
En 1539, Carlos sale de España. En las instrucciones que deja a su hijo Felipe se muestra trabajado por una profunda crisis. Parece llegado el momento de imponer por la fuerza lo que no ha podido conseguir hasta ahora por otros caminos. Frente a él tiene a los protestantes, unidos en la Liga Esmalcalda. Carlos está dispuesto a luchar contra ellos. En efecto, los derrota en Mühlberg y les hace acudir al concilio que por fin ha conseguido que sea convocado por el Papa. Al parecer, Carlos ha alcanzado su meta. El Imperio cristiano parece consolidado. Carlos piensa legarlo íntegramente a su hijo Felipe. El Imperio restaurado tendrá en adelante su base en España.
Pero súbitamente todo se hunde. El concilio se suspende. Los protestantes sorprenden a Carlos desprevenido y están a punto de acabar con él. Francia se alía con los protestantes. El emperador da entonces su último paso, renunciando a sus anteriores ideales; 1548 es el año que marca el último grado de su evolución. En adelante habrá dos Imperios: uno alemán, el cual quedará en manos de su hermano Fernando, y otro español, que legará a su hijo Felipe II y que englobará los dominios hispánicos, los flamencos y los italianos. El Imperio de Fernando y el de Felipe quedarán unidos por los lazos de solidaridad dinástica, pero a cada uno de ellos corresponderán diferentes tareas. El de Fernando se enfrentará al turco y a los problemas creados por la escisión protestante. El de Felipe mantendrá el cerco a Francia, sellado por múltiples alianzas con Inglaterra; vigilará a los turcos en el Mediterráneo y permanecerá abierto al mundo americano. Carlos considera llegado entonces el momento de retirarse. Es el año 1556.
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