17 feb 2015

LA CAÍDA DE DON ÁLVARO DE LUNA (II)

La discordia entre el Príncipe de Asturias y el duque de Villena, el estallido de la guerra civil en Navarra, el acuerdo con Alfonso V de Portugal y el acercamiento a los grupos más dúctiles de la nobleza castellana dieron la falsa impresión de que la posición del condestable se afirmaba de nuevo.
De todas estas bazas, la más importante era la navarra. Juan de Navarra se vio presionado por las circunstancias a pactar con el condestable. Éste se mostraba indulgente, readmitiendo en Castilla a los antiguos desterrados porque sabía que, a falta de apoyo del rey de Navarra, carecerían de cabeza dirigente. El fantasma de los "aragoneses" parecía, de esta forma, alejarse definitivamente.
Quedaba, empero, un problema harto espinoso: debilitar el partido del Príncipe de Asturias. Los enriqueños, a falta del apoyo navarro, buscaron ayuda en Portugal, pensando en un enlace matrimonial del heredero de la Corona de Castilla, previa anulación de su anterior enlace con Blanca de Navarra. Pero la baza portuguesa también la jugaba el condestable, y con bastante habilidad. Se imponía, por tanto y nuevamente, llegar a un acuerdo.
Convocadas las Cortes en Valladolid en 1451, don Álvaro pretendía hacer de ellas un simple escenario de una reconciliación total entre todas las parcialidades. En el fondo hubo una claudicación por parte del Príncipe de Asturias, que entregaba Toledo y se sometía a los puntos de vista del valido, entre ellos el apoyo al heredero de Navarra, Carlos de Viana, contra su padre, el infante don Juan.
Los años 1451 y 1452 transcurrieron para don Álvaro de Luna como en sus mejores tiempos. El foco proaragonés formado en Palenzuela en torno a la familia del almirante de Castilla fue neutralizado. La frontera de Granada consiguió ser apuntalada por el conde de Arcos y Fajardo el Bravo, hasta la firma de las treguas con Muhammad X. Si bien Carlos de Viana era derrotado y hecho prisionero por su padre, pronto las fronteras con Navarra y Aragón fueron amenazadas por las fuerzas castellanas.
Derrotado de nuevo el rey de Navarra, las Cortes de Aragón, para las que la política internacional de los infantes no había sido nunca popular, pidieron la apertura de negociaciones directas con Castilla. Vistas así las cosas, la postura del condestable parecía más fuerte que nunca. Su inmediata caída resulta, de este modo, poco menos que inexplicable. La parquedad de noticias impide formarse un juicio firme acerca de las circunstancias que rodearon a ésta. Desde luego, se pueden aducir diversos factores: la enemistad de la reina, la sorda hostilidad de la nobleza castellana, la agudización de la enemistad entre el condestable y el Príncipe de Asturias y, quizá, el más importante de todos, la pérdida del influjo del valido sobre el soberano castellano.
A fines de 1452 y comienzos de 1453, la liga nobiliaria había crecido en potencia, y el monarca, ante el propio asombro de ésta, trabó contacto con ella. Don Álvaro de Luna cometió por aquellos momentos algunos errores: trasladar la corte a Burgos, cuyo castillo pertenecía a una de las familias rivales, los Estúñiga, y ordenar la muerte de Alfonso Pérez de Vivero, uno de los antiguos incondicionales, pasado ahora al bando de la nobleza. Después de algunos días de vacilaciones, Juan II se decidió a dar el golpe definitivo ordenando la prisión del condestable.
Para algunos esta decisión pareció indicio de que el monarca quería tomar personalmente las riendas del poder. Otros pensaron que aquel acto podía traer de vuelta a los desterrados y la reconciliación con Juan de Navarra. Sin embargo, lo único cierto que inmediatamente se produjo fue la rebelión de los parientes del valido, atrincherados en sus dominios, en Escalona principalmente. Esta revuelta habría de acelerar la suerte del condestable. Un grupo de legistas, elegidos por el monarca, se pusieron de acuerdo para adoptar una decisión, que se llevó a efecto con la decapitación de don Álvaro en los primeros días de junio de 1453.
La ejecución del omnipotente valido no sirvió para apaciguar las querellas internas. Juan II se encontraba entre dos poderosos partidos: uno, el encabezado por su heredero y el otro, la liga de nobles captaneada por Álvaro de Estúñiga, que ponía todas sus esperanzas en una pronta intervención argonesa.
El príncipe don Enrique recogió del de Luna su política de acercamiento a Portugal para contrapesar el aragonesismo de sus rivales. La mediación de la reina María evitó una nueva guerra entre las dos parcialidades, con la consabida intervención de la Corona de Aragón. La paz fue confirmada en marzo de 1454. El 21 de julio del mismo año moría Juan II de Castilla, dejando su reino sumido en un panorama un tanto incierto.

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