22 jun 2015

LA REVUELTA DE LOS COMUNEROS (VIII)

Toledo había sido desde el principio, el alma de la revolución comunera. De allí habían salido las principales orientaciones y consignas. Toledo había manifestado , con su ausencia y sus comunicaciones, su oposición a las Cortes de Santiago. Sus tropas habían socorrido a los segovianos, habían conquistado Tordesillas y, a pesar de su momentánea retirada tras el nombramiento de don Pedro Girón, habían vuelto a la brecha, requeridas por Valladolid. De Toledo había salido el caudillo de los ejércitos comuneros, írolo tambiéndel bajo pueblo castellano: Juan de Padila. La derrota de Villalar supuso, ciertamente, el fin de la revolución en Castilla la Vieja; pero al sur de Guadarrama el movimiento seguía en poe, capitaneado una vez más por Toledo.
Antes de que se produjera el desastre de Villalar, el obispo Acuña había acudido a Toledo con la intención de apoderarse del arzobispado (vacante a la muerte de Guillermo de Croy) y poner a disposición de las Comunidades las cuantiosas rentas de aquella diócesis. Su llegada a la ciudad del Tajo, sin embarg, no hizo más que poner en evidencia las contradcciones internas de la causa comunera. El belicoso obispo entró pronto en conflictos con la esposa de Juan de Padilla, María de Pacheco, mujer de extraordinaria personalidad, a la que tampoco faltaban ambiciones personales. Ella proponía como candidato para el arzobispado a un hermano suyo. Cuando la oposición de Acuña a este plan se endureció, María de Pacheco exigió que se entregase el maestrazgo de la orden de Santiago a su propio esposo. Con todo ello pretendía unir todos los recursos posibles al servicio de aquella fracción de las Comunidades que se distinguía por su radicalismo y que, formada en su mayoría por los artesanos, los obreros y el puebo bajo, se oponía a las pretensiones de la otra fracción comunera, formada por la pequeña nobleza de las ciudades y por los demásmiembros de la burguesia acomodada. La noticia de la derrota de Villalar y la ejecución de Juan de Padilla puso en manos de los seguidores de su esposa las mejores bazas. El dolos de las gentes al verse privada de su Padilla, hizo que cerrasen filas en torno a María de Pacheco. Acuña debió abandonar Toledo y ponerse en camino de Francia, disfrazado de fraile, pero fue descubierto cuanto trataba de atravesar el Ebro, y se le puso en prisión.
Al mismo tiempo, las tropas vencedoras de Villalar, que se dirigían hacia el sur del Guadarrama para terminar con la resistencia comunera, debieron dar marcha atrás para atender a la defensa de Navarra, invadida en aquellos días por el ejército de Francisco I. Estas circunstancias permitieron a María de Pacheco mantener todavía durante nueve meses su resistencia.
La causa, en realidad, estaba perdida. Los comuneros más radicales resistieron gracias a que Toledo pudo ser abastecido sin que las tropas del prior de San Juan, enviado contra ellos, pudiseen evitarlo. Las riquezas acumuladas en los conventos e iglesias de la ciudad, confiscadas por la viuda de Padilla, permitieron financiar la resistencia. Finalmente una revuelta interior, alentada por el clero y algunos caballeros, puso fin a la misma, María de Pacheco logró huir a Portugal, disfrazada de aldeana. Condenada más adelante a muerte en rebeldía, sobrevivió todavía diez años en el vecino país. Las tropas reales, una vez que se apoderaron de Toledo, arrasaron su casa y levantaron sobre su solar una columna con una inscripción en que se hacía memoria de los males que por causa de los Padilla habían sobrevenido a la ciudad. El obispo Acuña se libró de la muerte, de momento, a causa de su dignidad eclesiástica. Durante cuatro años se le tuvo encerrado en el castillo de Simancas, pero todavía dio que hacer aquel inquieto personaje. Así lo cuenta Pedro Mexía:

"...acaesció que el obispo de Zamora, que como está dicho estava preso en Simancas, por aver sido uno de los capitanes y mayores provedores de las Comunidades, por se soltar de la prisión, ovo manera como mató al alcaide que lo tenía preso; e como al ruido acudiee el hijo del alcaide y otros de su casa, ya que iva el obispo cerca de la puerta para se salir, lo tornó a prender, y hizo sabe al Emperador lo que pasava... Sabido por el Emperador, y rescibiendo grande indignación del caso, embió luego allí un alcalde de su corte, llamado Ronquillo, para que hiziese escarmiento y castigo que los hechos del obispo merezían. El qual llegado a él, e informado bastantemente del hecho, lo sentenció a muerte; y la hizo executar en él mandándole dar un garrote con que le ahogaron y después poner donde todo el pueblo lo viese".

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