8 mar 2015

EL IMPERIO MEDITERRÁNEO DE ALFONSO V

La política mediterránea de Alfonso V ha sido objeto de controversias. Algunos autores la han considerado como un ambicioso programa sin perspectivas de futuro, que, a la larga, con su costosa aventura napolitana, acabó creando un enrarecido clima en sus estados. En el caso de Cataluña, había de traducirse, a los pocos años de su muerte, en un estallido revolucionario cuyas consecuencias hubieron de pagar sus sucesores.
De otro lado se ha visto la figura de este monarca como la de un rey dominado por el medio ambiente político de la Italia del momento, con el que logró identificarse de una forma casi total, llegando a adoptar la figura de un auténtico condottiero, al igual que otros señores de la Península. Los años inmediatamente posteriores a su triunfal entrada en Nápoles habrían marcado un paso decisivo en el proceso de italianización del personaje.
El hecho más importante derivado de la conquista de Nápoles ha venido dado por una auténtica transferencia del centro de gravedad político de la confederación catalano-aragonesa, desde Barcelona al sur de Italia; fenómeno que inevitablemente habría de acarrear graves perjuicios en el principado, en unos momentos en que la presencia del monarca hubiera sido necesaria para apciguar unos ánimos cada vez más caldeados. A este respecto no ha faltado quien acuse a Alfonso V de haber carecido totalmente de sentimientos catalanistas. No obstante, su anticatalanismo no sería tan intenso como ciertos autores pretenden, ya que uno de los objetivos de su política fue precisamente la neutralización de Génova, la eterna rival de los intereses mercantiles del principado. Sin embargo, al lanzarse a aventuras de amplios vuelos, estaba dando el primer paso de lo que iba a ser en el futuro el choque de unos intereses no puramente localistas, sino auténticamente "nacionales". La conquista de Nápoles parece cerrar el ciclo del enfrentamiento entre las entidades políticas puramente ribereñas (Cataluña frente a Génova o frente a Provenza) y abrir otro nuevo, en el que los protagonistas van a ser los estados del interior: la Francia de los últimos Valois y la España de los Reyes Católicos. En distintas ocasiones, Alfonso V hizo sinceros propósitos de retornar a sus estados ibéricos. Sin embargo los asuntos de Italia se lo impidieron.
Como rey de Aragón, Alfonso V era heredero de la política mercantil catalana; pero como soberano de Nápoles había de considerarse depositario de los viejos propósitos de la casa de Anjou de retomar el hilo del espíritu de cruzada, dado el título nominal de reyes de Jerusalén que los monarcas de esta dinastía ostentaron. Sin embargo no hay que dejarse eclipsar por el brillo de los nombres. Las relaciones de Algonso V con las entidades políticas del Mediterráneo oriental están marcadas, más que por fines imperialistas, por un deseo de proteger el comercio catalán, que alcanza en estos momentos su última gran época. A este respecto, tenemos toda una serie de hechos que indican el deseo de mantener la máxima seguridad posible para la navegación catalana: reforzamiento de los consulados de Modón, Candía y Ragusa; protección a los caballeros de San Juan en Rodas; ocupación de la isla de Castellorizzo por Bernat de Vilamarí, etc...
Tampoco habría que desechar que Alfonso V no tuviera presente el peligro turco, que en ningún momento llegó a infravalorar. Tanto los pontífices como los venecianos trataron de mantener vivo el espíritu de lucha; pero ellos solos eran incapaces de crear un frente lo suficientemente sólido, más aun cuando el papado era ante todo una potencia espiritual. Alfonso V, desde su posición napolitana, podía presentarse como la mejor esperanza para un apuntalamiento de la cristiandad en el espacio balcánico. La idea de organizar una cruzada contra Mahomet II no pasa de constituir un detalle estrictamente caballeresco. Mayor empeño pondrá el aragonés en atizar los focos de resistencia al otro lado del Adriático, frente al empuje otomano. El mejor síntoma de esta política es el homenaje que a Alfonso V prestó el caudilo albanes Jorge Castriota (el legendario Scanderberg) en 1450. Ello, no obstante, no impidió que Constantinopla cayera en manos de los turcos tres años más tarde.
Cuando Alfonso V muere en Nápoles en 1458, sus reinos sufren la separación que de facto habían tenido en vida del monarca. Los viejos estados de la "Casa de Barcelona" pasaban a su hermano Juan, infante de Castilla, rey consorte de Navarra y lugarteniente de aquellos territorios durante la ausencia de Alfonso. Nápoles quedaba en manos de un hijo bastardo, Ferrante, que pronto habría de enfrentarse a graves problemas internos.

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