27 feb 2015

ENRIQUE IV EN SUS PRIMEROS AÑOS DE REINADO

Los comienzos del gobierno de Enrique IV fueron prometedores. Se puede decir que hasta 1463 obtiene en su política éxitos dignos de tenerse en cuenta. No carecía de experiencia -curtido, recordemos, en las luchas banderizas del reinado de su padre-, y llegó a proyectar algunas reformas realmente importantes, entre ellas la depatrocinar el desarrollo de una industria textil a gran escala. Las propias ciudades castellanas cifraron en el nuevo soberano buena parte de sus esperanzas, aunque, como en ocasiones anteriores, se verán defraudadas en los deseos de recuperar su vieja autonomía. En efecto, el sistema de corregimientos estaba sumamente arraigado. Enrique IV, en este sentido, no hace más que seguir los pasos naturales en el proceso de centralizción: la fórmula de las Cortes de Córdoba de 1455, en las que el rey promete nombrar corregidores sólo "quando yo entendiere que cumple a mi servicio", es suficientemente significativa de su propia ambigüedad.
Al lado de Enrique IV, el marqués de Villena pretendió ocupar el puesto que ostentó el de Luna junto a Juan II. Pero el monarca desconfiaba (la experiencia de los años anteriores le había enseñado mucho) de los miembros de la alta nobleza, y prefirió, en los primeros años de su reinado, rodearse de gentes de mediano estado: conversos, legistas, hidalgos y demás gentes cuya eficacia fuese probada. Miguel Lucas de Iranzo y Beltrán de la Cueva (el supuesto padre de la princesa Juana) figurarán en primera fila.
La política internacional de Enrique IV en estos momentos sigue, en cierta medida, las líneas directrices trazadas por don Álvaro de Luna: prosecución de las relaciones de amistad con Francia y Portugal, neutralización de Navarra y continuación de la campaña contra Granada, tomada como gran empresa nacional.
En el caso de Juan de Navarra, la liquidación de sus bienes en territorio castellano supuso prácticamente la eliminación de su tradicional injerencia en los asuntos del Estado castellano-leonés como cabeza de un determinado grupo. Enrique IV y algunos miembros de la oligarquía castellana serán los principales beneficiarios del despojo. La anulación del matrimonio de Enrique con Blanca de Navarra en 1453 contribuía a desligar al monarca castellano de posibles compromisos de amistad hacia el navarro.
Como contrapartida, en 1455 el rey de Castilla casaba de nuevo con la infanta Juana de Portugal y, paralelamente, se procedía a un replanteamiento de las relaciones mercantiles con Francia y Flandes. Los acuerdos suscritos en 1455 y 1456 suponían un éxito para la diplomacia castellana, que veía garantizada la seguridad de su red de factorías mercantiles en el Atlántico y renovados los privilegios que desde tiempo atrás gozaban sus mercaderes.
Siguiendo los pasos de Fernando el de Antequera y don Álvaro de Luna, Enrique IV vio en la frontera granadina un objetivo primordial de su política, tanto para proseguir la secular empresa reconquistadora como para dar salida a cualquier instinto de agresividad por parte de la nobleza. El monarca castellano tenía una peculiar visión de lo que habían de ser las operaciones militares. Habían de encaminarse, primordialmente, a una labor sistemática de tala en el reino nazarí, que provocase, de rechazo, un grave quebranto económico para éste. En 1457, los musulmanes hubieron de suscribir unas treguas por las que compraban a muy alto precio la futura inactividad militar castellana.
Ésta habría de venir de inmediato: la liga nobiliaria empezó a reconstruirse, pero el rey pudo tomar la delantera a los magnates entrevistándose con Juan de Navarra, personaje en el que ésstos habían cifrado sus esperanzas.

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