
La ley del más fuerte comenzaba a imponrse, si bien la prudencia e inteligencia de este primer equipo de gobernantes hizo posible que la transformación del reino se fuera realizando sin tener que recurrir de momento a la represión violenta.
Poco después de la conquista, Boabdil abandonó su palacio de Laujar en Andarax para trasladarse al reino de Fez, junto con su familia y un séquito de unas mil personas, entre las que figuraban los musulmanes más significados por su prestigio. Los reyes, que con este motivo le entregaron una fuerte suma de dinero, no debiero ser ajenos a esta emigración, con la que cubrían uno de sus objetivos.
De lo que ocurrió después a Boabdil muy poco es lo que sabemos. Al parecer murió en 1527 en la batalla del vado de Bacuna, cuando luchaba junto a su pariente, el príncipe Muley Ahmet ben Merini. La tradición embelleció su muerte con este epitafio: "Infeliz: perdió la vida defendiendo cosa ajena y no había tenido valor para morir por la propia".
Otras relevantes personalidades se integradon por completo en la comunidad vencedora. tal es el caso de Soraya y sus dos hijos. Como se sabe, en tiempos de Muley Hacén los moros habían realizado una correría en la que cautivaon a una hermosa muchacha cristiana, Isabel de Solís, hija del alcaide de Martos (Jaén). Llevada ante el rey llegó a ser su favorita y a desplazar de su puesto de primera esposa a la sultana Aixa. Isabel se llamó desde entonces Zoraya o Soraya (nombre del lucero de la mañana, pro cierto). Aixa y Soraya encabezaron respectivamente los partidos que ensangrentaron con sus rivalidades los últimos días de Granada. Después de la conquista, Soraya se estableció en Córdoba, donde vivió gracias a que la reina Isabel le asignó como pensión una parte de las rentas que producían los bienes confiscados a los condenados por la Inquisición. Los hijos de Soraya y Muley Hacén fueron bautizados con los nombres de Fernando y Juan de Granada. Los reyes les asignaron tambén una pensión y se integraron de tal forma en la socieda cristiana que uno de ellos, Fernando, llegó a ser, en tiempos de Carlos V, gobernador de Galicia, como persona en cuya lealtad se podía confiar a ojos cerrados.
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