de palabras que un intento serio de hacer asequible al tenendimiento humano el contenido de la revelación, no servía para llevar a los hombrs a la unión on Dios; así pues, muchos la abandonaron y la sustituyeron por otros procedimientos, en concreto el camino de la mística, que ofrecía la unión con Dios por puro fideísmo, sin recurrir a la razón. Tampoco servía la escolástica para dar espíritu cristiano a las conductas ni a las instituciones. Semejante función se dejó en manos de los juristas y canonistas, que convirtieron la vida cristiana en un código minucioso de ordenanzas inútiles y a la Iglesia en una gran maquinaria burocrática, encargada de vigilar su cumplimiento.
Las enseñanzas de Wicleff en Inglaterra y de Jan Hus en Praga constituyeron un antecedente del protestantismo. La Iglesia romana las había condenado sin contemplaciones. En los años que marcan el paso entre los siglos XV y XVI, el movimiento humanista, ya difundido en Alemania, se levantó enérgicamente contra la postración en que había caído la ciencia sagrada. Entre estos humanistas destacó el llamado "grupo de Erfurt", en ql eu figuraba, por ejemplo, Ulrico von Hutten, que sería uno de los más entusiastas admiradores de Lutero, si bien posteriormente se desentendió de su reforma. En los días del emperador Maximiliano, humanistas y escolásticos se enfrentaron abiertamente a propósito de una sonada polémica en torno al Talmud y otros escritos judíos.
En los Países Bajos surgió un movimiento de reforma, el llamado "devoción moderna", cuyos fundadores y seguidores aspiraban a realizar el ideal de la Iglesia primitiva. También ellos rechazaban la escolástica como camino para encontrarse con Dios y propugnaban un método experimental en el que predominaba lo afectivo. El conocido Tomás de Kempis, autor de "Imitación de Cristo", fue uno de los más insignes representantes de este movimiento reformador. Aunque no fueron ni excelentes pedagogos ni pioneros del humanismo en los Países Bajos, contra lo que comúnmente se ha venido diciendo, los hombres de la devoción moderna, en especial los "hermanos de la vida en común", acogieron en sus casas a los estudiantes jóvenes con la esperanza de que alguna vez entrasen en su congregación. Entre estos muchachos figurarían dos grandes personalidades religiosas: Desiderio Erasmo de Rotterdam y Martín Lutero.

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