1 mar 2015

LA PRIVANZA DE BELTRÁN DE LA CUEVA Y LA GUERRA CIVIL

En 1463 se va a iniciar un largo período de claudicaciones para la institución monárquica castellana. Durante veinte años, la actividad de Enrique IV va encaminada a un doble fin: salvaguardar el trono para su hija Juana y evitar la insurrección nobiliaria, utilizando más la vía de la negociación que la de la fuerza. Con el ascenso de don Beltrán de la Cueva, los campso se van delimintando, tanto más aún cuando que este personaje se encontraba estrechamente ligado a los Mendoza. Esta familia pasará a convertirse en la principal defensora de la autoridad real frente a la anarquía nobiliaria. Don Beltrán, al recibir el maestrazgo de Santiago y algunas plazas en la frontera granadina, se convertía en una de las principales potencias del reino, ante la animadversión de algunos personajes, que, como el marqués de Villena, veían palidecer su estrella. Sus intentos por recuperar las posiciones perdidas resultaron inútiles; pero el monarca, por su parte, careció de coraje suficiente para cortar de raíz cualquier nuevo brote de subversión de la oligarquía.
La oposición nobiliaria va a pasar ahora de la intriga palaciega a la movilización militar. Frente a ella, el monarca podrá contar con una fuerza que hasta entonces había permanecido las más de las veces a la expectativa: las Hermandades, que, a fin de cuentas, constituyen la representación armada del estado llano.
El de Villena, en abierta oposición ya frente al monarca, tomó la iniciativa de reunir una magna asamblea de nobles en Burgos (Carrillos, Fonsecas, Estúñigas, Pimenteles...), cuyas decisiones se reflejaron en una serie de acusaciones contra el monarca por su conducta política. Por primera vez se ponía en entredicho la legitimidad de Juana y se jugaba con la posibilidad de reconocer como heredero de la Corona a un hermano de Enrique, el infante don Alfonso.
El monarca, pese a la oposición de sus consejeros, prefirió negociar con los rebeldes: Alfonso era reconocido como heredero, a cambio de su matrimonio con su sobrina Juana; don Beltrán de la Cueva renunciaba al maestrazgo de Santiago, pero recibía en compensación el ducado de Alburquerque; por último se procedió a la creación de una comisión integrada por miembros de ambos bandos, encargada de llevar a cabo una reforma a fondo del reino. Ésta se cifró en una serie de principios: limitación de la influencia de judíos y moros, reducción de las fuerzas militares del rey, reforma monetaria, garantías para los procuradores de las ciudades sobre los presupuestos votados en Cortes...
Tales claudicaciones acabaron por parecer exccesivas al monarca, quien en febrero de 1465 se decidió al fin por emplear la fuerza contra la liga. Los contingentes que ambos bandos podían movilizar se encontraban muy equilibrados, más aún cuando los nobles adoptaban una psotura un tanto vacilante, temerosos tanto de un reforzamiento de la autoridad real como de un excesivo encumbramiento del marqués de Villena.
El primer acto de profundo significado en el transcurso de la guerra civil tuvo lugar junto a la muralla de Ávila el 5 de junio de 1465. Los nobles rebeldes allí reunidos procedieron al destronamiento en efigie de Enrique IV. El Memorial de Diversas Hazañas de Diego de Valera dice al respecto:

"... Y allí leyeron todos los agravios por él hechos al reino, y las causas de su deposición, y la extrema necesidad en que todo el reino estaba para hacer dicha deposición, aunque con gran pesar y mucho contra su voluntad. Las cuales cosas así leídas, el arzobispo de Toledo, don Alonso Carrillo, subió en el cadalso y quitóle la corona de la cabeza como primado de Castilla; y el marqués de Villena, don Juan Pacheco, le quitó el cetro real de la mano, habiéndole hecho marqués de Villena, que su padre Diego Telles no tenía más de a Belmonte en la Mancha de Aragón; y el conde de Plasencia, don Álvaro de Estúñiga, le quitó la espada, como justicia mayor de Castilla; y el maestre de Alcántara, don Gómez de Solís, al cual el rey hizo maestre de un escudero hijodalgo natural de Cáceres, y el conde de Benavente, don Rodrigo Pimentel, y el conde de Paredes, don Rodrigo Manrique, le quitaron todos los otros ornamentos, y con los pies le derribaron el cadalso en tierra..."

Tal es el acontecimiento conocido en la Historia con el nombre de "la farsa de Ávila". El hecho fue seguido de la entronización por los rebeldes del infante don Alfonso (el primer Alfonso XIII, por cierto, de la Historia). Sin embargo, la situación de Enrique IV no era tan desesperada. Contaba con la eventual intervención a su favor de Alfonso V de Portugal, en caso de que su ayuda fuese solicitada. A falta del tradicional apoyo francés, la monarquía castellana buscaba un acercamiento a Inglaterra. Frente a los nobles rebeldes se lleg a poder esgrimir una bula de excomunión papal. Los nobles sólo eran movidos por objetivos demasiado limitados; de ahí careciera en absoluto de solidez. Se demostró en sendos fracasos cosechados en el valle del Duero y Andalucía. En última instancia, las ciudades castellanas, erigidas en Hermandad General, prestaron su apoyo a la institución monárquica, en la que seguían viendo la esperanza de qeu el país recuperase la paz y el orden.
La muerte de Pedro Girón fue seguida de una fulminante ofensiva de los enriqueños. El regreso a sus filas de los Mendozas y don Beltrán de la Cueva supuso un refuerzo de primer orden. Aún Enrique IV confió en la vía del diálogo, pero ésta se convirtió en un callejón sin salida cuando los más radicales de la liga nobiliaria pensaron en Juan II de Aragón como posible cabeza de un bando aragonés redivivo y reforzado por alianzas matrimoniales.
Cuando la nobleza parecía constituir un frente compacto, las fuerzas enriquistas apretaron igualmente filas. La Hermandad había de erigirse en la principal fuerza de choque. En algunas regiones, como Galicia, el fermento popular frente a la anarquía nobiliaria fue lo suficientemente fuerte como para provocar un movimiento con auténticos visos revolucionarios. Será la rebelión de los hermandinos, que entre 1466 y 1467 llegan a hacerse prácticamente dueños de todo el territorio, destruyendo buen número de fortalezas de los señores de la región.
En agosto de 1467, las fuerzas reales obtenían de nuevo en el campo de Olmedo un triunfo decisivo sobre las huestes nobiliarias. Siguiendo su costumbre, Enrique IV volvió a las negociaciones. La autoridad real, si experimentó en los meses del año siguiente un cierto proceso de restauración, lo debió a razones ajenas totalmente a los medios por ella desplegados. Fue más bien producto de una serie de casualidades: el alejamiento de algunos nobles del de Villena, temerosos de su excesivo engrandecimiento, y sobre todo la inesperada muerte del príncipe Alfonso. La nobleza se encontraba de repente sin el símbolo con que dar visos de legaliad a sus actos.

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