16 feb 2015

LA CAÍDA DE DON ÁLVARO DE LUNA

La eliminación de los infantes de Aragón del panorama político castellano, tras la jornada de Olmedo, se pudo comprobar pronto que había sido consecuencia de un conjunto de intereses de una serie de personajes, puestos de acuerdo sólo circunstancialmente. Y muy pronto los vencedores habrán de escindirse en dos grupos.
Frente al papel de prepotencia a que aspiraba el de Luna, se formó rápidamente un grupo de oposición, a cuya cabeza se puso el Príncipe de Asturias, Enrique. El condestable, por su parte, usando de Portugal como uno de los puntales de su política, preparó el matrimonio de Juan II con la infanta lusitana Isabel.
El príncipe don Enrique inició su carrera política recibiendode su padre una buena parte de los despojos de los vencidos en Olmedo. Con esto no hacía más que seguir los pasos del condestable. Junto a él se agrupa todo un equipo de colaboradores que van a dar un amplio juego en el panorama político castellano en un inmediato futuro: Juan de Pacheco, convertido en marqués de Villena; Pedro Girón, maestre de Calatrava; Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana.
Ante tal situación, la única salida posible para un gobierno viable era la concordia entre los dos grupos en sorda pugna. Ésta sólo duró el tiempo necesario para mostrar la disconformidad de ambos por los procedimientos que se habían seguido en el nuevo reparto de prebendas. El príncipe don Enrique se alzará en armas, ocupando algunas plazas de la meseta y agrupando en torno a sí algunos de los viejos disidentes.
Al igual que tiempo atrás, los dos bandos pensaron en Juan de Navarra como posible árbitro de la disputa. El infante pensó que se trataba de una ocasión propicia para medrar de nuevo en la política castellana. Alfonso V, siempre más prudente que sus impetuosos hermanos, consiguió disuadirle de sus propósitos.
El problema iba a resolverse dentro del ámbito estrictamente castellano. A punto de llegar a un choque abierto de las fuerzas del rey y el condestable con las del heredero a la Corona, el espíritu de concordia acabó por triunfar. Pero fue una concordia que para don Álvaro de Luna suponía un paso atrás en relación con la posición preeminente que había gozado desde la victoria de Olmedo. En efecto, algunos de los vencidos en aquella jornada (los condes de Castro y Benavente, por ejemplo) eran perdonados por el rey y recuperaban sus bienes.
Don Álvaro volvió a darse cuenta de que los apoyos sólo podrían venirle por el camino de la reactivación de la política internacional.
En virtud de ello, se llegó a la firma de una paz definitiva con la Hansa y a una adhesión a la tregua general que Francia e Inglaterra habían suscrito en Tours en mayo de 1444. Pero la principal baza para el valido era el estrechamiento de relaciones con Portugal. Tras vencer la resistencia de Juan II, el monarca contrajo matrimonio con Isabel de Portugal en el verano de 1447, tras de lo cual, el condestable preparó acciones bélicas contra Aragón y Granada.
Pero los años habían pasado y la posición del valido no era la misma. El deseo de canalizar los impulsos de la nobleza en operaciones bélicas contra reinos vecinos fracasó estrepitosamente.
La endémica guerra civil de Granada no fue factor lo bastante favorable como para permitir operaciones a fondo. Más aún, los nazaríes, en fructíferas contraofensivas, hicieron retroceder a los cristianos. Por otra parte, a la amenaza de la invasión aragonesa se unía la sorda hostilidad del Príncipe de Asturias y -oh, paradoja- de la propia Isabel de Portugal.
Resumiremos concluyendo que los últimos años de la vida política y física de Álvaro de Luna conocen una notoria baja en su capacidad de maniobra. Su actuación se va reduciendo a acuerdos con personas en particular, o bien a castigos contra los nobles más preeminentes: prisión del conde de Alba, del de Benavente, de Pedro de Quiñones..., que, lejos de apaciguar los ánimos, creaban en Castilla una sensación de opresión, lo cual cerraba todo posible camino hacia una reconciliación entre las distintas parcialidades.
El cerco político parecía cerrarse por momentos sobre el condestable. La baza portuguesa comenzaba a ser muy poco de fiar. Los objetivos de la nobleza castellana aparecían claros: derribar al valido de una vez por todas y al precio que fuese. La situación se hacía poco a poco insostenible.

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