6 mar 2015

EL PRIMER INTENTO EXPANSIVO DE ALFONSO EL MAGNÁNIMO

La prematura muerte de Fernando el de Antequera no había sido un grave obstáculo para que el primer Trastámara aragonés hubiera mostrado un interés patente por los asuntos mediterráneos. Su heredero, Algonso V, va a ser un digno continuador de esta política.
Los comienzos de su reinado coinciden, a nivel peninsular, con la formación del partido de los "aragoneses". Como cabeza nominal de tal facción, se podía esperar del nuevo monarca aragonés una orientación de su política en un sentido preferentemente "continentalista", pero no fue así. Salvo en una ocasión, no se puede hablar de guerra abierta entre Aragón y Castilla -ya lo vimos-. Alfonso V siempre optó por una política de mesra que frenara los excesivos impulsos de sus turbulentos hermanos.
La Corona de Aragón se enfrentaba con problemas de cierta gravedad en el ámbito de sus áreas de influencia. El inextinguido autonomismo siciliano, la no menos inextinguida presión genovesa sobre la recién pacificada Cerdeña y, dentro del territorio estrictamente continental, la reavivación del pactismo catalán, ansioso de lograr las reivindicaciones no conseguidas bajo Fernando I.
Alfonso V empezó su tarea con una política de rajustes. Éstos se iniciaron con el revocamiento del infante don Juan como virrey de Sicilia. Parece que los dos hermanos estaban de acuerdo en ello. La muerte, poco tiempo atrás, del infante don Sancho en Medina del Campo exigía la presencia en Castilla de alguien que reavivase la presencia aragonesa.
Sicilia, a pesar de todo, no experimentó ninguna perturbación con el cambio. Sin embargo, las intromisiones genovesas en Cerdeña hacían que resultase cada vez másnecesaria una enérgica actuación del monarca aragonés.
Las Cortes reunidas en Barcelona en 1416 se iniciaron con una gran ofensiva pactista, encabezada por una buena parte de los miembros de la nobleza catalana: Bernardo de Cabrera, Roger de Pallars, Dalmau de Rocaberti... Se exigía, entre otras cosas, un saneamiento de la administración de justicia, la expulsión de los consejeros extranjeros de la Corte, la prohibición de formación de sindicatos remensas... En vísperas de emprender operaciones a fondo en el Mediterráneo, el monarca aragonés se encontraba atado de pies y manos. Una comisión de catorce miembros, dirigidos por el conde de Pallars, como portavoces de las Cortes, presentaron al rey una serie de exigencias, que le obligaron a una nueva convocatoria en Barcelona-Tortosa, entre 1419 y 1420. La asamblea, de hecho, concluyó en una especie de transacción: el monarca prometía vagamente complacer las peticiones de los catalanes, a cambio de que sus súbditos le ofreciesen una fuerte contribución para poder acometer sus empresas mediterráneas.
La intención de Alfonso V era castigar la audacia de los genoveses mediante un golpe de mano sobre Córcega y, a la vez, llevar a cabo la pacificación de Cerdeña y Sicilia. Por lo que se refiere a la primera, las dificultades no fueron graves. Los rebeldes carecían ya de jefes de talla. El vizconde de Narbona o los Doria estaban muy lejos de poseer el prestigio de los jueces de Arborea. La inquietud social y la peste, además, hacían imposible cualquier intento coherente de reanudar una guerra de liberación frente a las fuerzas catalanas. Por todo ello, Guillermo III de Narbona acabó pactando una capitulación con Alfonso V, por la que renunciaba a todos sus posibles derechos en la isla, a cambio de una sustanciosa suma.
El próximo golpe habría de ir dirigido contra Córcega Comenzó con muy buenos auspicios, ya que la escuadra catalana consiguió apoderarse de Calvi, aunque ello fue seguido de un rotundo fracaso al tratar de hacer lo propio con Bonifacio.
El no constituir el territorio corso en terreno abonado para las veleidades expansivas fua la circunstancia que llevó a Alfonso V a dirigir su atención hacia el reino de Nápoles, para ofrecer su apoyo a la soberana, Juana II de Anjou. La situación de este Estado era realmente caótica. La monarquía era sumamente débil y estaba a merced de los barones y condottieros del territorio. Sólo se mantenía una sombra de autoridad, gracias al esfuerzo de dos caudillos: el general Sforza y Juan Caracciolo, por lo demás también rivales en cuanto al problema de sucesión de la reina.
Afonso V hubo de actuar con suma prudencia, ya que pronto se dio cuenta de que la política italiana estaba constituida por un cúmulo de contradicciones. En principio ofreció su apoyo a la reina, a cambio de ser reconocido como heredero, según había pensado Caracciolo. Alfonso entró en Nápoles en julio de 1421. Derrotó a los genoveses y logró del Papa una bula que reconocía sus derechos a la sucesión del trono napolitano.
Ello no vonstituyó obstáculo para que Juana y sus consejeros cambiasen de opinión. El monarca aragonés llegó a verse en un grave apuro, del que fue sacado por la oportuna intervención de la flota catalana.
Los asuntos continentales reclamaban de nuevo su presencia, y hubo de partir hacia sus estados peninsulares. De camino, su escuadra saqueó el puerto de Marsella (noviembre 1423). Era la respuesta a la animadversión tradicional de los argevinos y el último hecho de armas importnte de Cataluña en el Mediterráneo occidental como potencia hegemónica.

1 comentario:

Unknown dijo...

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