2 feb 2015

EL INFANTE DON ENRIQUE, ÁRBITRO FALLIDO DE LA POLÍTICA CASTELLANA

En 1420 se reunían las Cortes en Valladolid y al poco tiempo se trasladaron a Tordesillas. El infante don Enrique, por la ausencia de su hermano, era el dueño de la situación. Gracias a ello, mediante un golpe de fuerza (el "atraco de Tordesillas") logró hacerse con la persona del rey.
El acontecimiento se puede decir que señala el inicio de las guerras civiles castellanas, que prácticamente van a ser ininterrumpidas a lo largo de todo el siglo XV. La acción del infante revestía una insospechada gravedad, por cuanto suponía un intento de imponer al monarca una línea política determinada. Sin embargo, tuvo buen cuidado en dar un ropaje legal al acto; si en el fondo actuaba movido por la ambición, presentó este auténtico "golpe de Estado" como un intento de dar al reino un régimen de Consejo, en el que se expresase el sentir de los tres estamentos de aquél.
Tales componendas, por muy atractivas que pudiesen parecer a éstos, corrían el riesgo de ser el punto de partida para el enfrentamiento con el infante don Juan, al romperse el equilibrio tácito de fuerzas en que había quedado Castilla tras salir éste hacia Navarra. Por otra parte, don Enrique no consiguió contar más que con el apoyo de elementos de la alta nobleza. Su pretendido programa había de degenerar así en algo que sólo estuviera acorde con los intereses de la oligarquía, y no con los de todas las fuerzas sociales del reino. Su poder se basaba principalmente en la retención de la persona del monarca, y esta baza acabó fallando desde el momento en que no tuvo ningún cuidado de separarse de don Álvaro de Luna.
Éste había esbozado ya un programa propio: ahondar las diferencias entre los infantes don Enrique y don Juan, liberar al rey y constituir en torno a él un partido del que se pudiese erigir en cabeza dirigente.
Tal programa fue llevado a la práctica con mayor facilidad de lo que en principio don Álvaro pudo imaginar. Acompañados de una pequeña escolta, el rey, don Álvaro y los condes de Benavente y Trastámara consiguieron burlar la vigilancia de don Enrique y refugiarse en el castillo de Montalbán. La fortaleza estaba desmantelada, pero el infante no se atrevió a llevar a cabo un ataque decisivo, por cuanto tenía que salvar las apariencias de fidelidad a la Corona. Estos titubeos animaron al infante don Juan, al arzobispo de Toledo y a otros personajes y gente del pueblo a acudir en ayuda de los sitiados. Don Enrique hubo de levantar el campo, bajo la promesa de don Álvaro de no entregar a su hermano el gobierno de Castilla.
El valido del rey era el auténtico triunfador de la jornada. Se podía presentar ahora como el árbitro entre las disputas de los infantes, procurando destruir paralelamente a un bando valiéndose del otro. De momento era la única postura prudente, ya que los hijos de Fernando de Antequera eran en realidad quienes controlaban todos los efectivos armados existentes en Castilla en aquellos momentos.
El partido enriqueño fue el primer objetivo. Para desmontarlo contó con los sentimientos de revancha del infante don Juan, a quien animó a que anulase todos los actos de gobierno que se hubieran llevado a cabo en su ausencia. La posición del maestre de Santiago se hizo por tanto cada vez más difícil. Las deserciones que se produjeron en su campo iban a engrosar el partido monárquico que el de Luna estaba esbozando. Aún hizo don Enrique un postrero intento por atraerse a los procuradores en Cortes, descontentos por las últimas peticiones de subsidios. No sólo fracasó en este propósito, sino que se vio obligado a licenciar a sus fuerzas.
Para el infante don Juan aquello era un triunfo rotundo en sus ambiciones de mediatizar la política castellana; para don Álvaro, sólo el comienzo, pero un buen comienzo.
En la corte ya se había decidido la suerte del maestre de Santiago y sus parciales. Tanto es así que al llegar a ella sus propuestas para la formación del Consejo a base del turno de los partidos en liza, no fue escuchada. Más aún, pese al seguro de que iba provisto, fue apresado y despojado de sus bienes. Sus colaboradores no corrieron mejor suerte, siendo acusados de turbios manejos con el monarca granadino y viéndose obligados a huir, perdiendo también honores y prebendas.

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