15 mar 2015

REYES CATÓLICOS. LA GUERRA DE SUCESIÓN: UN LITIGIO DINÁSTICO

El 13 de diciembre de 1474, Isabel era proclamada en Segovia reina de Castilla. La mayor parte de las ciudades del reino se aprestaron a rendirle homenaje. La posición de los clanes nobiliarios resultaba, sin embargo, mucho más ambigua. Si los Mendoza, Pimentel, Velasco o Enríquez se mantenían incondicionales de la soberana y de su consorte, más dudosa resultaba la actitud del nuevo marqués de Villena, de los Estúñiga, del arzobispo Carrillo, enemigo jurado de los Mendoza, y de otros prohombres de la oligarquía castellana.
De momento, a comienzos de enero se procedió a la redacción de un documento (la sentencia arbitral de Segovia) por el que se delimitaban los campos de acción de los cónyuges. Isabel era reconocida como reina de Castilla y Fernando como rey y su legítimo esposo. La reina recibiría los homenajes de las fortalezas, haría los nombramientos de cargos y oficios y otorgaría mercedes. La justicia sería ejercida comúnmente, y si estaban separados, cada uno donde estuviera.
En última instancia acabó triunfando el espíritu pragmático de los dos cónyuges, consccientes de que cualquier discordia redundaría en perjuicio de la autoridad monárquica, a la que, en última isntancia, ambos deseaban servir. De ahí que en diferentes ocasiones la reina otorgue poderes, bien de forma explícita o ya de forma táctica, a Fernando en determinadas cuestiones. Éste hará otro tanto, aplicando la misma forma de gobierno conjunto a los estados de la Corona de Aragón. De ahí que Castilla y Aragón, hasta entonces con distintas orientaciones en sus relaciones diplomáticas, vayan adoptando unamisma línea de conducta en la política internacional. Si la unión del reino castellano-leonés y los estados de la Corona de Aragón no supone una fusión total que nos permita habñar de una unidad territorial, el paso que se ha dado para la futura consecución de ésta es realmente importante.
Después de la Concordia de Segovia, una parte de la nobleza castellana, conocidas las intenciones autoritarias de Isabel, se puso del lado de Juana. El monarca portugués, Alfonso V, que había celebrado sus esponsales con la princesa en Plasencia, se dispuso a intervenir en Castilla. La guerra civil, en la que paralelamente se pretende saldar de forma definitiva el viejo pleito nobleza-monarquía, acaba constituyendo también un auténtico conflicto internacional.
En territorio castellano, la guerra conoce dos fases. En la primera, el monarca lusitano tomó la ofensiva, sintiéndose fuerte por el respaldo francés. Las tropas portuguesas conquistaron Toro, y Alfonso creó una especie de corte en Arévalo, plaza furte de los Estúñiga, uno de los principales clanes juanistas. Isabel y Fernando, que habían reunido Cortes, rechazaron las ofertas de paz, por cuanto suponían dolorosas las amputaciones territoriales (Zamora, Toledo y Galicia). El monarca lusitano retomó la ofensiva marchando hacia Burgos, aunque ya bastante desengañado, dada la escasez de partidarios. En Baltanás tuvo lugar un confuso encuentro, que forzó a las fuerzas portuguesas a un prudente repliegue. A comienzos de marzo de 1476, los isabelinos, reforzados por contingenes aragoneses, lograban una victoria decisiva sobre sus rivales delante de Toro.
Comienza entonces la segunda fase de las operaciones, mucho más desahogada para Fernando e Isabel. Las Cortes, reunidas en Madrigal, mostraron cómo el número de sus partidarios había aumentado considerablemente. Aunque Alfonso V de Portugal entró en negociaciones directas con Luis XI de Francia, el cerco puesto a Fuenterrabía por las fuerzas de éste acabó en un tremendo fracaso. Si Rosellón y Cerdaña eran firmemente retenidos por fuerzas francesas, los castellanos conseguían reforzar sus posiciones en territorio navarro. Las últimas plazas rebeldes fueron cayendo en manos de los isabelinos. En 1478, Luis XI abandonaba la alianza portuguesa (acuerdos de San Juan de Luz), temiendo que con ella Fernando e Isabel intensificasen sus contactos con Inglaterra y Bretaña. Un último esfuerzo de los nobles rebeldes, con el concursso lusitano, fue desbaratado a comienzos de 1479 en Albuera.
Fuera de Castilla, la guerra de sucesión ha tenido alguna importantes facetas. Por un lado -algo prácticamente inédito hasta el momento- el enfrentamiento franco-castellano en la frontera vascongada. De otra parte, en el Atlántico, los marinos potugueses y castellanos se enzarzaron en una agotadora guerra de corsarios. La creación del enclave comercial de Santa Cruz del Mar Pequeña por los castellanos suponía también un factor de peso a la hora de tratar de romper el monopolio portugués en esta zona.

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