2 may 2015

LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS (y V)

Abatidos pot tantas penalidades, muchos judíos prefirieron volver a la Península. En noviembre de 1492 los reyes les permitieron entrar en el país con la condición de que se bautizaran al llegar o trajeran certificado de haber sido bautizados antes de pasar la frontera. En este caso se les permitía recuperar los bienes vendidos por el mismo precio que habían recibido de los compradores. El cura de Los Palacios bautizó a muchos de los que volvían "desnudos, descalzos y llenos de piojos; muertos de hambre y muy mal aventurados, que era dolor de los ver".
Después de la expulsión, los reyes ordenaron llevar a cabo una estricta investigación. Se descubrió que algunos judíos habíal logrado sacar oro y plata, sobornando a las autoridades. Los reyes, al saberlo, anularon las letras de cambio; así pues, los banqueros entregaron a la Corona los bienes que habían recibido de los judíos, reservándose el 20% de cuanto había en depósito. La injusticia se evidencia en el hecho de que pagaron justos por pecadores. Sin embargo, los reyes tranquilizaron sus conciencias pensando que no habían tratado con individuos particulares, sino con la comunidad judía como tal.
Los complicados en el contrabando fueron castigados. Pero, al mismo tiempo, pasaron a poder de la Corona cuantiosos bienes. Las propiedades de las aljamas, que eran bienes comunes a los miembros de ellas, habían sido declaradas inalienables. La Corona se las apropió. También se apoderaron de los decomisos de artículos prohibidos hechos por las autoridades aduaneras. Los judíos que habían enviado capitales al extranjero y luego se quedaron en España fueron obligados a pagar una cantidad semejante a la evadida. Las deudas no pagadas a los judíos también fueron cobradas por las autoridades.
En 1496 volvieron los inspectores reales a rastrillar el país, pidiendo cuentas a los que se habían hecho cargo de los bienes de los judíos. Todavía fue posible reunir más de 2.000.000 de maravedís, más de lo que había costado financiar el descubrimiento de América.
Los grandes señores laicos y eclesiásticos no dejaron pasar de largo aquella extraordinaria ocasión. Unos y otros escribieron a los reyes, quejándose del perjuicio que se les había causado privándolos de unos vecinos tan industriosos, que tanto aportaban a la prosperidad de sus señoríos. Innumerables son las cédulas en que los reyes distribuyeron parte de los bienes confiscados entre los nobles y las iglesias, "acatando la pérdida de vasallos y de renta que perdió".
En 1499 la cuestión judía había quedado resuelta. El punto final lo puso un decreto por el que se determinó que cualquier judío que, en adelante, fuese capturado en los reinos peninsulares sería condenado a muerte.
Aquella generación de judíos quedó marcada para siempre con el trauma de la expulsión. todavía sus descendientes, dondequiera que se encuntran, conservan la lengua de sus padres, un antiguo y pintoresco castellano, junto con sus tradiciones, costumbres, leyendas, canciones y romances. Muchas familias guardan hasta el día de hoy, como oro en paño, las llaves de las casas que sus antepasados dejaron en España, como símbolo de un amor hacia su segunda patria, que no pudo ni siquiera borrar el odio del que fueron víctimas. Estos sefardíes o sefarditas (así llamado por el nombre de Sefarad que daban a España) conservan también el orgullo de su origen hispánico y de su cultura peculiar, hasta el punto de que el Imperio turco reconoció siempre su nacionalidad española. Incluso llegaron a crearse roces y antagonismos entre estos sefarditas y otras comunidades judías de distinta procedencia.
Los que se convirtieron, entre 1391 y 1499, se fundieron paulatinamente con la población española, llegando a ocupar agunos de ellos, como se ha dicho, altos puestos políticos y eclesiásticos. Ya volveremos sobre el problema de los conversos; de momento, recordaremos que la expulsión no hizo desaparecer de España, afortunadamente, el grupo étnico judío. El antisemitismo hispánico nunca se presentó como segregacionismo racial, aunque sí lo hizo en su aspecto social y religioso. Por eso, una vez que se rompieron estas barreras y que los judíos aceptaron, de grado o por la fuerza, integrarse plenamente en la comunidad política y religiosa, no se tuvieron en cuenta sus peculiaridades raciales. Sus familias entroncaron con las de más rancio abolengo e incluso con la alta nobleza. Sus apellidos típicos, conservados hoy día, nada dicen sobre su origen a quienes los escuchan y es posible que ni siquiera quienes los llevan hayan sospechado nunca que descienden de linajes hebreos.

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