4 mar 2015

LA REVOLUCIÓN CATALANA

En 1454 Juan de Navarra se hace cargo de la lugartenencia de Cataluña en nombre de su hermano Alfonso V. Por su habilidad politica podía ser considerado como la persona másidónea para poner en práctica las iniciativas democratizantes de Requesens. Sin embargo, la oligarquía pactista se opondrá duramente a ello, presentando ante las Cortes una lista de agravios contra el antiguo lugarteniente por sus medidas proremensas y la alteración del valor de la moneda. El pactismo y la reacción señorial se unen en un frente compacto que fuerza a menestrales buscarios y payeses a echarse en manos de la realeza, como única esperanza de defender sus aspiraciones.
Muerto Alfonso V en 1458, las presiones empezadon a ejercerse sobre Carlos de Viana, recién llegado de Sicilia, desde distintos ámbitos: Enrique IV deseaba casarle con su hermana Isabel; los sicilianos aspiraban a que se le diera el gobierno de su isla; buscarios y bigarios se disputaban su amistad; su padre quería desposarlo con Catalina de Portugal. La detención de Carlos en Lérida será el chispazo sentimental que una a vianistas, aristócratas, buscarios moderados y pueblo en general contra las medidas autoritarias de Juan II.
El monarca aragonés hubo de obrar con la mayor habilidad. La Generalidad procedió a la detención de Requesens y a organizar un ejército que avanzó sobre Fraga en el mismo momento en que Enrique IV se aprestaba a la lucha y los beamonteses reavivaban el fuego de la rebelión. Juan II se vio obligado a una transacción. Fue la Capitulación de Villafranca, por la que se reconocía a Carlos de Viana como lugarteniente de Cataluña. Pero a los ojos de los catalanes era algo más: una especie de héroe popular. De ahí que su muerte en 1461 (que habría de dar lugar a la transferencia de su cargo a su hermano Fernando) fuese rodeada por los sentimientos populares con una aureola casi de martirio.
La última fase de la revolución adquiere las dimensiones ya de una auténtica guerra civil. La aristocracia y el patriciado aspiraban a una especie de monarquía constitucional, si bien con escasas posibilidades de éxito. A comienzos de 1462 los remensas de Gerona se alzan en armas. En Barcelona, la reina Juana Enríquez, con su reconocido dinamismo, supuso la chispa de un nuevo estallido revolucionario. El miedo de la oligarquía barcelonesa a un golpe de Estado monárquico provocó el que en marzo el Consell del Principat de Catalunya armase un ejército. Juana y su hijo Fernando se vieron obligados a huir de la ciudad.
Luis XI vio la ocasión de intervenir de forma directa, ofreciéndole a Juan II un contingente armado de 700 lanzzas sobre la fianza del Rosellón y la Cerdaña a modo de pago. En julio de 1462 el primer encuentro armado tuvo lugar y se resolvió con un rotundo triunfo de los realistas. Los oligarcas exaltados y los vianistas reaccionaron ante el descalabro con la eliminación de buscarios y bigarios y la deposición de Juan II. El conflicto empezaba a alcanzar unas magnitudes internacionales, ya que los rebeldes se vieron obligados a ofrecer el gobierno del principado a una serie de personajes en quienes sucesivamente fueron depositando sus esperanzas.
El primero fue Enrique IV de Castilla, que renunciaría. El segundo, el condestable Pedro de Portugal. En él vieron el posible símbolo de la instauración de una especie de república aristocrática. Sin embargo, una buena parte del principado no obedecía ya las directrices de la minoría revolucionaria, y Juan II había iniciado una amplia ofensiva. Lérida cayó en manos de las fuerzas reales, en febrero de 1465 las tropas del condestable eran derrotadas en Prats, con prisión del conde de Pallars. Junto a Juan II, un diputado fugitivo de los rebeldes, Bernat de Saportella, creó una Diputación leal al monarca. Como reacción, los rebeldes escogieron al duque de Provenza, Renato de Anjou, como soberano a la muerte del condestable don Pedro. Su hijo Juan de Lorena actuará en el principado como representante.
La zona del Ampurdán se convirtió en un campo de batalla en el que los franco-catalanes obtubieron algún que otro éxito parcial. Pero el movimiento antirrealista había arruinado a Cataluña. La guerra acabó siendo mantenida tan sólo por anjevinos y franceses. De ahí que Juan II de Aragón pensara en jugar la baza decisiva: la negociación matrimonial de su hijo Fernando con Isabel de Castilla. en 1470 moría Juan de Lorena. Aragón y Valencia hicieron un supremo esfuerzo de apoyo de la causa realista. La derrota de los anjevinos en Santa Coloma permitió el cerco estrecho de Barcelona y en 1472 los rebeldes firmaban la capitulación de Pedralbes, bajo condición de mantener la constitución del principado.
Recuperada Barcelona, Juan II quiso reconquistar el Rosellón y la Cerdaña, cedidos a Luis XI. En 1473 el monarca aragonés emprendía una ofensiva apoyado por refuerzos que su hijo Fernando le envió desde Castilla. Sin embargo, este inicial impulso quebró a los pocos meses de campaña, ya que el sistema de alianzas imprescindibles montado por la diplomacia aragonesa no fue lo suficientemente eficaz.
El resultado final fue que quedaron dos Cataluñas. Una, ocupada por los franceses y otra, a este lado de los Pirineo, arruinada por los últimos conflictos. El problema de la remensa no se había resuelto aún de forma definitiva y el enfriamiento de las pasiones políticas era un objetivo que el propio Juan II no pudo lograr. El arreglo de muchas cuestiones pendientes iba a quedar en las manos de su sucesor en el trono, Fernando, cuando el ifante de Catilla, rey de Navarra y rey de Aragón moría, octogenario, en enero de 1479.

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