12 jul 2015

LA BODA DE CARLOS V

Poco después, Carlos contraía matrimonio con la infanta Isabel de Portugal. Las negociaciones habían sido áridas y penosas. Carlos exigía una cuantiosa dote que el rey de Portugal, tenio por uno de los más rico de la cristiandad, se resistía a concederle. Para Carlos era importante tanto la consecución de la máxima dote como el matrimonio mismo. Sin el dinerono podría ir a Italia para ser coronado emperador por el Papa y ponerse, efectivamente, a la cabeza de la cristiandad. Sin la esposa, no tendría la posibilidad de dejar un regente autorizado durante su ausencia. Las negociaciones habían comenzado en 1522. De entrada, el rey Juan III de Portugal deseaba concertar una alianza con España, que habría de sellarse con un doble matrimonio: el suyo con Catalina, hija póstuma de Felipe el Hermoso y la hermana del emperador. El segundo sería el matrimonio de Carlos con Isabel, la hermana del rey de Portugal. Mas este último matrimonio no se realizó hasta 1526. Isabel trajo una dote fantástica: 900.000 doblas de oro castellanas, de las que se descontaron las sumas que Castilla debía a Portugal desde los tiempos de las Comunidades. A pesar del descuento, el valor de aquella dote podría calcularse en varias decenas de millones de euros actuales.
Carlos e Isabel eran primos hermanos y ya sabemos de las graves consecuencias que estas uniones consanguíneas llevaban implícitas para la estirpe. Lo asombroso es que la dinastía de los Austrias, pese a los desastrosos resultados de estas políticas matrimoniales, persistiesen en ellas generación tras generación hasta su completa extinción. Esun caso increíble que casi podría titularse de suicidio colectivo, a largo plazo. En el caso de Carlos V nos hallamos ante la segunda generación que emprendía aquel camino.
La boda se celebró en Sevilla, en la sala del alcázar que hoy se denomia de Carlos V, el 11 de marzo de 1526. Allí pasaron los recién casados una luna de miel de verdaderos enamorados, que habría sido difícil imaginar ante la madeja de intereses económicos que enmarañaron las negociaciones. Al apretar los calores del verano, la feliz pareja se trasladó a Granada, pasando por Córdoba y Jaén. Allí vivieron días de felicidad en el palacio de la Alhambra. Aquel matrimonio había de durar trece años, reducidos casi a la mitad por las frecuentes ausencias de Carlos.
Estando en Granada, recibió Carlos noticias alarmantes. Los turcos habían penetrado en Europa por la cuenca del Danubio. Media Hungría había caído en sus manos. Su hermano Fernando reclamaba angustiosamente su ayuda. Al mismo tiempo Francisco I, traicionando su palabra, organizó contra Carlos la Liga de Cognac, en la queparticiparon Florencia, Génova, Venecia, el Papa Clemente VII (de donde esta liga también se conoce por el nombre de Liga Clementina) e incluso el duque de Milán, Francisco Sforza, vasallo y protegido del emperador. Dos factores contribuyeron principalmente a la creación de esta liga. Por una parte, Francisco I se había convertido en la víctima de Carlos; desde su prisión se había atraído las simpatías de los demás soberanos; por otra parte, el Tratado de Madrid no parecía respondera los deseos de paz cristiana del emperador, cuyos dominioseran ya tan universales y lesionaban tantos intereses que no podían menos que provocar un resentimiento generalizado.
El Papa se sentía más amenazado que ninguno, teniendo sus territorios apresados entre las posesiones milanesas y napolitanas de Carlos. Y en este frente, que era realmente el más débil, fue donde Carlos decidió atacar, no sólo con las armas físicas, sino también con las de la propaganda. El director de la misma era el humanista Alfonso de Valdés, secretario del emperador y una de las mejores plumas de la lengua castellana. En su Diálogo de Mercurio y Carón trata de justificar Valdés la conducta del emperador, presentándola como consecuencia de unos deseos sinceros de paz y de justcia entre los pueblos cristianos. La conquista del Milanesado y de Génova no tuvo por objeto aumentar sus posesiones, ya que las cedió a sus legítimos señores, los Sforza y los Adorno, respectivamente. Sus reivindicaciones sobre Borgoña obedecen al deseo de que sea restituido lo que Francia usurpó aprovechando la precaria situación de la abuela de Carlos. el Papa mira los intereses materiales por encima de los espirituales. Francisco I había roto sus juramentos y violado los tratados. Nadie podía objetar que eran inválidas las promesas hechas por Francisco. No era éste un comportamiento digno de caballeros, hasta el pundo de que habría de tenersele por hombre ruin, vil e infame.
Desde los días de la victoria de Pavía, Europa se veía conmocionada por una exultante esperanza. La providencia divina parecía estar a punto de introducir a los hombres en una nueva edad, aquella que más adelante describiría Hernando de Acuña en sus conocidos versos:

"... la edad gloriosa que promete el cielo
una grey y un pastor sólo en el suelo"

Ahora que tantos enemigos se unían contra Carlos, llegaba el momento en que Dios manifestaría su predilección por el emperador. En aquellos días en que arreciaba la rebelión luerana, Carlos se presentaba a sus contemporáneos como un hombre señalado por el dedo de Dios para imponer la voluntad divina incluso a su mismo vicario, el Romano Pontífice.
Junto a la propaganda, hablarían también de las armas de los ejércitos de Carlos. La segunda guerra contra Francia daba comienzo.

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