10 mar 2015

LA PROYECCIÓN NAVAL CASTELLANA (II)

Desde mediados del siglo XIV, el avance de los turcos resulta algo inexorable. Todo el espacio balcánico se encuentra sometido a una constante amenaza quedando en una grave situación el Imperio bizantino. La Europa Occidental conoció a finales del XV uno de los períodos de paz más prolongada dentro del conflicto general de la Guerra de los Cien Años. Pudo hacer así un esfuerzo por apuntalar el frente cristiano en la cuenca del Danubio, que amenazaba con hundirse de un momento a otro. El resultado fue la predicación de una cruzada, que acabó en 1396 con el tremendo descalabro de Nicópolis, en el que la flor de la caballería francesa fue sistemáticamente triturada por los jenízaros del sultán Bayaceto I. Constantinopla se vio directamente amenazada.
En tan críticos momentos, la inopinada intervención del khan de los mongoles, Tamerlán, iba a permitir unos años más de respiro al agonizante Imperio bizantino. el 24 de julio de 1402, en Angora, en el centro de la meseta de Anatolia, turcos y mongoles se enzarzaron en una gigantesca batalla en la que los segundos obtuvieron una absoluta victoria. Las conquistas de los otomanos sufrieron una brusca paralización.
Las potencias occidentales no quisieron desaprovechar tan favorable coyuntura. Los venecianos, a través de Pietro Zano, señor de la isla de Andros, animaron la creación de una liga, en la que serían incluidos los hospitalarios, el emperador de Constantinopla y los genoveses. Sin embargo, los intereses que movieron a la mayoría de los coaligados eran sumamente mezquinos, y no perseguían más que un relajamiento de las tensiones económicas a lasque habían sido sometidos por las recientes conquistas otomanas. Solimán, hijo de Bayaceto, transigió en conceder unas mayores libertades comerciales a las ciudades italianas y eximió momentáneamente a los emperadores bizantinos del tributo a que los últimos sultanes les habían sometido.
Frente a esta estrechez de miras de los venecianos y sus circunstanciales aliados, Castilla parece mostrar un mayor sentido de la perspectiva política, tratando de aprovechar al máximo todos los peones en juego en el Próximo Oriente. Ya dos caballeros castellanos, Pelayo de Sotomayor y Fernando de Palanzuelo, habían sido testigos del choque entre mongoles y otomanos. Tamerlán les trató con gran cortesía y les volvió a enviar a Enrique III con una serie de presentes. el castellano pensó en la oportunidad que se le brindaba al fomentar esta amistad, enviando una embajada al propio corazón del Imperio mongol formada por Ruy González de Clavijo, Gómez de Salazar y fray Alonso Páez de Santamaría.
Esta embajada no es un hecho aislado. Por el contrario, cabe encuadrarla dentro de un fenómeno mucho más amplio. Se encuentra, por un lado, dentro de la línea de viajes y del espíritu de curiosidad por los pueblos exóticos, muy marcado ya en el siglo XIII; recordemos a este respecto los viajes de Marco Polo al interior de Asia, o los de los misioneros franciscanos por esta misma época. De otra parte, la diplomacia castellana perseguía uno de los objetivos apetecidos por las potencias occidentales desde tiempo atrás y que en estos momentos estaba cobrando un nuevo interés: conseguir la alianza de algún pueblo a espaldas de los musulmanes, a fin de neutralizar la potencia de éstos. Los últimos cruzados en Tierra Santa cifraron la pervivencia de sus posiciones a lo largo del siglo XIII en una alianza con los gengiskhánidas, cuyos resultados fueron prácticamente nulos, ya que en 1291 cayó San Juan de Acre en manos de los musulmanes. En la Baja Edad Media, el espíritu viajero -concretamente de los portugueses- cifró uno de sus objetivos en la búsqueda del legendario Preste Juan de las Indias, con el que se pudiera llegar a un acuerdo a fin de atenazar al Imperio otomano.
En esta línea, Castilla mostró un mayor sentido práctico, como decimos. Hay noticias de que, tras la derrota de Ankara, una embajada musulmana llegó a Castilla, llevando al frente a un alejandrino, Mohammed Abd-Allah, para solicitar ayuda contra los mongoles. Enrique III tenía así donde escoger dentro de una futura política de alianzas por cuanto los dos bandos en pugna se disputaban su amistad. Optó, como ya hemos adelantado, por los mongoles.
La embajada al khan no tuvo repercusiones importantes en el orden político. Los enviados castellanos, que vivieron una auténtica odisea en su viaje, se dieron pronto cuenta de que la solidez del Imperio mongol, pese a la magnificencia dela corte de Samarkanda, era más aparente que real. La muerte de Tamerlán justamente cuando los castellanos regresaban a su país fue la señal inicial de la descomposición de su obra.
La corte castellana, pese a todo, había mostrado un interés no desdeñable por los asuntos en Oriente. Pero ya desde 1413 un nuevo sultán otomano, Mahomet I, restableciendo la unidad del mundo turco, devolvía a éste a la ofensiva. La cristiandad occidental había dejado pasar una de las mejores ocasiones de neutralizar el peligro islámico.

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