6 mar 2015

LA CONQUISTA DE NÁPOLES

El período transcurrido entre el retorno de Alfonso V a territorio hispánico y la reanudación de la política mediterránea (1432) marca una etapa que el historiador Vicens Vives definió como "el entreacto continental". Dos cuestiones son las que absorben la atención del monarca: los asuntos castellanos y la nueva ofensiva pactista de las Cortes catalanas.
La primera se resolverá, según ya expusimos, mediante una de las más humillantes claudicaciones aragonesas ante la prepotencia política castellana en la Península: las treguas de Majano de 1430. La segunda cuestión puede ser tomada como prólogo de lo que años más tarde será la "revolución catalana" contra Juan II de Aragón. Las críticas de los distintos brazos por el enorme sacrificio económico exigido en la primera aventura mediterránea de Alfonso V fueron sumamente ásperas, más aún cuando el monarca no obtuvo de ella unos resultados que se pudieran calificar globalmente de positivos. En líneas generales los grupos de oposición a la política de autoritarismo real, que serán quienes protagonicen el estallido revolucionario algún tiempo después, se van perfilando desde estos momentos. Por otro lado, las Cortes reunidas bajo Alfonso V vienen a constituirse en telón de fondo al malestar social y económico, que va a ser otro de los factores determinantes del posterior alzamiento de Cataluña frente a Juan II. De momento, Alfonso V logró capear el temporal y crear, mediante una serie de hábiles maniobras, las condiciones precisas para embarcarse de nuevo en la aventura italiana (1432).
No se puede decir que ésta tuviera como único móvil la ambición personal del monarca. Las circunstancias del momento -entendiendo por tales el problema sucesorio napolitano- contribuyeron de forma decisiva a que reemprendiera esta empresa. Todas las potencias con algún interés en el Mediterráneo se consideraron comprometidas en tal empeño; la Corona de Aragón no había, por tanto, de qeudarse a la zaga. En líneas generales, nos volvemos a encontrar con un replanteamiento de la vieja pugna entre los Anjou y los monarcaas aragoneses, iniciada a finales del siglo XIII. Por otro lado, Milán, el pontificado, Florencia, Génova y otros estados de la península itálica se consideraban con suficientes derechos como para que su opinión fuese tenida en cuenta en tan espinoso asunto.
Alfonso V pasó dos años en Sicilia antes de decidirse a intervenir de forma directa. Drante este período, las armas aragonesas emprenden algunas campañas de tono menor. La másimportante será el ataque contra la isla de Gerba. En opinión de algunos historiadores, este hecho de armas no es de importancia secundaria, sino que enlaza con la vieja política magrebí de los monarcas aragoneses (recordemos, por ejemplo, las operaciones de Pedro III en Túnez, previas a la expedición de Sicilia), cuyo objetivo era forzar a los hafsíes tunecinos a renunciar a la piratería y a aceptar unos acuerdos que favorecieran los interses mercantiles sicilianos.
El trienio 1432-1435 conoce una auténtica precipitación de los acontecimientos. En 1432, Juan Caracciolo es asesinado. Al año siguiente, Venecia, Florencia y Milán forman una coalición para impedir que Alfonso V lleve a buen término sus planes; el alma de la misma será Felipe María Visconti. Entre 1434 y 1435 se producen las muertes de Luis de Anjou, reconocido entonces por Juan II como heredero, y de la propia reina. En la capital del reino era proclamado Renato de Anjou, pero en Capua la facción de Caracciolo se unía a Alfonso V. Las operaciones comenzaron inmediatamente. La escuadra catalana, partiendo de Messina, ponía cerco a Gaeta. El 5 de agosto de 1435 una flota genovesa se acercó a la plaza, y a la altura de Ponza trabó combate con unas naves catalanas comandadas por el propio monarca aragonés. El choque concluyó con una derrota total de éste, que pensó estar asistiendo más a una parada naval que a una auténtica batalla. Alfonso V, sus hermanos y un gran número de magnates catalano-aragoneses cayeron prisioneros. El hecho causó una viva impresión en territorio peninsular. Sin embargo la derrota no era de consecuencias irreparables, sino que supuso para Alfonso V una auténtica fuente de experiencias, y la prisión fue punto de arranque de una auténtica victoria diplomática. Los aragoneses pasaron a la custodia de Felipe María Visconti, que a los pocos meses los dejó en libertad. No se trataba, como algunos autores han pensado con un deje de romanticismo, de un hermoso gesto caballeresco, sino que era el resultado de las manipulaciones del propio moarca aragonés, que con enorme habilidad consiguió de su carcelero la firma de un acuerdo (octubre de 1435) en el que, aparte de una suma en concepto de rescate, que se entregaría a los milaneses, Alfonso y Felipe María Visconti pasaban de enemigos a aliados, a fin de repartirse la hegemonía de la península itálica.
La liberación del monarca aragonés tuvo lugar casi al mismo tiempo que Gaeta se rendía a sus fuerzas. Génova y el duque de Milán rompían su antigua alianza. El infante don Juan era nombrado lugarteniente de Alfonso en territorios hispánicos. Ello suponía un casi total desentendimiento de éste en relación con la política continental, cuya manipulación quedaba en manos de sus hermanos, los infantes de Aragón. De esta forma, quedaba completamente libre para ultimar su aventura italiana.
Entre 1436 y 1438 transcurre la lenta ocupación del reino de Nápoles. La campaña era tanto más penosa cuanto que la política italiana resultaba sumamente intrincada. En territorio napolitano existía una fuerte facción proangevina (los "forzinescos"), que ofreció fuerte resistencia. Frente al eje constituído por Alfonso V y los milaneses, Venecia y la Florencia de Cosme de Médicis formaron una alianza en pro del mantenimiento del equilibrio en la península itálica. Entre dos fuegos quedaba el pontificado, cuya postura había sido tradicionalmente proangevina y antiaragonesa, como vieja reminiscencia del güelfismo.
Más que los grandes encuentros militares es el oro y la diplomacia quienes van a decir la última palabra en todo este asunto. En 1438 Alfonso emprende una ofensiva a fondo que le va a costar un nuevo descalabro, marcado por la muerte del infante don Pedro, caído como consecuencia de un tiro de lombarda. Por fin, ocupadas Aversa y Benevento, el monarca aragonés pudo poner sitio a la capital a finales de 1441. A pesar de la defección de Felipe María Visconti, reconciliado con Venecia, Alfonso pudo hacer su entrada en Nápoles en junio de 1442. Aún habría de transcurrir un año más para poder ver totalmente pacificado el reino. Eugenio IV hubo de optar al fin por reconocer al aragonés como monarca legítimo de Nápoles y a su hijo bastardo como heredero.

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