23 feb 2015

JUAN II Y LA GUERRA CIVIL DE NAVARRA

Al morir Carlos III en 1425, el infante don Juan, cabeza del partido aragonés en Castilla y futuro Juan II de Aragón, se tituló rey de Navarra, por cuanto podía considerarla como útil plataforma para su juego político castellano. El período transcurrido entre la firma de treguas en Majano y la lugartenencia de Aragón de don Juan, a raíz del establecimiento definitivo de Alfonso V en Nápoles, fue de paz, ratificada por el matrimonio de Blanca, hija del monarca consorte de Navarra, con el futuro Enrique IV; unión que habría de acabar en un escandaloso fracaso.
La paz fue rota en los años sucesivos. Don Juan logró, mediante la renuncia a sus territorios castellanos, que se le entregase una sustanciosa renta anual. Navarra había jugado un importante papel en el conflicto. En efecto, don Álvaro de Luna había tratado de atraerse al príncipe Carlos de Viana, heredero del trono navarro. Todo concluyó en un acuerdo de amistad, signado en Puente de la Reina.
La actitud del príncipe se le antojó a su padre como una traición. El choque entre ambos vino a ser más violento, por cuanto los distintos bandos del país tomaron partido de forma tajante: los beamonteses, por Carlos de Viana, y los agramonteses, por don Juan. Los vianistas fueron derrotados en Aybar. Carlos cayó prisionero, pero sus partidarios se reagruparon en torno al prior de San Juan, Juan de Beaumont. En 1453 se llegó a un acuerdo: Carlos recuperaba la libertad y sus bienes, a cambio de jurar fidelidad a su padre. El entendimineto se quedó en letra muerta. Los beamonteses y Blanca de Navarra instaron al de Viana a resistir, al ver cómo Juana Enríquez, segunda mujer del monarca, era nombrada gobernadora de Navarra.
La ofensiva beamontesa contra Monreal y Torralba quedó desarticulada en octubre de 1455. Carlos y su hermana Blanca eran desposeídos de sus derechos, en beneficio de Leonor y Gastón de Foix. El de Viana hubo de huir para intentar buscar apoyo en Francia y de Alfonso V, a fin de que hiciera de mediador.
La derrota de los beamonteses no contribuyó, en absoluto, a pacificar definitivamente el territorio navarro, que en años sucesivos se va a convertir en un centro de gangrenamiento de la política hispánica. Las relaciones entre Juan de Navarra (Juan II de Aragón desde 1458) y Carlos de Viana, una vez vuelto éste a la Península en 1460, no sólo no experimentarán la más ligera relajación, sino que en los meses siguientes habrán de construir un factor más de discordia dentro del principado.

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