3 feb 2015

PRIMEROS RASGOS DE LA POLÍTICA DE DON ÁLVARO DE LUNA

El aplastamiento del partido enriquista podía suponer una grave decisión para los planes futuros de don Álvaro de Luna. En efecto, en Aragón se formó pronto un grupo de exiliados, quienes presionaron sobre Alfonso V. Era necesario saber qué reacción habría de tener el monarca aragonés ante tal situación. La corte castellana tuvo buen cuidado en reducir la grave querella pasada a un simple pleito familiar por escalar posiciones políticas. Cuando Alfonso V se limitó a pedir que su hermano Enrique fuera tratado con benevolencia, el partido castellano vencedor pudo tener un momento de respiro. El de Luna, sin embargo, siempre cauto, procuró no confiarse en exceso y aprovechar la coyuntura para afianzar sus posiciones, ya que su doble juego, de ser descubierto, podía constituir un arma contra él.
En primer lugar era necesario fortalecer el partido monárquico esbozado en los últimos meses. El despojo de don Enrique y sus parciales permitió al valido un reparto de prebendas entre una serie de nobles que, desde este momento, se verían obligados moralmente a servir las directrices políticas de don Álvaro. Éste, naturalmente, fue la persona más favorecida: señor de Santiesteban, era elevado al rango de Condestable de Castilla, cargo que hasta entonces había desempeñado el de Dávalos.
La creación de esta red de intereses, de los que la nobleza era la principal beneficiaria, hacen del de Luna uno de los puntales del proceso de aristocratización de Castilla. Quien había de pagar estas fórmulas de compromiso era el estado llano, que veía en los municipios víctimas irremediables de la absorción por los poderes señoriales. Las Cortes, organismo representativo de villas y ciudades a escala del reino, se convertían -a partir de las de Ocaña en 1422- en meros instrumentos del poder central cuando se decidió "que los salarios que habían de haber los procuradores fuesen pagados de sus rentas (del rey), por ende que ante de entonces las ciudades e villas los acostumbraban pagar a sus procuradores". Así los representantes de las ciudades eran, de hecho, controlados por la Corona.
Destrozada la oposición enriquista, conforme el infante don Juan con las dádivas recibidas, apaciguada igualmente la nobleza con el reparto de los despojos de los vencidos y amordazada cualquier oposición por parte del estado llano, no le quedaba a don Álvaro más que crear una política internacional propia, un sistema de alianzas que aliviase cualquier posible presión por parte aragonesa o navarra.
En virtud de ello, se llegará en 1424 a una prórroga de treguas con Granada y a otra con Portugal, que había de durar hasta 1434.
En el Atlántico, la postura había de ser de extremada prudencia. Castilla estaba asistiendo impasible a la nueva racha de desastres por los que su vieja aliada Francia estaba pasando desde el descalabro de Azincourt en 1415. Sin embargo, la supremacía naval castellana seguía imponiendo respeto a los ingleses y a sus aliados hanseáticos. La lana castellana seguía desembarcándose en los puertos flamencos, y sólo pequeñas operaciones de corso dificultaron ocasionalmente el tráfico mercantil.
A fin de no crear una situación explosiva que hiciese otra ve de la Península un potencial campo de batalla del conflicto general de la Guerra de los Cien Años en su segunda fase, el nuevo condestable de Castilla tuvo buen cuidado de reducir sus simpatías hacia Francia al habitual recurso de permitir la contratación de soldados en territorio castellano. De esta forma, la diplomacia aragonesa no tenía por qué sentirse alarmada por el miedo a un cerco militar, aunque sí avisada para que evitase cualquier veleidad intervencionista en territorio castellano-leonés.

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