9 jun 2015

LOS MOTIVOS DE UNA GRAN DECEPCIÓN

Las penosas crisis desatadas a la muerte de la Reina Católica hacían desear a las gentes de España la vuelta a una tranquilidad y un orden que sólo podía garantizar la presenciade su rey y señor natural. Las esperanzas de los reinos peninsulares miraban preñadas de ilusión a aquel extraño muchacho de diecisiete años, Carlos, hijo de Felipe I deHabsburgo, "el Hermoso", y de Juana de Trastámara, "La Loca", en el cual, por primera vez de un modo efectivo, se unían las coronas de Castilla y Aragón, y con el que se instauraba en España la dinastía de los Austrias, la casa de los Habsburgo.
Sin embargo, todas las ilusiones puestas en su persona iban a marchitarse prematuramente. La reacción de los españoles durante el tiempo que duró esta primera estancia de Carlos en España podría resumirse con exactitud definiéndola como una gran decepción.
Comenzando por el aspecto del nuevo rey, hay que reconocer que no era un dechado de perfecciones. Se le encontraba pálido, rubio, más bien pequeño, con una mirada distraída, que le hacía parecer medio tonto. Un pobre fantoche manejado por la caterva de extranjeros que le acompañaban. Los documentos son bien explícitos. He aquí lo que se declaró contra un tal Pero Cuello, que poco después sería procesado por injurias contra el rey:

"...el dicho Pero Cuello, en la plaza de la dicha villa de Población e en el cementerio de la iglesia e en su casa e en otras muchas de la dicha villa blasfemó del rey nuestro señor e dixo dél muchas e diversas veces que era bobo rapaz e que aquel don Carlos nuestro señor no tenía juicio natural e que no era para gobernar e que no hacía más de lo que un francés quería hacer, e dixo: "¿Qué rey y qué nada?..." y añadió... "es muy niño bobillo, que no es para gobernar si los caballeros no lo gobiernan... Vase como pajecico con una dama, con una varilla en la mano".

Lo que peor impresión hacía de su rostro era su boca; su mandíbula inferior era tan saliente, que le obligaba a llevar abierta la boca constantemente, detalle que se prestaba a fáciles chistes de espectadores irrespetuosos. Carlos había nacido en Gante en el año 1500. Huérfano de padre a los seis años, quedó bajo la tutela de su abuelo Maximiliano de Austria. Su tía Margarita, viuda del malogrado primogénito de los Reyes Católicos, se encargo de su educación. Así, los primeros años de Carlos transcurrieron plácidamente entre las atenciones de su tía, los juegos desus hermanas pequeñas y las enseñanzas que le impartía su preceptor, el mismo Adriano de Utrech. Este Adriano -que andando el tiempoocuparía el trono papal con el nombre de Adriano VI-, en unión de Margarita, supo inculcar a Carlos I el gusto por el arte, la música y los libros. Amaba los pájaros y las flores (él fue quien introdujo en España los claveles) y era muy aficionado a los instrumentos mecánicos (en especial los relojes) y a los mapas. Cuando era niño padeció algunos ataques epilépticos, que pronto desaparecieron. De todas formas, durante su infancia siempre dio la impresión de ser un niño retrasado en su desarrollo físico y espiritual. Pero una vez logró superar este "handicap", se manifestó ante el mundo como una auténtica revelación. Mas en los días en que visitaba España por primera vez, este cambio aún no se había producido. Y así, Carlos daba la impresión de no ser sino una marioneta manejada por Guillermo de Croy, serñor de Chièvres, que ocupó el cargo de primer chambelán del príncipe en el año 1509 y que desde entonces había sabido captar por completo la voluntad impresionable del muchacho, hasta el punto de que dormía en la misma habitación que él, con el pretexto de que el joven tuviese con quien conversar si se despertaba durante la noche. Chièvres era un hombre codicioso y venal, a quien veremos saqueando España dentro de poco; pero es justo reconocer en él no sólo el interes que se tomó por la formación física de Carlos, sino especialmente el empeño que puso en hacer de él un verdadero estadista, iniciando a Carlos en todos los secretos del buen gobierno. Los idiomas fueron el punto débil de su joven pupilo. Cuando llegó a España, no conocía prácticamente una palabra de español, a pesar de los esfuerzos que hizo Luis de Vaca para enseñárselo. Su abuelo Maximiliano insistió para que le enseñasen latín, pero no logró pasar de los rudimentos, y bien lo sentiría en el futuro, ya que para regir los reinos de tan diversas lenguas le habría sido muy útil conocer aquel idioma universal que era entonces el latín. El francés y el italiano los hablaba a la perfección. El alemán, sin embargo, todavía al final de su vida se le atrancaba.
Aparte de las deficiencias que los castellanos apreciaron en la persona de Carlos, había otros muchos escollos que ponían en peligro de naufragio el afecto de los súbditos españoles de Carlos. En primer lugar, no faltaban los problemas dinásticos. Se le acusaba de titularse rey cuando aún vivía su madre doña Juana. Por este motivo, el primer deseo de la corte carolina fue el de ir a encontrar a la reina Juana en su retiro de Tordesillas para legitimar de algún modo la decisión de titularse rey, tomada antes de su venida a España. Allá se encaminó Carlos, apenas entró en Castilla. La reina vivía en una situación francamente penosa. Fernando el Católico le había nombrado un mayordomo, el valenciano Luis Ferrer, que trató a Juana con la mayor dureza, negligencia y desconsideración. Catalina, su hijita, vivía con ella en el caserón de Tordesillas como una verdadera Cenicienta, oprimida por el cariño absorbente de su madre, quien temía separarse de ella, y por la cicatería del viejo mayordomo. Cisneros, al conocer lo que ocurría, forzó a dimitir de su cargo a mosén Ferrer y puso a disposición de Juana nuevos servidores que la ayudaron a salir de su retraimiento. La pequeña Catalina, sin embargo, siguió encerrada, sin otra distracción que la de ver jugar al pie de su balcón a los niños de Tordesillas, a los que arrojaba de vez en cuando monedas para que acudiesen a divertirse aaquel lugar. A pesar de que tanto Carlos como sobre todo Chièvres procuraron exteriorizar su satisfacción después de cada entrevista con Juana, la situación jurídica del monarca no se modificó tras la visita, sino que se mantuvo tan débil, que más adelante será esgrimido este argumento contra el mismo Carlos. De todos modos, la Corte permaneció tranquila al comprobar que Juana no se entrometía en la política, ya que ni su salud se lo habría permitido ni ella parecía desearlo. No obstante, se preocuparon de rodearla de gente de confianza que mantuviese una estrecha vigilancia a su alrededor.

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